La ciudad invisible de Kitezh. Por Konstantin Gorbatov, 1913. Fuente: Ghirlandajo, 2005. |
El tema de la ciudad perdida, se convirtió en objeto de especial interés, a finales del Siglo XIX. En una época en la que la exaltación de los valores nacionales contagiaba a las naciones europeas, Rusia no permaneció ajena a ese movimiento. Grandes personajes de los tiempos antiguos, parecían volver a la vida, al igual que las historias del pasado heroico, para convertirse en motivo de inspiración para intelectuales y artistas de todas las ramas. De igual modo, numerosas leyendas relacionadas con esas epopeyas, también fueron desempolvadas, llegando a alcanzar notoria popularidad algunas de ellas.
Nikolay Rimsky-Korsakov. Por Serge Lachinov, 1897. Fuente: svobodanews.ru {{PD-US}} |
Santa Fevronia de Murom. Por Alexander Prostev, 2008. Fuente: https//allrus.me |
El pequeño Kitezh. Fuente: Galería de Arte de Ilya Glazunov, 2020. Tomado de m.facebook.com |
Por más que ella se esforzaba por mostrarse humilde y bondadosa, debió soportar la amarga hiel, que destilaban las palabras del canallesco hombre. Nada de lo que ella dijo, le hizo cambiar su proceder. La caravana debía continuar y así retomar el ambiente festivo que la ocasión ameritaba. El fiel Poyarok, quien custodiaba a la novia, ordenó a los músicos sonar sus instrumentos y a la muchachas del cortejo, entonar las más alegres canciones. Como era tradicional en las bodas rusas, estas se acercaron a Fevróniya, para lanzarle lúpulo y granos de trigo. Mediante ese ritual, se le auguraba una feliz y próspera vida conyugal.
La fila de carruajes avanzaba con suma lentitud, cuando en la lejanía comenzó a escucharse el inquietante sonido de cuernos. Parecían estar cada vez más cercanos... Aquel estruendo de las máquinas de guerra, los relinchos de los caballos y el sonar de las trompetas, solo podían significar una cosa: la ciudad estaba siendo atacada por un ejército. ¿Quiénes podrían ser los invasores? Pronto se levantó una negra humareda, en la calle del mercado y se oyeron los gritos de la gente aterrorizada. En sus corazones, muchos sentían que ese era el castigo de Dios por sus pecados, pero ya no había lugar para el arrepentimiento. Aquellos demonios a caballo, sin piedad masacraban a todos los que encontraban; no pretendían tomar prisioneros. Solo dejaban cenizas y muerte a su paso.
Tapa de cofre, con escenas de la Leyenda de la Ciudad Invisible de Kitezh. Por N. Denisov, 1973. Fuente: http://rusmuseumvrm.ru |
El tercer acto comienza en la Gran Kitezh, donde el pueblo ha buscado amparo en el recinto de la catedral. Todos se han alistado para el combate, armados de la mejor manera posible. El príncipe Yuri Vsévolod, se encontraba con la guardia defensora, en los muros de la ciudad. El fiel Poyarok, guiado por un lazarillo, llegó en búsqueda del príncipe, sin notar que lo tenía frente a él. ¡Los tártaros lo habían dejado ciego! Era portador de las peores noticias. Como brotado del mismo infierno, se aproximaba un rey, que comandaba el más cruel de los ejércitos. Luego, les relató el triste final de la pequeña Kitezh. Había sido arrasada sin haber luchado, y toda su gente masacrada. Nadie, excepto una persona, se había ofrecido a indicar el camino hacia la ciudad hermana. Por desgracia, Fyódor creía que esa persona, era la misma princesa Fevróniya. A él, luego de cegarlo, lo dejaron vivo, para que esparciera la noticia del destino que les esperaba a todos.
La tristeza invadió sus corazones, incluso el de Yuri II, el noble fundador de la ciudad. Entonces, se arrepintió de su vanidad, al construir una ciudad opulenta y perdurable, cuando muy pronto, hasta ellos mismos se convertirían en pasto para los gusanos. Ordenó a un paje, vigilar desde la más alta torre, en busca de alguna señal del cielo, que pudiera ser interpretada como una esperanza. Pero lo único que pudo ver, fue la enorme polvareda que levantaban los centauros mongoles, con el mensaje de muerte, que traían sus refulgentes espadas de acero de Damasco. El ataque era inevitable. Ya se avizoraba el fatal desenlace de aquel drama. Por doquier se elevaban las oraciones, implorando la protección de la Virgen Santa y de los ángeles.
