Edificio del Parlamento, en Londres, 1852. Por Edmund Walker. |
Continuaron los vaivenes en la política británica, mientras el rey Jorge III se esforzaba por aumentar su influencia en el Parlamento. En un muy corto período, habían estado al frente del gobierno, cuatro diferentes ministros, con la particularidad de que el último de ellos, el duque de Grafton, resultó ser el menos idóneo para el cargo. Y como parece ser un axioma en la alta política, pretender cubrir un error, con otro error, siempre acarrea consecuencias catastróficas.
Charles Townshend. Por Joshua Reynolds, ca. 1765. Fuente http://www.historicalportraits.com |
En ningún momento, se consideró la posibilidad de discutir la política fiscal con las asambleas coloniales. De ese modo, continuar tomando esas decisiones de manera unilateral, como siempre había sido, se convertía en una cuestión de orgullo, un verdadero punto de honor para los ingleses. Para complicar las cosas todavía más, y por absurdo que pueda parecer, algunas decisiones importantes fueron tomadas por Townshend, exaltado por los efectos del alcohol. Eso fue lo que ocurrió tras una agria discusión, en la que este, con unas copas de más, fustigó agriamente al ministro destituido Grenville, por el fracaso de la Ley de Timbres. Este último ripostó diciendo que una cosa era fanfarronear allí, pero muy diferente sería tocar el bolsillo de los díscolos colonos americanos. Townshend juró que tendrían nuevos impuestos y que los haría entrar en cintura.
Colocación de un poste, símbolo de la libertad, en desafío al poder británico. Por F. A. Chapman, 1776. |
En realidad, la paz conseguida mediante la derogación de la Ley de Timbres resultó ser muy frágil. Pronto los colonos descubrieron, que prácticamente nada había cambiado. De hecho, la segunda de las leyes coercitivas: la Ley de Acuartelamiento, nunca llegó a perder vigencia. Y esa ley era considerada como una flagrante violación del derecho natural del ser humano, por lo que pocos eran los que se prestaban a cumplirla de buen grado. Recordemos que mediante ella, se consideraba obligatorio alojar soldados ingleses en las casas de los colonos, cada vez que así fuera requerido por la autoridad militar.
Thomas Gage. Por John Singleton Copley, 1788. Fuente: Centro de Arte de Yale. New Haven, Conn. EEUU. |
Para esos días, el comandante en jefe británico en las colonias, era el general Thomas Gage, cuya insufrible torpeza y falta de tacto eran bien conocidas. En Nueva York (sede de su cuartel general), en 1766, había tenido repetidos roces con las autoridades locales, por la falta de celo en hacer cumplir la mencionada ley. Llegó un momento, que en un arranque de ira, ordenó la disolución de la asamblea de ciudadanos de dicha ciudad; el gobernador se encargó de ejecutar dicha medida. Más tarde, también sería ratificada por el Parlamento londinense.
Como resultado, se constituyó una nueva Asamblea, compuesta por los ciudadanos más conservadores, cuya lealtad por Su Majestad estaba por encima de cualquier otro sentimiento. A regañadientes, los colonos se vieron obligados a obedecer, lo que contribuyó a retrotraer viejos rencores. El repudio hacia los soldados británicos, despectivamente llamados "los casacas rojas", comenzó a manifestarse por todas partes. Sin ninguna duda, la crisis política en las colonias continuaba in crescendo.
Pero el gobierno británico seguía tomando decisiones, sin tomar en cuenta la opinión de los ciudadanos. Ahora, por añadidura, pretendía controlar, convirtiendo en simples títeres, a los integrantes de las asambleas coloniales. La noticia sobre lo ocurrido en Nueva York se propagó, cundiendo la alarma en las otras doce colonias. Era imperativo actuar con rapidez, o la poca autonomía que aún les quedaba, se iría al traste. Las Leyes de Townshend parecieron levantar una polvareda, que los más radicales se iban a encargar de convertir en un gran torbellino.
Para entonces, el muy perspicaz Samuel Adams posiblemente se frotaba las manos, viendo en aquella situación una oportunidad para seguir adelante con sus planes independentistas. Para comenzar, se propuso reiniciar el sabotaje a las actividades aduanales y comerciales británicas. Con ese fin, se puso en contacto con los líderes de las demás colonias. No obstante, está claro que sobre todo en los sectores aristocráticos y burgueses, existía un cierto sentimiento de temor y hasta de rechazo por los métodos radicales de Adams y los Hijos de la Libertad.
Aun así, la errónea política inglesa, se encargó de suministrar el ingrediente necesario para dar cohesión a la rebeldía de aquella sociedad, conservadora por naturaleza. De haber comprendido Jorge III, que los colonos lo único que pretendían era ser tratados como ciudadanos ingleses de ultramar, los acontecimientos posiblemente habrían tomado otro rumbo. Para ello, solo hubiese sido necesario hacerlos sentir que su voz era escuchada y que podían participar, aunque estuvieran en minoría, en la toma de decisiones. Ah... pero el orgullo y la soberbia nunca han sido buenos consejeros.
Una página de la Carta Circular, de Sam Adams, de 1768. Tomado de alphahistory.com/americanrevolution |
Mientras, en Boston, Samuel Adams se encargaba de mantener las brasas encendidas. Él y James Otis, elaboraron una carta, en la que hacían un llamado a las demás colonias, para salir en defensa de sus derechos. El 11 de febrero de 1768, la distribución de ese mensaje fue autorizada, por parte de la asamblea de ciudadanos de Massachussetts. Esto, como era de esperar, fue considerado como un evidente acto de rebelión, por la autoridad británica. Es muy posible que Adams y Otis hayan anticipado esa reacción y lo que ocurriría después. Si eso fue así, todo les salió a pedir de boca. A comienzos del mes de julio del mismo año, el gobernador Francis Bernard disolvió la asamblea en pleno, cuando esta ratificó su apoyo al contenido de la carta.
La escalada de violencia continuó, cuando uno de los barcos del acaudalado comerciante John Hancock fue confiscado por los fiscales de la aduana en Boston. Se le acusaba de transportar mercancía de contrabando. Fuera cierto o no, Hancock recurrió a los "servicios" de los Hijos de la Libertad. Estos no se hicieron rogar y luego de sembrar el caos por toda la ciudad, atacaron el puerto, logrando rescatar el barco. A pesar de la gravedad de lo acontecido, ese día no hubo pérdida de vidas.
Llegada de las tropas británicas a Boston, en 1768. Reproducción hecha en 1898, a partir del original, por Paul Revere, Fuente: Biblioteca Pública de Boston, Mass. EEUU. |
George Washington y las faenas del campo, en Monte Vernon, ca. 1853. Por Régnier imp. Lemercier, París, según original por Junius Brutus Stearns. Fuente: Biblioteca del Congreso, EEUU. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario