lunes, 27 de noviembre de 2023

Grandes exploraciones. La Terra Australis Incognita y los viajes del capitán Cook (1a parte).

 

Galileo ante el Santo Oficio. Por Joseph-Nicolas Robert-Fleury, Siglo XIX.
Fuente: https://web.archive.org


Los avances en el conocimiento de nuestro universo, antes de la llegada de las modernas tecnologías, fueron el resultado de un lento y tortuoso proceso de aprendizaje. La natural curiosidad de los seres humanos tropezó con barreras difíciles de superar y el saber se convirtió en el privilegio de unos pocos. Debido a ello, hubo prolongados períodos en los que predominó el oscurantismo y la ignorancia. Por muchos siglos, los prejuicios, mayormente debidos a la superstición, se constituyeron en un freno, al fomentar el temor a lo nuevo y a lo desconocido.


Penitentes flagelándose. Xilografía. Autor desconocido, 1493.
De: Schedel'sche Weltchronik, vol. CCXV


Hasta no hace demasiado tiempo, los pensadores y los estudiosos de los fenómenos de la vida y la naturaleza se vieron obligados a encontrar algún tipo de correlación entre sus hallazgos y los dogmas impuestos por la religión. Ante el riesgo de ser expuestos al escarnio público y de ser acusados como herejes, muchos optaban por callar o por retractarse. Las tinieblas del calabozo o la temida hoguera eran la alternativa. No fue una tarea sencilla, pero finalmente el espíritu humano pudo alzar el vuelo por encima del laberinto en el que se encontraba prisionero. 


Dios, el Geómetra. Autor desconocido, De la biblia moralizada. París, ca. 1220.
Biblioteca Nacional de Austria. Fuente: www.archiv.onb.ac.at



Para citar un ejemplo, del cual ya hemos hablado en capítulos anteriores, está la influencia negativa que el fanatismo religioso llegó a ejercer sobre el conocimiento geográfico. Así, el Paraíso Terrenal, los dominios del Preste Juan, Gog y Magog, tuvieron una ubicación en los mapas antiguos, en los cuales, la ciudad de Jerusalén debía estar situada en el punto central. Si se une esto, a la propensión de aferrarse a lo ya establecido, resultaba muy sencillo seguir creyendo en casi cualquier cosa, con tal de que no pudiera ser refutada. De ese modo y por increíble que hoy pueda parecer, unos cuantos mitos perduraron, siendo tenidos como ciertos, durante más de un milenio.

 
Vasco de Gama desembarca en la India.
Acuarela por Ernesto Casanova, 1880. 
De Os Lusiadas, por Luís de Camoens.
 Biblioteca del Congreso, EEUU.
 

Pero el comercio y el deseo de aventura llevaron al hombre a abrirse paso a través de nuevas rutas, nuevos caminos, hacia las regiones ignotas y poco a poco contribuyeron a rasgar el manto de la ignorancia. Aun así, la competencia desatada entre algunas naciones poderosas, todavía se encargó de poner trabas a la difusión de las novedades. Las rivalidades les llevaron al intento de ocultar cualquier mapa, carta marina o diario de navegación de utilidad, para evitar que cayera en manos de otros. Predominaban los enormes intereses económicos y los juegos de poder, por encima de cualquier cosa. De ese modo, unos cuantos de esos "descubrimientos" fueron mantenidos como auténticos secretos de estado. En todo caso, no hubo manera de mantener esa información oculta durante mucho tiempo. 


En búsqueda de las siete ciudades. Francisco Vázquez Coronado en el Gran Cañón.
Por Augusto Ferrer-Dalmau, 2017. Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 Intnl.


Por lo general, todo lo que no había sido más que fruto de la fantasía, terminaba por caer por su propio peso y resultaba relativamente sencillo constatar su inexistencia. No obstante, en ciertas ocasiones, también se realizaron esfuerzos serios, destinados a la búsqueda de algunos de esos sitios irreales. Abundan los ejemplos: la Fuente de la Juventud, El Dorado, La Ciudad de los Césares, Cíbola y las Siete Ciudades... La fascinación ejercida por la posible existencia de un gran continente austral, perduró hasta el Siglo 18 y fue el motivo de algunos de los más importantes viajes de exploración acometidos hasta entonces. ¿Cuáles fueron los orígenes de esa fantasía?

Los sabios de la antigua Grecia, amaban y creían firmemente en la idea de la simetría universal. Conocedores de la forma esférica de nuestro planeta y de la gran masa continental que había al norte del ecuador terrestre, deducían que las tierras situadas al sur debían ser suficientes para que mantener el equilibrio global. En algunos mapas muy antiguos, desde los tiempos de Ptolomeo, ese inmenso territorio comenzó a ser representado, recibiendo el nombre de Tierra Incógnita. 


Mapa Mundi, por Nicolaus Germanus, 1467 (según la descripción de Claudio Ptolomeo).
Biblioteca Nacional de Polonia. Fuente: www.polona.pl


De acuerdo a eso, el Océano Índico era un gran mar interior, que no podía ser alcanzado navegando desde Europa. Algunos mantenían que la isla de Ceilán (hoy Sri Lanka), era la punta norte del mencionado continente austral. Aunque su existencia no pudo ser definitivamente rebatida durante muchos siglos, su posición en los mapas fue corriéndose poco a poco hacia el sur, en la medida que progresaban la técnicas de la navegación, al disponerse de mejores embarcaciones, que mejoraban la posibilidad del viaje de ida y el de retorno al punto de partida. 

El viaje de Bartolomé Diaz, al rebasar el extremo sur de África para encontrarse con el Índico, en el año de 1488, obligó a la enmienda del colosal error. Aun así, la existencia del continente austral continuaba siendo defendida con manifiesta terquedad. Cuando Fernando de Magallanes encontró el paso hacia el Mar del Sur, en 1520, los "expertos" dedujeron que la Tierra del Fuego era el extremo norte del elusivo continente. No obstante, casi un siglo más tarde, el holandés Willem Schouten bordeó el Cabo de Hornos, a 55 grados de latitud sur, encontrando así el límite sur de la tierra americana. De nuevo había que corregir los mapas...


Abel Tasman, su esposa y su hija. Por Jacob Gerritsz. Cuyp, 1637.
Biblioteca Nacional de Australia. {{PD-US}}


El descubrimiento de una inmensa extensión de tierra, en medio de las aguas del Pacífico sur, a comienzos del Siglo 17, despertó de nuevo las esperanzas acerca de la existencia del gran continente austral. Como de costumbre, creyeron haber encontrado su extremo norte. Esa tierra fue bautizada con el nombre de Nueva Holanda. Pero allí aún quedaba mucho por explorar. Algunas décadas más tarde, el famoso marino holandés, Abel Tasman, culminó su circunnavegación, comprobando que se trataba de una isla. A pesar de su colosal tamaño, aquella no fue sino otra decepción para los creyentes en la existencia de la Terra Australis Incognita. Sin embargo, como una reminiscencia de esos tiempos, le quedaría su nombre: Australia.


Tahití. Autor desconocido. Tomada del diario del capitán Cook, publicado por el Proyecto Gutenberg, 1893.

Un siglo después, la Royal Society de Londres, comenzó a organizar una expedición hasta el confín opuesto del mundo, a la isla de Tahití. El objetivo principal era aprovechar el tránsito del planeta Venus frente al sol, predicho para el día 3 de junio de 1769, para hacer mediciones, que al ser comparadas con las obtenidas desde diferentes puntos del globo terráqueo, permitirían calcular algunas variables astronómicas, con muy buena precisión. Pero también llevaban la misión de explorar los mares del sur, en busca del continente perdido. El alto mando de la armada británica decidió poner al mando a un suboficial, brillante, pero desconocido hasta entonces. Su nombre era James Cook. Su escogencia probaría ser un gran acierto...


