lunes, 5 de agosto de 2024

El Ciclo Troyano (Parte 2. El Juicio de Paris).

 

La oscuridad envuelve a Troya con su manto. El embriagante aroma de las flores nocturnas invita al reposo. Pero, en su lecho, la reina Hécuba se agita inquieta. En sueños, ve que en su vientre lleva un tizón encendido, que termina por incendiar no solo el palacio real, sino la ciudad entera. Las llamas todo lo arrasan. Nada queda en pie. Al estar próxima a dar a luz, piensa que lo mejor será consultar los designios del oráculo.


La caída de Troya. Por Johann Georg Trautmann, Siglo XVIII.
Fuente: http://www.zeller.de


El augurio no puede ser más desfavorable. Ese niño, próximo a nacer, significará la desgracia de Troya. Una vez enterado el rey Príamo, silenciando la voz del amor paternal en su corazón, decide poner fin a la vida del recién nacido. Así que ordena a Agelao, uno de sus hombres de confianza, que lo lleve al monte Ida y disponga de él. Pero las lágrimas de la reina, al final pesan más que la orden real. El príncipe habrá de vivir...


Hécuba y Paris. Por Vincenzo Camuccini, ca. 1800.
Academia de San Lucas, Roma, Italia.

¡Ay, cuántas desgracias se pudieron evitar, de haberse cumplido el fatal encargo! En lugar de asesinarlo, el sirviente optó por dejarlo abandonado a su suerte. Alejandro, mejor conocido como Paris, primero fue amamantado por una osa y luego encontrado por una familia de pastores, quienes se encargaron de criarlo y educarlo. El joven creció, ignorando el secreto de su verdadero origen; pero es bien sabido, que algo como eso es muy difícil de mantenerlo oculto, al menos de manera indefinida. 


Paris, usando gorro frigio. Por Antoni Brodowski, 1812
Museo Nacional de Varsovia, Polonia
Fotografía: BurgererSF


Pronto destacó entre los pastores frigios, por su belleza y su fortaleza, pero más que nada por una sabiduría sorprendente, considerando su corta edad. Gustaba de la música y deleitaba a todos con los acordes de su lira. En lo profundo de los bosques, halló su primer amor, la ninfa Enone, conocedora de las artes curativas, además de poseer el don de la profecía. 

Zeus y Hera. Por James Barry, ca. 1795.
Galería de Arte Graves, Sheffield, Inglaterra.
Fuente: The Yorck Project (2002)
10000MeisterWerke der Malerei.

La fama del príncipe pastor, había viajado hasta las alturas del monte Olimpo. Allí, Zeus se encontraba ansioso por resolver el enojoso asunto de la manzana para la más bella. ¿Cómo otorgar el galardón a una de las diosas, sin asegurarse el odio de las que salieran derrotadas? Las conocía muy bien, ellas jamás se lo iban a perdonar. Para prevenir males mayores, lo mejor sería asignar esa tarea a un mortal. ¡Y habría de ser Paris! Seguramente, Eris, la Discordia, para entonces podría sonreír satisfecha. 

El joven cuidaba de su ganado, cuando para su sorpresa, Hermes, el mensajero celeste, se le apareció. Le comunicó el encargo de Zeus, el cual no admitía la posibilidad de un rechazo. Todavía no se recuperaba de su asombro, cuando las tres diosas se materializaron ante él. El resplandor que irradiaban, lo encegueció por unos instantes. 

Al recuperar la visión, se sintió el más afortunado de los mortales. Hera, la de los níveos brazos, Afrodita con su cabellera dorada y Atenea, con su inquietante belleza, una vez despojada de sus armas, estaban allí, esperando por su veredicto. Comprendió que la tarea no iba a ser nada fácil... 


El Juicio de Paris. Por Francois Xavier Fabre, 1808.
Museo de Bellas Artes, Richmond, Virginia. EEUU.



Fue entonces, cuando cada una de ellas comenzó a cubrirlo de halagos y a hacerle ofrecimientos. Si le otorgaba la manzana dorada a Hera, esta le prometía poder y riqueza sin límites. Fama y sabiduría, si le concedía la victoria a Atenea. 

Afrodita, le dijo que a pesar de los casi insuperables ofrecimientos de las anteriores, se habían olvidado del amor. Si la favorecía con su veredicto, suya sería la mujer más hermosa del mundo. Después de meditar por largo tiempo, Paris extendió su mano, con la manzana de oro, hacia la última de las nombradas. 

Las vencidas, carcomidas por la envidia, juraron tomar venganza no solo de Paris, sino de todo su linaje. Los hilos del destino seguían tejiéndose inexorables. 

Anualmente se celebraban unos juegos atléticos en Troya. La ciudad entera se vestía de fiesta, para presenciar las competencias. Los hombres más fuertes y los más hábiles de la comarca, se enfrentaban allí, hasta que uno solo de ellos, se quedara con el triunfo. Entre los favoritos, destacaban varios de los hijos del rey Príamo. Sin embargo, un joven desconocido, con atuendo de pastor, comenzó a descollar, hasta que finalmente eliminó a todos los rivales. 

De inmediato, por su prestancia, llamó la atención de la familia real. No escapó al agudo entendimiento de la princesa Casandra, que aquel agraciado doncel, era nada más y nada menos que el príncipe Paris, supuestamente muerto hacía algunos años. 

Los malos presagios parecieron quedar en el pasado y se le recibió en el palacio, con todos los honores. Su padre y su exultante madre, la reina Hécuba, lo agasajaron en demasía, intentando compensarlo por el abandono de tantos años. 


Helena de Troya. Por Evelyn de Morgan, 1898.
Wandsworth, Londres, UK.
http://artsandculture.google.com


Mientras tanto, él no había olvidado el ofrecimiento que le hiciera la diosa Afrodita. Esta le aseguró que suyo sería el amor de la mujer más bella entre todas. Se trataba de Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta. Sin meditar acerca de las consecuencias, Paris estaba ansioso por encontrarse con ella y hacerla suya de una vez. 


Paris y Helena. Por Jacques-Louis David, 1788.
Museo de Louvre, París, Francia.

Desde entonces, Paris pareció convertirse en otro hombre. Su renombrado valor, se transformó en cobardía y la mayoría de sus virtudes desaparecieron, para dar paso al ser que en efecto provocaría la guerra y la hecatombe que dejaría a la ciudad de Troya convertida en una informe montaña de escombros. 


El incendio de Troya. Por Francisco Collantes, Siglo XVII.
Museo del Prado, Madrid, España.
Foto por Jl FilpoC

Como el río que busca a la mar, él se dirigía sin pausa, hacia aquello para lo que estaba predestinado.      

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario