lunes, 4 de abril de 2016

La Guerra Franco India (parte V)


James Wolfe. Obra atribuída a Joseph Highmore.
Foto: Bonhams   {{PD-US}}

¿Que podría pasar por la mente del general James Wolfe mientras navegaba hacia Quebec, en junio de 1759? La salud no era su lado fuerte, y todos lo sabían. Es muy posible que entre sus hombres hasta se estuviesen cruzando apuestas, sobre si moriría durante algún combate... o por sus enfermedades. Probablemente él estaba al tanto del asunto, y sin embargo, no era eso lo que podía preocuparle. Después de todo, desde los dieciséis años de edad, ya sabía muy bien lo que significaba arriesgar la vida en batalla. No en balde, había logrado llegar a ser teniente coronel de las fuerzas británicas, con tan solo veintiún años de edad (1748). Parecía librar una carrera contra sí mismo, en la cual, lo único importante era el cumplimiento de su deber, y hacerlo pronto.



George II en la batalla de Dettingen, 1743. Por John Wootton
National Army Museum, UK.  James Wolfe participó allí, a los 16 años.
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Había recibido la distinción de ser el comandante general de las fuerzas británicas que deberían tomar la ciudad de Quebec. Sin duda, él poseía méritos indiscutibles para recibir tal designación. Pero, el apoderarse de un objetivo considerado como casi inexpugnable, con el factor tiempo trabajando en su contra, no constituía una tarea fácil. Una retirada, obligado por la llegada del invierno, equivaldría a una derrota. La opción de tal fracaso, era algo sencillamente inadmisible para Wolfe, tal vez ese era el origen de su mal temperamento, que le atrajo la antipatía de no pocos de sus subalternos. Además estaba el asunto de su delicada salud...


Louis-Joseph de Montcalm. Por Theophile Hamel, ca. 1865
Fuente: Canadian House of Commons Heritage Collection
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Mientras tanto, Montcalm se había convencido de que los franceses encaraban una inminente derrota, en esa guerra. No le quedaba más alternativa que resistir, concentrando sus fuerzas en Quebec. Jugar al desgaste de los británicos, y sacar provecho del temor de estos de ver inutilizada su flota, por el congelamiento invernal de los ríos, parecía una buena táctica defensiva. Tal vez aun pudiera salvarse el honor de las armas francesas, y hasta se lograra una capitulación aceptable. Pero existía un problema adicional, los conflictos entre Montcalm y el Gobernador Vaudreuil definitivamente arruinaban cualquier esperanza de un resultado satisfactorio.


Vista de Quebec, desde Point Levy, 1761. Por: P. Canot

Muy pronto, Wolfe sufriría su primer disgusto en la campaña: burlando el bloqueo británico, un grupo de naves francesas pudo llegar a Quebec, con importantes suministros y algunos refuerzos. Esto sin duda incrementaba la capacidad de resistencia de dicha ciudad. No obstante, poco después, la poderosa flota británica, en la que destacaban veintidós barcos de guerra, erizados de cañones, remontaba majestuosamente el río San Lorenzo. Sin problema alguno, arribaron a la costa sur de la Isla de Orléans, a unos seis kilómetros de la ciudad (27 de junio de 1759), iniciando desde allí el reconocimiento de las posiciones del enemigo.


Soldado del Regimiento de la Marina Real de Francia
1757. Museo de la Armada, Francia

El bando francés parecía favorecido por una clara superioridad numérica. Sin embargo, gran parte de ellos tan solo eran colonos y reclutas, con más voluntad que entrenamiento. Mientras que las fuerzas británicas, en su mayoría estaban compuestas por soldados regulares. Por tal motivo, Wolfe, seguro de la mayor capacidad de sus hombres, se empeñaría en buscar un enfrentamiento en campo abierto, a la usanza europea, mientras que Montcalm debería hacer todo lo posible para evitarlo.


Sitio y toma de Quebec, 1759
Fuente: Archivos Nacionales de Canadá

Lo cierto es que Wolfe, no contaba con tropas suficientes como para forzar los acontecimientos y de una vez poner sitio a la ciudad; por eso decidió someter a Quebec a un intenso bombardeo, mientras intentaba encontrar los puntos débiles, para un desembarco masivo de sus hombres. Al no conseguir ese objetivo, con el paso de los días, y también de las semanas, la presión sobre él iría en constante aumento. No se necesita ser muy imaginativo, para comprender que bajo tales circunstancias, podían salir a relucir ciertas indecisiones y errores tácticos de su parte, como ocurrió en cierta ocasión, al decidir un ataque en el cual tuvieron que retirarse derrotados y con más de doscientas bajas (julio 31).


Anse-au Foulon (La Cueva de Wolfe). Por: Winslow Homer, 1895
Fuente: Bowdoin College Museum of Art, Canadá.
Por allí ascendieron los soldados británicos hacia Quebec.

