viernes, 5 de marzo de 2021

Michelangelo y su obra (parte 4).


Plaza del Campidoglio, Roma, 1750, por Giovani Paolo Panini
Fuente: vita-colorata.livejournal.com 2017


A medida que los años pasaban, Miguel Ángel se iba convirtiendo en uno de los últimos sobrevivientes de uno de los movimientos más espectaculares de la historia. Parecería justo, que un ser como él, alcanzara a ver buena parte de aquellos alcances y realizaciones, fruto del ingenio de sus contemporáneos. Pero ocurrió, que al comenzar a apagarse los astros que iluminaban el cielo del Renacimiento, también se iban extinguiendo las viejas intrigas y rivalidades. Por ese motivo, a las puertas de la vejez, algunos grandes proyectos arquitectónicos, ya en ejecución, fueron a parar a sus manos. A una edad provecta, cuando ya lo más probable era que comenzaran a abandonarle las fuerzas para el duro trabajo del cincel, pudo canalizar su creatividad hacia un nuevo rumbo, que en nada desmerece su obra anterior, aun más, hay quien lo cataloga al mismo nivel e incluso por encima, en su genialidad.

Como ya mencionamos, también destacaba como escritor. Su pluma era fina y mordaz. Una pequeña muestra de ello, era su sarcasmo ante los que se afanaban por encontrar una explicación a la simbología de alguna de sus esculturas: 

Me es grato el sueño y más ser de piedra; mientras el engaño y la vergüenza dura, no sentir y no ver, es mi gran ventura; más tú no me despiertes, no; ¡habla quedo!


Vittoria Colonna, ca. 1525. Por Sebastiano del Piombo.
Museo Nacional de Arte de Cataluña. Fuente: Google Cultural Institute.

La relación platónica con Vittoria Colonna, estimuló esta faceta, en aquella psiquis, aparentemente tan compleja. Según todo parece indicar, la marquesa de Pescara, fue la única mujer por la cual llegó a sentir algo parecido al amor. Sin embargo, no hay que olvidar, que antes había escrito encendidos sonetos, para agraciados jóvenes, cuya amistad pareció trascender más allá de lo espiritual. De ese modo, ella vino a llenar un vacío en el alma atormentada de Miguel Ángel. Podría decirse, que en él se anidó un sentimiento, equiparable al que tuvo el Dante, por su adorada Beatriz. Ya en el otoño de su vida, encontró la posibilidad de cultivar una relación, que no le hiciera sentir culpable. La muerte de ella, en 1547, lo dejó sumido en la tristeza, pero su presencia, había significado como una especie de redención. Había hallado la paz, que le había sido esquiva durante toda su existencia.


Rimas, de Miguel Ángel Buonarroti. Publicado por su sobrino, en 1623.

Sus escritos fueron publicados por primera vez en el año 1623, bajo la supervisión de su sobrino, quien cuidó celosamente cualquier detalle que pudiera ser considerado como "escabroso". Pero una nueva edición, que salió a la luz en 1863, puso de lado la censura, revelando el verdadero sentido de los poemas dedicados a ciertos jóvenes, en especial, a Tommaso Cavilieri. Por supuesto, la intención había sido sensacionalista, pero a la larga sería lo correcto, en el sentido de abordar la verdad histórica. Lo cierto, es que hoy en día, eso no sería motivo de ningún escándalo, ni del más leve rubor. Pero hasta no hace demasiado tiempo, era un tema tabú, para mantener oculto, dentro de lo posible...


Basílica constantiniana de San Pedro, en Roma (ahora ciudad del Vaticano), ca 1450.
Nótese la posición del obelisco en el lugar dispuesto por Calígula, en el año 37.
Por H. W. Brewer, 1891. Fuente: Benutzer: Maus-Trauden.


