lunes, 23 de septiembre de 2024

El Ciclo Troyano (Parte 3. El Rapto de Helena).

Paris. Por Johann Heinrich Tischbein, 1815.

Grandes expectativas anidaban en el corazón de Paris, ahora convertido en un altivo príncipe. Por ello, apenas se enteró de la partida de un grupo de emisarios hacia la corte de Esparta, no dudó en embarcarse junto a ellos. Allí reinaba Menelao, hijo de Atreo, junto a la bella Helena. Apartando a un lado lo que el más elemental sentido común aconsejaba, supuso que esa era la oportunidad que la diosa Afrodita le estaba ofreciendo, para hacer valer su promesa.


Barcos fenicios y asirios.
Tomado de mihistoriauniversal.com


Diez días habían transcurrido desde que zarparon. ¿Por qué el viento del este no soplaba lo suficiente? Para el ansioso enamorado, aquel brazo del océano, con sus mil islas y sus accidentadas costas, parecía no tener fin. Impaciente, pensaba en lo que haría al llegar. 

Hasta ese momento, con nadie había compartido sus verdaderas intenciones. Sabía que enamorar a la reina tendría que ser cosa fácil, al tener a la diosa del amor como aliada. Sin embargo, arrancarla de su palacio, de los brazos de su esposo... eso, era algo muy distinto. Se requería de mucha sutileza, pero sobre todo de una gran dosis de audacia. 

Finalmente arribaron a la costa de Laconia, a un día de camino de la ciudad. Algo tenía claro, en caso de lograr su cometido, sería necesario escapar a toda prisa, para regresar a las naves. Una vez más, comprendió que sin la ayuda de los dioses, nada conseguiría. Sabiendo que exponía a sus compañeros a un gran peligro, se unió a la comitiva enviada por su padre.

¿Quién era Helena y cómo llegó a convertirse en la soberana de Esparta? Un aura de misterio rodeaba su origen. Era cierto que el rey Tíndaro la había criado como a su propia hija y la eligió como su heredera al trono. Sin embargo, era un secreto a voces, que el mismísimo Zeus había seducido a su madre, Leda, tomando la apariencia de un bello cisne. Como fruto de ese encuentro furtivo, nació Helena. 


Teseo rapta a Helena. Ánfora del Siglo VI aC.
Colección Estatal de Antigüedades, Munich
Foto: Bibi Saint-Pol, 2007.



Desde muy joven, su deslumbrante belleza pareció atraerle problemas. Siendo casi una niña, había sido raptada por Teseo, el vencedor del Minotauro. Su intención era casarse con ella, pero en un descuido, la joven pudo ser rescatada y devuelta a su hogar, el palacio real de Esparta. 


Helena de Troya. Por Gaston Busière, 1895.
Museo de las Ursulinas de Macôn, Saona y Loira, Francia. 
Foto: Vassil, usuario de Wikipedia. Año 2014.

La fama de su hermosura había viajado hasta las más lejanas comarcas de la Hélade. A Esparta peregrinaban algunos por simple curiosidad, pero otros tenían otras motivaciones. Se consideraban dignos no sólo de la mano de Helena, sino también de ceñirse la corona espartana. Para el rey, se trataba de una difícil decisión, un desaire podía ganarle a Esparta la enemistad de gente muy poderosa. 

Mientras esto ocurría, Odiseo, uno de los aspirantes, solicitó una audiencia con el monarca. Con mucha agudeza, aconsejó a Tíndaro, que en sus manos tenía la oportunidad de sacar provecho de aquella situación, tan incómoda en apariencia. 

Todos los pretendientes deberían comprometerse, bajo juramento, no solo a respetar la decisión final, sino de velar por su cumplimiento. Tíndaro respiró aliviado, cuando todos accedieron sin objeciones. De ese modo se logró un importante acuerdo, cuyas consecuencias no tardarían en salir a relucir. 


Menelao, rey de Esparta. Por Giacomo Brogi, ca. 1880.
Museos Vaticanos, Roma, Italia.


La elección recayó en Menelao, perteneciente a la misma estirpe del gran Agamenón, rey de Micenas y yerno de Tíndaro. Muy pronto, este cedió el trono, abdicando a favor de los nuevos esposos. Antes, como recompensa por sus acertados consejos, premió a Odiseo, otorgándole la mano de su sobrina, Penélope. 

Quiso la suerte, que los troyanos arribaran a Esparta cuando el rey Menelao se encontraba ausente. A pesar de ello, fueron recibidos con grandes muestras de cortesía y afecto. Una veintena de esclavos se dedicaban a atender los más pequeños deseos de Paris, quien sin embargo, ni por un instante olvidaba el motivo de su presencia en ese lugar.


Helena y Paris. Crátera del Siglo IV aC.
Museo de Louvre. Foto Bibi Saint-Pol, 2007.


Confiando en el toque mágico de la diosa que lo protegía, se dedicó a cortejar a la reina. El encantador huésped no desperdiciaba ninguna oportunidad para estar cerca, hasta que llegó el ansiado momento en el que ella le correspondió. Entonces Paris pudo convencerla de fugarse con él, para romper los lazos de un matrimonio por obligación, que nunca podría hacerla feliz. 


El rapto de Helena. Por Giacinto Campana, según cuadro de Guido Reni, ca. 1631. 
Galería Spada, Roma, Italia. Fuente: www.artenterprises.it


Con la complicidad de una oscura noche, decidieron huir. No había tiempo que perder, para aprovechar la ausencia del rey Menelao. Así, a toda prisa, cargando con una parte de su dote, Helena se marchó con Paris, quien no se detuvo a dar muchas explicaciones a sus compañeros de viaje. Lo único que les importaba era llegar a la costa, para abordar la embarcación que habría de conducirlos hasta Troya.

Paris y Helena (detalle). Por Jacques-Louis David, 1788.
Museo de Louvre. París, Francia.


Radiantes de felicidad, los amantes navegaban, mientras compartían sus planes para un futuro lleno de promesas. Mientras, desde la altura de las regiones celestes, los dioses se agitaban al contemplar lo ocurrido. ¿Cómo podían permanecer impasibles ante la terrible tormenta que ya se adivinaba en el horizonte? 



      

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