Aquel bombardeo destructivo, aunque infructuoso, continuaría hasta septiembre, cuando ya la cercanía del invierno hacía inminente la necesidad de suspender el ataque británico: debían ir pensando en retirar la flota del río San Lorenzo. Entonces Wolfe, tomando medidas extremas, decidió colocar sus batallones en las llanuras de Quebec. Para ello, deberían ascender por un difícil sendero, ¡caminando durante la noche! Al mismo tiempo, sus naves, se dedicarían a fingir maniobras en otros sitios, para distraer la atención del enemigo. 


Montcalm en las Llanuras de Abraham.
Impresión por Ralph Clark, de un cuadro por A. H. Hider
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La sorpresa fue total, al amanecer ya los británicos tenían miles de hombres apostados en las afueras de Quebec, listos para entrar en acción (septiembre 13), la pesadilla de Montcalm se había hecho realidad... no le quedó más remedio que enfrentarse, sin artillería, y con una fuerza de unos cuatro mil quinientos hombres poco experimentados, a un rival con una capacidad militar absolutamente superior. La batalla ocurrió en Las Llanuras de Abraham (10 am), a la usanza europea. A la primera descarga, las indisciplinadas líneas francesas quedaron desbaratadas y desde allí, todo resultó desastroso. Como pudieron, corrieron a refugiarse dentro de la ciudad. El general Louis-Joseph de Montcalm, resultó gravemente herido, y murió al día siguiente. 


La muerte del general Wolfe. Por Benjamin West. Galería de Arte Nacional de Canadá.

El destino de James Wolfe, a pesar del triunfo, resultó igualmente fatal, luego de recibir varias heridas. El joven general no llegó a contemplar la victoria de sus tropas. La entrega de ambos, en el cumplimiento del deber, ha sido el motivo de grandes alabanzas, llegando a establecerse un verdadero culto a sus memorias. A Montcalm se le dedicó una hermosa placa, en el campo de esa última batalla. Los momentos finales de Wolfe, resultaron idealizados en un cuadro famoso. Mucho se ha escrito, ensalzando la vida y la obra de ese par de hombres, a los que les tocó enfrentarse en aquel momento culminante de la guerra. 


Montcalm llega herido a Quebec. Por Louis Bombled, 1900
De La Nouvelle France, París, 1900. Por Eugène Guénin

Por otro lado, existen opiniones, no siempre imparciales, que les achacan graves errores militares. Por ejemplo, a Montcalm le critican por haberse precipitado al dar la batalla en Las Llanuras de Abraham, pudiendo haber esperado un poco más (hay que recordar que el tiempo jugaba a su favor). Wolfe, mientras tanto, tampoco resulta muy bien librado: se dice, que de no haber sido por el factor suerte, y por la táctica errónea de Montcalm, su ejército hubiese quedado allí en una precaria situación. Hay quien opina que la muerte de los dos generales, es la clara evidencia de sus errores tácticos en la batalla. Para resumir, existen versiones en las que incluso llegan a ser tildados de intrigantes y de no muy talentosos. En nuestra opinión, la historia los ha juzgado, y les ha dado el justo sitial que merecen. 


Wolfe y Montcalm. Fachada de la Asamblea Nacional en Quebec.
Foto por Bouchecl. Lic. Creative Commons Attribution- Share Alike 3.0

Mientras tanto, el gobernador Vaudreuil optó por no resistir, a pesar de que aun le quedaba intacta una buena parte de las fuerzas francesas. Prefirió huir hacia Montreal, tal vez para organizar mejor la resistencia. El 18 de septiembre, los británicos tomaron posesión de la destrozada Quebec, cuando ya casi no les quedaba tiempo para sacar sus barcos del río San Lorenzo. Se marcharon, dejando allí una fuerte guarnición, con unos siete mil hombres, bajo el mando del general James Murray. El frío y el hambre durante el crudo invierno, terminarían convirtiendo esa guarnición prácticamente en un hospital. 


Quebec en ruinas. Dibujo por Richard Short. Grabado por A. Benoist
Biblioteca Fisher. Universidad de Toronto {{PD-US}}

Para empeorar las cosas, en la siguiente primavera, antes de que regresara la armada británica, los franceses, bajo el mando de Francois-Gastón de Lévis, volvieron, y pudieron vencer en la segunda batalla de Quebec (Batalla de Sainte-Foy, 28 de abril de 1760). Murray, luego de sufrir importantes bajas, logró refugiarse dentro de la arruinada capital. Lévis, ávido de revancha, puso sitio a la ciudad, pero ante la inminencia de la llegada de la flota británica, debió retirarse. Se evidenciaba una vez más, que aun con buenos movimientos, no había forma de que Francia ganara la guerra.


Francois-Gastón de Lévis. Por E. Trochler, 1897
Foto por  Jeangagnon

Desde entonces, la presión británica cada vez sería mayor, aplicando una táctica de tierra arrasada, para acabar con cualquier resistencia de parte de los colonos. El objetivo esta vez fue Montreal, que sería atacada por tres frentes. Ante la inminencia del ataque, el gobernador Vaudreuil optó por rendirse sin luchar (8 de septiembre de 1760). Ni siquiera les quedaba el derecho a una capitulación decorosa. Tal vez para entonces, Lévis haya podido comprender la actitud de Montcalm, quien puso el honor, por encima de su seguridad. 


