domingo, 7 de abril de 2024

Grandes exploraciones. La Terra Australis Incognita y los viajes del capitán Cook (parte 2).

 

Vista de Tahití.
Diario del primer viaje del capitán Cook al Pacífico. Publicado 1893.
Edición del diario realizada por el Proyecto Gutenberg.

El Endeavour zarpó desde Plymouth, al suroeste de Inglaterra, en agosto de 1768. Sería el primero de los tres viajes al Pacífico, comandados por James Cook. Tomaron rumbo hacia el suroeste, hasta la isla de Madeira. Desde allí, luego de cruzar el océano Atlántico, arribaron a Río de Janeiro. Bordeando las costas suramericanas, navegaron hasta que finalmente avistaron el Cabo de Hornos, donde las aguas de ambos océanos se mezclan. Siguiendo con su itinerario, surcaron casi ocho mil kilómetros, para arribar a la isla de Tahití, con el tiempo suficiente para preparar las observaciones astronómicas, que eran parte de su misión. 

El día 3 de junio de 1769, de acuerdo a lo previsto, ocurrió el tránsito de Venus frente al Sol. Una vez llevadas a cabo las mediciones científicas, se dio inicio a la importante y secreta encomienda que el gobierno británico había asignado a Cook. Esta no era otra que la búsqueda exhaustiva del gran continente sur. En caso de que fuera real, ellos debían ser los primeros en saberlo, como principal potencia mundial que eran para entonces. Pero también estaba la posibilidad de que esa tierra no existiera, eso requería de la habilidad y la consistencia que James Cook había demostrado. 

A bordo del Endeavour, iba Joseph Banks, el futuro presidente de la Royal Society de Londres. Buena parte de su fortuna, la había dedicado al impulso de la actividad científica. A fin de cuentas, a él se debió el gran aporte de esa expedición al conocimiento, en especial en las ramas de la botánica y la zoología. Pero él era un hombre ostentoso. A la hora de embarcar, se presentó con una comitiva de ocho personas, entre las que se contaba el eminente naturalista Daniel Solander, discípulo del famoso Linneo. Además iban su secretario privado, dos dibujantes y cuatro sirvientes. A eso se sumaba un gran despliegue de equipaje y material de trabajo e incluso, dos grandes galgos. No cabe duda de que Banks era todo un personaje.

El principal reto que el teniente Cook enfrentaba, era el de ir en procura de algo que tal vez no existía. Frente a sí, estaba el inmenso océano austral, para entonces poco explorado y casi desconocido. Para complicar las cosas, la embarcación no disponía de reloj náutico, recientemente inventado, que permitiera determinar los grados de la longitud. Sin embargo, con la ayuda del astrónomo Charles Green, se pudo realizar el cálculo preciso de la posición. Gracias a su gran dominio de las cartas náuticas, y su instinto como marino, Cook logró ir sorteando las dificultades. 

Una de sus mayores preocupaciones era la prevención de las enfermedades y el cuidado de la higiene, en general. Hasta entonces, el escorbuto constituía un verdadero azote para la gente de mar. Sus síntomas inequívocos, eran la inanición y la rigidez articular, el sangrado de las encías, con la pérdida de los dientes. No era raro que el enfermo terminara por fallecer. En los viajes largos, siempre llegaba, para cobrar su elevada cuota de vidas. Un médico naval inglés, James Lind, poco antes había encontrado que la ingestión de frutos cítricos, no solo prevenía, sino que podía curar esa enfermedad. 

Posiblemente enterado de ese descubrimiento, Cook se esmeró, casi hasta rayar en el fanatismo, en observar las normas básicas de la higiene y muy importante, la dieta de los pasajeros y la tripulación. Algo inusitado, como la inspección de la limpieza de las manos de los marineros, se convirtió en práctica común. El castigo a la falta de aseo, era la pérdida de la cotidiana ración de licor... Dotado de ingenio y curiosidad, Cook experimentó no solo con las frutas cítricas y sus zumos. También probó con otros frutos y vegetales, con los que podía surtirse a lo largo del viaje. Hay que agregar, que el consumo de chucrut, como parte básica de la dieta, resultó ser todo un éxito.  