El capitán James Cook. Por Nathaniel Dance-Holland, 1775.
Museo Marítimo Nacional. Londres. 



De origen humilde, Cook era hijo de un inmigrante escocés. Desde muy temprana edad, ayudaba a su padre en las labores del campo. A la edad de trece años, encontró trabajo en la tienda de suministros de una pequeña aldea de pescadores, situada en Scarborough. Allí conoció a mucha gente de mar, lo que despertó su interés en la navegación. Año y medio más tarde, fue aceptado como grumete en una de las embarcaciones que transportaban carbón a lo largo de la costa inglesa. Tras completar su aprendizaje, hizo carrera como marino mercante y demostró gran destreza navegando a través de las  aguas traicioneras del mar Báltico. 

A pesar de haber recibido una instrucción muy elemental durante su niñez, en sus ratos libres estudiaba matemáticas. Su especial talento, le llevó a convertirse en un consumado navegante, y a escalar los cargos disponibles, con gran rapidez. Pero, deseoso de aventura, entonces decidió probar suerte en la Marina Real. Como suboficial, destacó en la Toma de Quebec, decisiva para la victoria británica en la Guerra Franco India, en el año de 1759. Su pericia en la elaboración de mapas y en la navegación a través de aguas difíciles y desconocidas, fue muy importante para el avance de la flota británica a través del río San Lorenzo.


Batalla de las Llanuras de Abraham. La toma de Quebec en 1759.
Grabado basado en un boceto de Hervey Smyth, 1797.
Fuente: Biblioteca del Ministerio Nacional de la Defensa.
Canadá. {{PD-US}}
 


Durante los siguientes cinco años, comandó una goleta, explorando las complejas costas de la isla de Terranova. Los inviernos los pasaba en su hogar, en Londres, revisando el fruto de su trabajo. El resultado, fue un mapa muy bien elaborado, que llamó la atención de las instituciones militares y científicas inglesas. Sin duda, se estaba convirtiendo en un cartógrafo experto. Sumado a ello, al ser testigo de un eclipse solar, mientras aún estaba en Terranova, realizó mediciones y cálculos matemáticos, que luego hizo llegar a la Royal Society. 

Aunque todavía era un suboficial, había demostrado su valor en combate y en los mares embravecidos. Ya era conocida su pericia en la elaboración de mapas de alta calidad y su capacidad como estudioso de los cielos, algo fundamental para la navegación. A fin de cuentas, todo eso influyó sobre la decisión del Almirantazgo, de otorgarle el mando de la expedición a Tahití, por encima de otros candidatos, envanecidos por su origen noble y que creían poseer los mejores títulos para su designación. 

Hombre práctico, James Cook prefería utilizar un barco fuerte y sólido, lo que era indispensable para acometer un viaje largo y exigente. Sin grandes lujos, pero con el espacio de carga y la comodidad necesaria, sugirió al almirantazgo el uso de un buque Whitby, o collier. Se trataba de los navíos carboneros, que él conocía muy bien, y tanto admiraba por su fortaleza y su resistencia en los turbulentos mares del norte. La nave recibió el nombre de Endeavour


Réplica del Endeavour, en la Bahía de Cooktown.
Foto: John Hill, 2005. English Wikipedia.


Con sus 368 toneladas, 30 metros de eslora y ocho metros de manga máxima, sin siquiera lucir el usual mascarón de proa, algunos opinaban que no estaba a la altura de lo esperado en un barco de la armada real. El día 26 de agosto de 1768, levó anclas, primero con rumbo a Tahití, pero luego debería surcar por mares desconocidos, en busca de una tierra, que solo existía en la imaginación de algunos. En total, ese viaje tardaría casi tres años.


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