Mientras, en la ciudad de Roma, el impulso progresista y embellecedor propio de la época, se venía sintiendo desde hacía años. Uno de los proyectos más ambiciosos, era la construcción de la Basílica de San Pedro, originalmente encargada a la sapiencia del gran maestro Bramante. A su muerte, Antonio da Sangallo el Joven, se adhirió al mismo concepto arquitectónico. Pero en 1546, también falleció, por lo que el Papa Paulo III no dudó en acudir a Miguel Ángel, ¡quien era un hombre de setenta y un años! Como arquitecto, ya había descollado con su trabajo en Florencia, en especial en la sacristía nueva de San Lorenzo. Pero el reto que enfrentaba ahora, superaba cualquier otro encargo anterior. El genial artista, debería convertirse en escultor de espacios. 


Palacio Farnesio, Roma. Desde 1874, sede de la embajada de Francia en Italia.
Foto: Myrabella, 2009. Lic. CC BY-SA 3.0

De sus estupendas realizaciones en esta faceta, en el presente subsisten numerosas muestras, esparcidas por Roma. Palacios y templos que llevan su impronta magistral. Pero sin duda, la plaza de la colina del Capitolio, y la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, con su espectacular cúpula, son las más conocidas. Audaz e innovador, su ingeniosa utilización de la perspectiva, el manejo de la luz como elemento decorativo, el equilibrio entre los espacios ocupados o vacíos, la introducción del orden colosal, hacen que su obra cautive y llene de asombro a todo el que la contempla. 


Cúpulas de la Basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano.
Foto: Jebulon, 2013. Lic. CC BY-SA 3.0

En San Pedro, a pesar de su aparente reverencia por la habilidad del Bramante, modificó el diseño de este, en la planta central. Tomando inspiración de la obra de Bruneleschi, en Santa María del Fiore, en Florencia, encontró una hábil solución para la construcción de la cúpula. Una vez obtenido el apoyo papal, llegó a demoler parte de la obra que le había sido confiada. Pero, una vez más, se vería privado de ver culminados esos trabajos... esta vez, por su edad avanzada. No obstante, serían llevadas a término, ciñéndose en buena medida a su idea original. 


Dibujo de Miguel Ángel, por Daniele de Volterra, 1555.
Museo Teyler, Haarlem, Países Bajos.  {{PD-US}}


Pese a todo, Miguel Ángel nunca abandonó la técnica de la escultura. En especial, sentía predilección por el motivo del descendimiento, o la pietá. Resulta obvio, que a través de ese tema, él había encontrado un modo para expresarse. Tal vez, estaba motivado por la mística necesidad de sentirse perdonado, para poder aspirar a la vida eterna. A esas alturas de su vida, seguramente no andaría en búsqueda de fama y riqueza... Por el contrario, desdeñaba el lujo y la opulencia, hasta el punto de parecer avaro. Por otra parte, bien debía estar consciente, de que su recuerdo sería imperecedero, en la mente de los hombres. 

Hacia 1550, a la edad de setenta y cinco años, inició un conjunto escultórico, que según sus biógrafos, estaba destinado a servirle como monumento funerario, en la basílica de Santa María Maggiore, en Roma. 


La Piedad florentina. Museo de la Ópera del Duomo, Florencia, Italia.
Foto: MM, 2005. Lic. CC BY-SA 3.0

Logró una interesante composición piramidal, tal vez sugerida por la pieza de mármol disponible, dentro de la cual, él siempre parecía visualizar el resultado final. En ella, consiguió imprimir un profundo sentimiento religioso, propio de las reflexiones de alguien que sentía aproximarse al final de su vida. Se representó a sí mismo, en la figura de Nicodemo, ayudando a sostener el terriblemente desmadejado cuerpo de Jesús. Envuelto en telas, con su mirada plena de melancolía, que demuestra un profundo abatimiento, no se sabe si ayuda a levantar a Cristo o más bien intenta aferrarse a Él. Su estilo, tiende a la simplificación de la forma, al fundir las figuras. Esto posiblemente fue debido a la evolución en su concepción artística, más que por la pérdida de sus facultades.


Restauración de una de las zonas más dañadas de la Piedad Florentina.
Del artículo: Salen a la luz los secretos de la "Piedad" que Miguel Ángel 
intentó destruir. ABC cultura, http://abc.es.


