lunes, 31 de octubre de 2022

Apuntes sobre la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (parte 2). Jorge III y las leyes coercitivas.

 

Londres y el Támesis, desde Richmond House. Por Canaletto, 1747.
Fuente: Web Gallery of Art.

El 25 de octubre de 1760, moría en Londres, el viejo rey Jorge II. Tanto él, como su predecesor, habían nacido fuera de la Gran Bretaña. Su origen foráneo y sus obligaciones como príncipes Electores en Hannover, con frecuencia apartaban su atención, de los asuntos cotidianos de la vida inglesa. De hecho, ellos apenas si hablaban el idioma de Shakespeare. Por haber fallecido su hijo mayor, nueve años antes, la sucesión recayó en su joven nieto, quien ascendió al trono, con el nombre de Jorge III. 

Al contrario que los anteriores reyes de la Casa de Hannover, el nuevo monarca, sí era nacido en Inglaterra, y se expresaba en inglés preferiblemente. Su mayor apego por su tierra natal, le llevó a enfrentar situaciones propias de la monarquía parlamentaria británica, que a sus antecesores, no pareció importarles demasiado. 


Batalla de Waterloo. Por William Sadler, 1815.
Pyms Gallery, Londres, UK. Fuente: Napoleon.org.pl


Le correspondió gobernar en una época convulsa, de graves conflictos internacionales, con notables triunfos para su país. Incluso, durante su reinado, Inglaterra consiguió derrotar al gran corso, Napoleón Bonaparte; de por sí, esto podría considerarse como algo remarcable. Pero su nombre sería más recordado, por ser el hombre que perdió las trece colonias del norte, que finalmente dieron origen a los Estados Unidos de América.


Jorge III. Por Thomas Gainsborough, 1785. 
Colección del Castillo Real. Varsovia, Polonia.
Fuente: Google Arts & Culture.
 


Parece muy posible, que Jorge III sintiera envidia por el poder omnímodo que ostentaban otros mandatarios europeos, cuyos deseos eran órdenes y sus palabras, eran ley. Pero, pretender oponerse al tradicional sistema político inglés, equivalía a jugar con candela. Podía perder la corona y hasta la cabeza, si no se manejaba con precaución. El único recurso que estaba a su alcance, era el de tratar de controlar el Parlamento, colocando allí, ciertas fichas que él pudiera manejar a voluntad. Y durante su reinado, fue lo que siempre intentó. Poco después de asumir el mando, encontró el modo de deshacerse, obligando a renunciar, al incómodo y poderoso Primer Ministro, William Pitt. 


William Pitt, el viejo. Copiado de un original por Richard Brompton, 1772.
Galería Nacional del Retrato. Londres, UK.


Esa misma ansia de actuar a sus anchas, como un rey absoluto, le llevó a cometer graves errores, en su trato con los súbditos americanos. Hasta podría decirse, que intentó gobernarlos de manera despótica. Allí, no existía un molesto parlamento que coartara sus decisiones. Jorge III consideraba, que podía pasar por encima de las decisiones de las asambleas y cámaras coloniales, supuestamente débiles frente al poder real. 


La propiedad del General Timothy Ruggles, en Hardwick, Massachussetts, ca. 1770.
Por Winthrop Chandler. Fuente: Museo de Arte de Worcester. 


Además, en caso de producirse alguna protesta allí, a cinco mil kilómetros de distancia, tampoco era algo como para perder el sueño. Pero el maltrato a los colonos, una vez que estos se vieron libres de la influencia francesa, no hizo más que estimular su sentimiento de rebeldía, terminando por rechazar toda imposición proveniente de Inglaterra. 


Jean-Jacques Rousseau. Por Maurice Quentin de la Tour, ca. 1860.
Museo Antoine-Lécuyer, San Quintín, Francia.


El asunto del contrabando en las colonias, era algo que debía ser resuelto. Apartando las pérdidas que ello significaba para las arcas reales, era intolerable que los colonos no tuvieran reparo de comerciar con cualquiera, ¡incluso con los franceses! Comenzaron los roces, cuya intensidad iría in crescendo, en la medida en que una mayor cantidad de personas fue tomando mayor conciencia de sus derechos. Fue la época en que las ideas del escritor Jean-Jacques Rousseau, sobre el derecho natural y la igualdad, se estaban abriendo paso y parecían propagarse, de manera viral. Con el paso del tiempo, el clima político se iba haciendo cada vez más propicio para la rebelión.  


Contrabandistas, ca. 1785.
Fuente: Contrabando en el Siglo XVIII.
Artículo en BBC, BITE.SIZE (bbc.co.uk)


Para combatir el tráfico ilegal, los funcionarios británicos de aduana, estaban facultados para allanar cualquier lugar, incluso la residencia, de algún ciudadano sospechoso de poseer artículos de contrabando. Por supuesto, el contrabando no era algo bien visto, pero el tema de fondo, se centraba en la legalidad o no, de la medida adoptada por el gobierno inglés. Esos mandatos de asistencia, habían sido abolidos en Inglaterra, desde hacía mucho tiempo. Aquella vieja frase "La casa de un hombre es su castillo..." parecía ser válida para los habitantes de Inglaterra, mas no para los colonos americanos. En Massachussetts, donde el contrabando era algo común, esto levantó un gran revuelo.