La ciudad sumergida de Kitezh. Por Konstantin Gorbatov, 1933. Fuente: http://web.archive.org |
Días después, en la orilla opuesta del lago Svetloyar, guiados por Grishka, se encontraba la horda capitaneada por los temibles Beday y Burunday. El traidor les decía, que enfrente de ellos se encontraba la ciudad de Kitezh. Montando en cólera, ambos le insultaron, diciendo que allí no había más que un mísero bosque de pinos y abedules. ¡No había nada! Sin poder dar crédito a sus ojos, el borracho les decía, que escucharan el sonido de las campanas. Pero solo él las escuchaba.
Después de haber vencido a los esforzados guerreros rusos, que en vano habían intentado detenerlos, era indignante lo que ahora ocurría. Tres días vagando sin rumbo, con sus briosos corceles tropezando raíces, a través de brumosos pantanos, que no les dejaban respirar a sus anchas, significaban una afrenta a su orgullo de soldados. Por supuesto, descargaron toda la ira con el traidor, suponiendo que les había engañado. Tanto rogó por su vida, que optaron por dejarlo atado a un árbol. En la mañana, decidirían que hacer con él. Seguramente, primero se divertirían torturándole, para al final, cortarle la cabeza.
Sentados en el suelo y al calor de las hogueras, prefirieron comenzar con el reparto del botín. Sin duda, Frevóniya era la pieza más apetecida. Frente a ella, hablaron con tristeza y cierto respeto, sobre la muerte del príncipe Vsélovod, quien luchó hasta lo último, a pesar de estar cubierto de heridas. Pero el vino servido en copas de plata, ambos tomados de los vencidos, pronto alegró y también encendió los ánimos.
Se repartían las armas y posesiones, echando suertes, cuando Burunday dijo que renunciaba a todo, con tal de quedarse con la rehén, a quien amaba. De inmediato, Beday ripostó que el también estaba interesado en la joven. Fevróniya lloraba desconsolada, cuando el primero intentó tranquilizarla, ofreciendo hacerla su esposa y colmarla de riquezas. La conversación fue subiendo de tono, hasta que con un certero hachazo en la cabeza del rival, Burunday puso fin a la disputa. Solícito, se acercó a la princesa, diciendo que no tenía nada que temer. Al fin, el licor hizo su efecto y el campamento quedó en silencio. ¡Los fieros tártaros dormían! Desconsolada, ella lloraba por su prometido. Cuánto hubiera deseado al menos encontrar su cuerpo, para honrarlo como era debido.
Sin embargo, alguien comenzó a llamarla, con voz queda. Por primera vez, Kutermá se dirigió a ella con palabras dulces. Con bondad, Fevróniya lo reprendió por lo que había hecho. Él, misterioso y con la mirada extraviada, le habló del repique de las campanas de Kitezh, que no lograba sacar de su mente. Estaba aterrado, y le pidió que lo ayudara a huir, aunque fuera poniendo en riesgo la vida de ella.
Egoísta, la convenció de que ya no tenía por qué vivir, luego de la muerte de Vselóvod. Entonces, le dijo que había hecho creer a Poyarok, que ella había guiado a los tártaros hasta allí, por lo que estaría en peligro con ambos bandos. Pidiéndole que se arrepintiera, tomando la daga de Burunday, quien dormía con pesadez, la joven cortó las ataduras del mal hombre. Enloquecido por aquel campaneo, que no dejaba de escuchar, y luego de decir incoherencias, tomó de la mano a la princesa y la arrastró con él, en su incierta huída.
Pronto continuaremos con el desenlace de esta historia, en nuestro próximo capítulo. No hay que perder de vista, que se trata de la adaptación hecha por Rimsky-Korsakov, sobre la antigua leyenda de la ciudad perdida de Kitezh, convertida en una ópera magistral.
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