Según las crónicas, nunca quedó claro el motivo, el gran escultor llegó a sentir aversión por esta obra. Hacia 1555, en un arrebato de cólera, intentó destruirla. Afortunadamente, su criado logró detenerlo. Su discípulo, Tiberio Calcagni, intentó restaurarla, sin embargo, algunos de los daños pueden apreciarse con facilidad. También terminó la figura de María Magdalena, del lado izquierdo. Curiosamente, esta resalta por su menor escala...  Algún tiempo más tarde, cuando Miguel Ángel mostró su voluntad de ser sepultado en Florencia, la escultura fue vendida, en el año de 1561. Permaneció en la villa Bandini, en Roma, por algo más de un siglo, siendo luego trasladada a Florencia, donde puede ser admirada en el presente, en el Museo de la Ópera del Duomo.


Piedad Palestrina. Galería de la Academia, Florencia, Italia.
Foto: Yair Haklai, 2019. Lic. CC BY-SA 4.0

También se le ha atribuido la paternidad de otro grupo escultórico, inacabado, que se encuentra en la Galería de la Academia, en Florencia. Por haber estado ubicado en la iglesia de Santa Rosalía de Palestrina, en la región del Lacio, Italia, por mucho tiempo, es conocido como la Piedad Palestrina. De manera interesante, está esculpida sobre un trozo de mármol, utilizado en la época del imperio romano, lo cual puede evidenciarse por la parte posterior de la escultura. Algunas circunstancias, arrojan dudas sobre la autoría de Miguel Ángel, y hasta se ha pensado en la colaboración de algún alumno, al menos en parte de la obra. Pero el tratamiento de la figura de Jesús exánime, sugiere la intervención directa del divino escultor.

Hacia 1560, octogenario, su salud se deterioraba sin remedio. Su físico disminuido, le imponía grandes limitaciones a un espíritu, que aún tenía la agobiante necesidad de expresarse. De ese modo, hasta que sus fuerzas se lo permitieron, batalló con la piedra, trabajando en una de sus obras más inquietantes. Se le conoce como la Piedad Rondanini, que fue hallada inconclusa en su taller, tras su fallecimiento. Se puede suponer que allí se reflejan sus últimos toques con el cincel. Tal vez, el tratamiento idealizado y aquellas figuras alargadas, hayan podido ejercer alguna influencia en El Greco, quien llegó a tener un vivo interés por la obra del gran maestro y por la corriente manierista.


La Piedad Rondanini, Castillo Sforza, Milán, Italia. 
Foto: Sailko, 2016. Lic. CC BY 3.0

Aquel hombre, aclamado en vida, cubierto de honores, como uno de los grandes maestros de todos los tiempos... a pesar de no faltarle algunos detractores, cada vez pasaba más tiempo en cama, víctima de la arterioesclerosis, que le producía una extrema debilidad. Ayudado por su discípulo Luigi Gaeta, puso en orden sus bocetos y dibujos, maquetas y cartones, en su taller, con la intención de quemarlos. 

El 18 de febrero de 1564, con la serenidad que tanto le había sido esquiva en la vida, cerró los ojos Miguel Ángel. Acompañado de sus más fieles amigos y colaboradores, pronunció sus últimas palabras, llenas de gran sencillez, pero reveladoras de su estado lúcido: 

Dejo mi alma en manos de Dios, doy mi cuerpo a la tierra y entrego mis bienes a mis parientes más próximos...

Allí finalizaba la elipse de la existencia fructífera, de una de las figuras más extraordinarias, que jamás hayan existido. Aquel genuino hombre del renacimiento, cuya capacidad creadora fue capaz de enriquecer cuanto estuvo a su alrededor. Un ser, a quien le correspondió sobrellevar la pesada carga del dolor, la rabia, la soledad, pero sobre todo, la grandeza del genio. En él, moría toda una época espléndida, irrepetible.  


Tumba de Miguel Ángel Buonarroti. Iglesia de la Santa Cruz, Florencia.
Foto: Rufus46, 2014. Lic. CC BY-SA 3.0

 




 

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