Paris. Por Johann Heinrich Tischbein, 1815. |
Grandes expectativas anidaban en el corazón de Paris, ahora convertido en un altivo príncipe. Por ello, apenas se enteró de la partida de un grupo de emisarios hacia la corte de Esparta, no dudó en embarcarse junto a ellos. Allí reinaba Menelao, hijo de Atreo, junto a la bella Helena. Apartando a un lado lo que el más elemental sentido común aconsejaba, supuso que esa era la oportunidad que la diosa Afrodita le estaba ofreciendo, para hacer valer su promesa.
Barcos fenicios y asirios. Tomado de mihistoriauniversal.com |
Hasta ese momento, con nadie había compartido sus verdaderas intenciones. Sabía que enamorar a la reina tendría que ser cosa fácil, al tener a la diosa del amor como aliada. Sin embargo, arrancarla de su palacio, de los brazos de su esposo... eso, era algo muy distinto. Se requería de mucha sutileza, pero sobre todo de una gran dosis de audacia.
Finalmente arribaron a la costa de Laconia, a un día de camino de la ciudad. Algo tenía claro, en caso de lograr su cometido, sería necesario escapar a toda prisa, para regresar a las naves. Una vez más, comprendió que sin la ayuda de los dioses, nada conseguiría. Sabiendo que exponía a sus compañeros a un gran peligro, se unió a la comitiva enviada por su padre.
¿Quién era Helena y cómo llegó a convertirse en la soberana de Esparta? Un aura de misterio rodeaba su origen. Era cierto que el rey Tíndaro la había criado como a su propia hija y la eligió como su heredera al trono. Sin embargo, era un secreto a voces, que el mismísimo Zeus había seducido a su madre, Leda, tomando la apariencia de un bello cisne. Como fruto de ese encuentro furtivo, nació Helena.
Teseo rapta a Helena. Ánfora del Siglo VI aC. Colección Estatal de Antigüedades, Munich Foto: Bibi Saint-Pol, 2007. |
Helena de Troya. Por Gaston Busière, 1895. Museo de las Ursulinas de Macôn, Saona y Loira, Francia. Foto: Vassil, usuario de Wikipedia. Año 2014. |
La fama de su hermosura había viajado hasta las más lejanas comarcas de la Hélade. A Esparta peregrinaban algunos por simple curiosidad, pero otros tenían otras motivaciones. Se consideraban dignos no sólo de la mano de Helena, sino también de ceñirse la corona espartana. Para el rey, se trataba de una difícil decisión, un desaire podía ganarle a Esparta la enemistad de gente muy poderosa.
Mientras esto ocurría, Odiseo, uno de los aspirantes, solicitó una audiencia con el monarca. Con mucha agudeza, aconsejó a Tíndaro, que en sus manos tenía la oportunidad de sacar provecho de aquella situación, tan incómoda en apariencia.
Todos los pretendientes deberían comprometerse, bajo juramento, no solo a respetar la decisión final, sino de velar por su cumplimiento. Tíndaro respiró aliviado, cuando todos accedieron sin objeciones. De ese modo se logró un importante acuerdo, cuyas consecuencias no tardarían en salir a relucir.
Menelao, rey de Esparta. Por Giacomo Brogi, ca. 1880. Museos Vaticanos, Roma, Italia. |
Quiso la suerte, que los troyanos arribaran a Esparta cuando el rey Menelao se encontraba ausente. A pesar de ello, fueron recibidos con grandes muestras de cortesía y afecto. Una veintena de esclavos se dedicaban a atender los más pequeños deseos de Paris, quien sin embargo, ni por un instante olvidaba el motivo de su presencia en ese lugar.
Helena y Paris. Crátera del Siglo IV aC. Museo de Louvre. Foto Bibi Saint-Pol, 2007. |
El rapto de Helena. Por Giacinto Campana, según cuadro de Guido Reni, ca. 1631. Galería Spada, Roma, Italia. Fuente: www.artenterprises.it |
Paris y Helena (detalle). Por Jacques-Louis David, 1788. Museo de Louvre. París, Francia. |
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