Desde Tahití, pusieron proa al sur y luego al suroeste. Llegaron hasta los cuarenta grados de latitud meridional. Al no divisar señales de la proximidad a tierra en esa dirección, se dirigieron al oeste, para arribar a Nueva Zelanda. Durante los siguientes seis meses, se dedicaron a recorrer sus costas. James Cook estuvo enfrascado en algo que en verdad le apasionaba, como era la cartografía. A pesar de algunos errores, sus mapas fueron de buena calidad. Luego de circunnavegarlas, comprobó que se trataba de dos islas principales, separadas por un estrecho (el cual llevaría su nombre). 

El debate sobre el tema del gran continente austral se avivó durante la navegación alrededor de las islas neozelandesas. Hasta que no culminó la circunnavegación de ellas, a bordo se mantuvo la polémica entre los bandos que creían que eran la prolongación de una gran masa continental, entre quienes estaba Banks y los que opinaban que eran solo islas, como era la opinión de Cook.

La exploración de Nueva Zelanda resultó de sumo interés para los naturalistas, por la riqueza de material zoológico y botánico. Banks y Solander estaban pletóricos de entusiasmo. Lamentablemente, llegaron a producirse fuertes roces y enfrentamientos con los nativos de esas tierras, de la etnia Maorí. Aquel no era más que el presagio o la antesala de las tragedias humanas y ecológicas que ocurrirían allí en el futuro. 

En la ruta de regreso hacia Europa, Cook prefirió navegar en sentido oeste, ya que finalizaba el mes de marzo, y el verano austral tocaba a su fin. El retorno por el Cabo de Hornos no auguraba nada bueno, en esa época del año. De ese modo, el cambio de estación le estaba privando de proseguir la búsqueda del elusivo continente. En lugar de ello, explorarían las costas del este de Nueva Holanda, hoy Australia, continuando por la ya conocida ruta de las Indias Orientales. A partir del Cabo de Buena Esperanza, bordeando África en dirección norte, regresarían a casa, en Inglaterra. A la larga y pese a algunos percances, esa probaría ser la mejor decisión.  

Navegando en dirección oeste, las rachas de fuerte viento les impidieron acercarse a la actual Tasmania, siempre intentando resolver la cuestión del continente austral. En lugar de ello, se toparon con un saliente en la costa, un promontorio al que Cook bautizó como punta Hicks, en honor a quien hizo el avistamiento. De ese modo, se encontraban ante la costa sudoriental de Australia. 

Nunca antes los ojos europeos habían contemplado aquel panorama. Continuando hacia el norte y manteniendo siempre la tierra a la vista, mientras el comandante continuaba haciendo la cartografía y bautizaban algunos lugares, se encontraron con una ensenada de poca profundidad. Allí descendieron a tierra. Originalmente llamada bahía Stingray, fue tal la riqueza de las especies botánicas nuevas para la ciencia, que Joseph Banks y Daniel Solander pudieron recolectar, que optaron por darle el nombre de Bahía Botánica, que aún conserva, como recuerdo de aquel memorable viaje. 

En su embeleso, Banks luego recomendaría ese lugar para el asentamiento de una colonia. Sin embargo, años después, los ingleses intentarían fundar un fuerte y una colonia penal allí, pero decidieron hacerlo más al norte, en un lugar llamado Port Jackson en la cala de Sidney, dando origen a la ciudad que lleva ese nombre. Allí se produjeron los primeros encuentros con los habitantes de esos lugares, que resultaron ser gente pacífica. 

Desde ese lugar, el Endeavour continuó costeando hacia el norte. Trazando mapas, catalogando especímenes, sin sospecharlo, se encaminaban hacia uno de los momentos más tensos y peligrosos de todo el viaje. Antes de concederles el éxito, el destino sometería al oficial Cook y hasta al último hombre a bordo, a una exigente prueba. 

Pronto seguiremos con este relato...



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