La rebelión de Pontiac. Según grabado por Alfred Bobbett, siglo XIX
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La pocas fuerzas francesas restantes fueron barridas, tanto en la zona de los Grandes Lagos, como en las tierras de Ohio. Solo se presentarían algunas escaramuzas, de allí en adelante. Los tribus indias habían quedado a su suerte, al no contar con el apoyo francés, que les brindaba cierto equilibrio ante el impetuoso crecimiento de las colonias británicas del este. Surgieron graves conflictos y muchas vidas se perderían por esta causa. Pronto, los pieles rojas levantarían de nuevo el hacha de la guerra (la Rebelión de Pontiac), pero esta, es otra historia.

Francia, sabiendo perdida la guerra, había transferido a España el territorio conocido como Louisiana (1762), con la idea, tal vez, de recuperarlo más adelante. Sin embargo, el triunfo británico fue tan completo, que terminó echando por tierra cualquier intento de arreglo que no pasara por sus manos. España y Francia habían sido arrolladas militarmente por Gran Bretaña, y deberían ser acatadas sus imposiciones. ¡Así funcionaban las cosas!


Fuente del Dragón. Palacio de Versalles. Por Israel Silvestre, 1676.
Fuente: Biblioteca del Congreso, USA.
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Con la firma del Tratado de París, el 10 de febrero de 1763, se puso fin a este conflicto. Allí Francia prefirió mantener las islas caribeñas de Guadalupe y Martinica, antes que cualquier territorio al norte de los Grandes Lagos (Canadá). Aunque esta decisión pueda lucir descabellada en el presente, para entonces esas islas tenían una gran importancia económica, por la producción de azúcar. A fin de cuentas, los franceses perdieron todos sus territorios en Norteamérica, con la excepción de dos pequeñas islas, llamadas Saint Pierre y Miquelón, frente a las costas de Terranova. 


Luis XV, rey de Francia. Por Maurice Quentin de la Tour, 1748
Museo de Louvre  {{PD-US}}

Sin embargo, el rey de Francia logró que se incluyeran ciertas concesiones en el Tratado, para que fueran respetadas las costumbres y la religión de los colonos, en algunas comunidades francesas pertenecientes a la Provincia de Quebec. Esto permitió que en ciertas zonas de Canadá, se mantuviera la influencia francesa, la cual ha llegado hasta nuestros días.



Mapa de Norteamérica que muestra la distribución de los territorios entre Gran Bretaña y
España, 1775. La línea de 1763, no permitía el crecimiento de las colonias del este, para
proteger los territorios de los indios. Fuente: National Atlas of the United States.

                                                           
España logró conservar los territorios de Louisiana que quedaban al oeste del río Mississipi, pudo recuperar sus posesiones en Cuba, y en las islas Filipinas, en el otro lado del mundo, a cambio de renunciar a la Florida. No parecía haber salido mal, después de todo...


Bandera del Reino Unido, hasta 1800. Fuente: Hoshie, Wikimedia User.

Gran Bretaña había surgido como el árbitro del mundo. Su armada imponía su ley en todos los océanos. Los británicos navegaban a toda vela, hacia la formación del imperio más extenso en la historia. 

Pero, sin haberlo notado, en las tierras de Norteamérica había quedado sembrada una semilla que germinaría muy poco tiempo después. Las equivocaciones británicas y la ambiciones de unas colonias que sentían el llamado de un gran destino, terminarían ocasionando una dura derrota a Gran Bretaña, que significaría el nacimiento del país más importante de la época moderna.


El Espíritu del ´76. Versión sobre el original de
A.M. Willard. Abbs T Hall. Marblehead, Mass.
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Muy pocos años después, los franceses volverían a pisar el suelo norteamericano, esta vez como aliados de quienes les habían combatido ferozmente. Los Estados Unidos de Norteamérica, Gran Bretaña y Francia, con el tiempo, llegarían a ser aliados incondicionales. 


Develado de la Estatua de la Libertad
Por Edward Moran. Fuente: Museum of New York City.


Bibliografía

1)   La Formación de América del Norte. Isaac Asimov. Historia Universal ASIMOV. Versión digital.

2)   Historia Universal. Carl Grimberg, vol. 27. Nacimiento de una Nación. Ed. Especial. Bohemia, C.A. Caracas, 1988.

3)   Los Grandes Imperios, vol. 23. USA. Hacia el Poder Mundial. Ed. SARPE. Madrid, 1985.

4)   El Nacimiento de los Estados Unidos. Isaac Asimov. Historia Universal ASIMOV. Alianza Editorial, 3a edición. Madrid, 2012.

5)   The Braddock Expedition of 1755: Catastrophe in the Wilderness. Frank A. Cassell. Historical Society of Pennsylvania. Versión digital.



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