domingo, 22 de mayo de 2022

Leyendas del mundo. Irlanda. Historias de brujas y hadas.

 

Castillo de Carrigogunnel, Irlanda. Grabado por H. Griffiths, 1842.
Fuente: The scenery and antiquities of Ireland, por William Henry Bartlett.


La Roca de la flama. Por Thomas Crofton Croker. 

Traducción por Daniel Delgado Pereira. 


Unas pocas millas al oeste de Limerick, se alza el que una vez fuera el formidable castillo de Carrigogunnel. Su torre rota y los desmoronados arcos de su entrada, permanecen como una evidencia triste de los ataques que soportó la ciudad. Sin embargo el tiempo, que todo lo cura, ha borrado el efecto doloroso, que la contemplación de las huellas frescas de la violencia produce en la mente. La hiedra trepa por doquier, por las ruinas de la torre, ocultando sus heridas, sosteniéndola con un fuerte entramado de tallos. Los arcos han sido nuevamente unidos por el ramaje de los arbustos espinosos, que crecen entre los grandes agujeros. Y los destrozados muros y contrafuertes, están decorados por flores silvestres, que alegremente brotan de entre sus grietas y roturas. 

Orgullosamente emplazadas sobre una roca, las murallas en ruinas de Carrigogunnel, ahora constituyen solo un rasgo romántico, dentro del tranquilo paisaje. A un lado, más abajo, se extiende la llanura pantanosa de Corkass, bordeada por el noble río Shannon. Al otro lado, se contempla la pulcra iglesia parroquial de Kilkeedy, con la casa del clérigo, rodeada de jardines. Y no muy lejos, las irregulares casas de barro, de la pequeña villa de Ballybrown, con los venerables árboles de Tervoo. 

Sobre la roca de Carrigogunnel, antes de que el castillo fuera levantado o de que Brian Boru naciera para construirlo, moraba una bruja llamada Grana, quien había traído la desolación a esas tierras. Su tamaño era gigantesco y su apariencia era horrible. Grotescamente cejijunta, su expresión era de enfado. Bajo las enmarañadas cejas, profundamente hundidos en su rostro, dos pequeños ojos grises lanzaban dañinas miradas de maldad. De su frente surcada de profundas arrugas, surgía un pico con forma de gancho, que separaba dos resecas mejillas. Sus labios descarnados se torcían con una expresión cruel y maligna, y su prominente barbilla lucía mechones de pelo canoso.

Matar era su diversión. Como un pescador con su caña, la bruja Grana forcejearía y esperaría, sin importar cuanto, hasta que la muerte de una víctima recompensara sus desvelos. Cada atardecer, ella encendía una flama encantada por sobre la roca, y aquel que llegara a verla, moriría sin ver el siguiente amanecer. Fueron numerosas las muertes por las que Grana se había regocijado; uno tras otro, habían dirigido su mirada hacia la luz y su muerte había sido la consecuencia. Por ello, aquellos parajes fueron quedando solitarios y se le dio el nombre de la Roca de la Flama, al temido lugar.

El miedo reinaba en esos tiempos. Pero los invencibles Finn de Irlanda, eran los vengadores de los oprimidos. Su fama había viajado hasta tierras lejanas y sus hazañas eran cantadas por cien poetas. Para ellos, hablar del peligro, era como una invitación para un rico banquete. No existía hechizo, o espada enemiga, que fueran capaces de interponerse en su camino. Fueron numerosas las madres, esposas y hermanas, despojadas de sus hijos, esposos y hermanos, por los temerarios héroes. En las batallas, las extremidades palpitantes y las cabezas rodaban por el piso, ante su incontenible avance. Con la fuerza del torbellino, se lanzaban, arrancando los árboles de raíz. Su grito de guerra tenía la fuerza del trueno, sin par era la furia de su ímpetu. ¡Y feroz era su cólera, como las olas del mar embravecido! 

Fue el mismo poderoso Finn quien alzó la voz, y ordenó que la mortífera llama de la bruja, fuera extinguida. Dijo: "Tú, Regan, haz el trabajo" y le dio la capa tres veces hechizada por el famoso mago Luno de Lochlin.

Justo con la Estrella de esa misma tarde, la llama apareció sobre la piedra, y Regan permaneció debajo de ella. De haber visto el menor resplandor de su luz, él también habría perecido, y la bruja Grana, al amanecer hubiera celebrado ante su cuerpo inerte. Cuando Regan dirigió su mirada hacia la luz, la caperuza encantada cubría sus ojos, impidiéndole verla. La roca era empinada, pero él trepó por la abrupta ladera con tanta cautela y destreza, que antes de que la bruja pudiera percatarse, mirando hacia un lado, el guerrero se había apoderado de la llama y con fuerza prodigiosa la arrojó en las aguas del río Shannon y la sonora corriente apagó su luz para siempre. 

Luego, Regan apartó la capa encantada de sus ojos, y contempló a la enfurecida bruja, que alargaba sus brazos para asirlo a él y lanzarlo también hacia el río. De inmediato, Regan dio un portentoso salto de dos millas, hacia el oeste del promontorio. Al ver aquel brinco, luego de un momento, Grana buscó y rompió un trozo de la roca, lanzándolo tras del héroe, con una fuerza tan tremenda, que sus torcidas manos temblaban, mientras jadeaba, con pesados resoplidos y el esfuerzo hinchaba su pecho, como el fuelle de un herrero. 

La pesada roca cayó a tierra, inofensivamente, porque el salto de Regan superó por mucho a las fuerzas de la iracunda bruja. Triunfal, regresó con los Finn: 

"El héroe, valiente, renombrado, y sabio; de blancos dientes, gallardo, magnánimo e incansable"…

De la bruja Grana, nunca más se volvió a saber. Pero la piedra permanece, y profundamente impresa en ella, todavía puede verse la marca de sus dedos. Esa piedra es mucho mayor que el hombre más alto, y la fuerza de cuarenta personas no bastaría para moverla del lugar en donde cayó. 

El pasto llegará a marchitarse a su alrededor; la pala y el arado, arrasará con los monótonos montículos de tierra; los muros de los castillos pueden caer y desaparecer, pero la fama de los Finn de Irlanda, permanece, como las mismas piedras, y la Barranca de Regan, es un monumento apropiado para preservar el recuerdo de la hazaña. 

 

La dama bella sin piedad. Por Warwick Goble, 1920.
Fuente: The Book of Fairy Poetry, Longmans, Green and Co. 1920

La Danza de las Hadas. Por Lady Jane Francesca Wilde. 

Traducción por Daniel Delgado Pereira.


El siguiente relato es de los irlandeses, tal como fue contado por un nativo de las islas occidentales, donde las supersticiones primitivas aún conservan la frescura de los primeros tiempos.

Era una noche de finales de noviembre, que es el mes en el que los espíritus tienen mayor poder sobre todas las cosas, cuando la chica más linda del pueblo caminaba hacia el pozo, para buscar agua; pero resbaló y sufrió una caída. Era ese, un mal presagio. Al incorporarse, miró alrededor y le pareció que se encontraba en un lugar extraño, y todo cuanto la rodeaba había cambiado como por encanto. A cierta distancia, ella divisó una gran multitud reunida alrededor de una resplandeciente hoguera. Poco a poco fue atraída hacia ellos, hasta que al fin se encontraba justo en medio de esa gente; pero todos permanecían en silencio, mirándola con insistencia. Sintiendo miedo, intentó dar la vuelta y apartarse de allí, pero era inútil. Fue entonces, cuando apareció un agraciado joven, que parecía un príncipe, con una banda roja y una cinta dorada sobre su largo pelo rubio, pidiéndole que bailara con él. 

"Señor, es una tontería de su parte, pedirme que baile", dijo ella, "cuando no hay música".

Levantando su mano, el príncipe hizo una señal, y junto a la chica enseguida comenzó a sonar la más dulce melodía. Él tomó su mano y bailaron sin parar, hasta que la luna y las estrellas se ocultaron. Pero ella creía flotar en el aire y se olvidó de todo en el mundo, excepto del baile, de aquella suave y embriagadora música, y de su apuesto compañero.

Finalmente, la música se detuvo, su pareja le agradeció y la invitó a comer con ellos. Entonces la muchacha vio una apertura en el suelo y un tramo de escalones. El joven, que entre todos parecía ser el rey, la condujo hacia abajo, escoltados por el resto del grupo. Al finalizar la escalera, atravesaron un gran salón, brillante y hermoso, con adornos de oro, plata y luces. Vio una gran mesa, repleta de todo género de manjares. Había vino servido en copas doradas, para el deleite de los invitados. Al sentarse ella, todos comenzaron a urgirla a probar la comida, y a beber el vino. Sentía cansancio por el baile, y tomó el dorado cáliz que el príncipe le ofrecía y lo acercó a sus labios para beber. Fue cuando alguien pasó cerca de ella, murmurando: 

"No comas ni bebas nada, o nunca más regresarás a tu casa".

De manera instantánea, ella bajó la copa y se rehusó a beber. Muy pronto se enfurecieron quienes la rodeaban, levantando un gran vocerío. De entre ellos, un hombre oscuro, con aspecto feroz, se irguió y dijo: 

"Aquel que viene a nosotros, tiene que beber con nosotros". La sujetó por el brazo y acercó la copa de vino a sus labios, mientras ella sentía morir de miedo. Fue cuando otro hombre, de cabellos rojos, la tomó de la mano y la sacó de allí. 

"Estás a salvo por ahora", él le dijo. "Toma y sujeta esta yerba, hasta que llegues a tu casa, y nadie podrá ocasionarte ningún mal". Y le dió una pequeña rama de una planta llamada Athair-Luss (hiedra de tierra).

Asiéndola con fuerza, escapó a través de la espesura, en medio de la negra noche, mientras en todo momento escuchaba pasos detrás de ella. Por fin entró a su vivienda, asegurando la puerta con una pesada tranca y se fue a la cama, cuando afuera surgió un gran clamor. Eran muchas voces, que le gritaban a ella...

"El poder que teníamos sobre ti, se disipa con la magia de esa yerba. Pero espera: cuando vuelvas a bailar de nuevo en la colina, te quedarás con nosotros para siempre, y nadie podrá evitarlo".

Sin embargo, la muchacha conservó la mágica ramita a buen resguardo, y las hadas no volvieron a ocasionarle problemas. Pero pasaría mucho, mucho tiempo, antes de que ella pudiera sacar de su mente, el sonido de la música de las hadas; aquella melodía, que en una noche de noviembre, bailó en la ladera, con un mágico amante. 




Lecturas adicionales. 

Thomas Crofton Croker.
Cuentos, mitos y leyendas.
Cuentos irlandeses.
Leyendas irlandesas de amor.
Irlanda, tierra de leyendas.
Hadas irlandesas.
¿Qué tipos de hadas existen?


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