James Otis. Por Joseph Blackburn, 1755. 
Fuente: English Wikipedia. 
 

Apareció entonces, el brillante y cautivador verbo de James Otis, acerca del derecho natural, que debía ser inviolable por toda autoridad, donde incluía al rey y el Parlamento. A fin de cuentas, él predicaba, que los ciudadanos americanos, al negarse a obedecer ese tipo de ley, estaban defendiendo un principio inalienable. Aunque el gobierno británico se mantuvo imperturbable en su posición, los discursos de Otis quedaron prendidos en la mente de numerosos colonos. Tal vez sin percatarse, él había abierto un umbral, cuyo cruce iba a transformar de manera radical la actitud de silencio y conformismo de las mayorías. 


Vista de Richmond, Virginia, desde las colinas. De una pintura por G. Cooke, ca. 1830.
Modificado por el usuario Morgan Riley, en Wikipedia.org

Muy pronto, comenzaría a manifestarse el rechazo a cualquier medida, que proviniera de Londres. Hubo un juicio muy sonado, conocido como el caso Parsons, en el cual una corte local, finalmente decidió en contra de un decreto emitido por el propio rey. Ocurrió así... Desde hacía mucho tiempo, los clérigos recibían una asignación anual, pagada con un peso de tabaco, ya establecido. Sin embargo, durante varios años, la producción de la hoja disminuyó drásticamente, lo que disparó los precios hasta el triple. Obviamente, eso equivalía a triplicar también el pago al clero, mientras el producto escaseaba. Para evitar el pago con un producto sobrevaluado, los agricultores optaron la cancelación de un monto fijo, pero utilizando dinero efectivo. 


La vieja iglesia de Bruton, Williamsburg, Virginia. Por Alfred Wordsworth Thompson, 1893.
Museo de Metropolitano de Arte. NY. EEUU. 


El caso llegó ante la asamblea legislativa de Virginia (Cámara de los Burgesses), por cierto, controlada por los grandes hacendados. Con buenos argumentos, esta decidió a favor de los productores. Pero en el año de 1759, el rey Jorge II derogó dicho fallo, obligando a la cancelación completa de lo estipulado originalmente. Los dueños de las grandes plantaciones, parecieron no darse por enterados de eso y preferían atenerse al dictamen de la asamblea. Bien sabían que aquello era un desacato a la voluntad real. Esa situación se mantuvo, hasta que el reverendo James Maury, presentó una demanda judicial contra ellos, en 1763. 


Patrick Henry. Copia por George Bagby M. a partir del original por Thomas Sully, ca. 1825
Fuente: www.senate.gov/artandhistory


En esa oportunidad, otro notable orador, cuyo nombre era Patrick Henry, actuó como abogado de la defensa. Su discurso, no se centró en las virtudes o los defectos de la decisión tomada por la asamblea legislativa, sino en la arbitrariedad del gobierno inglés, al dejar sin efecto esa decisión. Según Henry, se trataba de una flagrante violación del derecho natural y por tanto, carecía de validez. Su elocuencia, le permitió ganar el caso, lo que se constituyó, en un claro precedente en contra de los decretos de la corona y el parlamento inglés.  

Flotaba el descontento en el ambiente, era fácil percibirlo, luego de la firma del Tratado de París, en 1763. El gobierno británico, deseoso de anticiparse a cualquier posible revuelta, decidió apostar una fuerza permanente de diez mil soldados del ejército regular, en las colonias norteamericanas. Lo más indignante, era que el abusivo y desproporcionado contingente, no estaba destinado a custodiar las fronteras. Habían llegado, solo para mantener el orden en las ciudades más pobladas. Los colonos comenzaron a quejarse de aquel continuo estado de sitio, en el que vivían. Pero en Londres, permanecían sordos ante sus reclamos. No imaginaban los americanos, que muy pronto, la situación se haría mucho más agria, casi en un abrir y cerrar de ojos. 


George Grenville. Por William Hoare, 1764.
Colección de la Iglesia de Cristo. Universidad de Oxford, UK.


Al asumir el cargo de Primer Ministro en Inglaterra, George Grenville se encontró con el país casi en bancarrota. La deuda y los gastos del gobierno serían insostenibles, sino se tomaban medidas urgentes. En ese momento, la mejor fuente de recursos, no era otra que la implantación de nuevos y elevados impuestos. Pero, por las dificultades ya conocidas de la política británica, se tropezó con la hostilidad de la ciudadanía y el rechazo del Parlamento. Debería encontrar otra solución... 

De inmediato, su pensamiento voló hasta el otro lado de Atlántico. Habría que aumentar las rentas, aumentando la carga tributaria a los colonos americanos. Después de todo, la guerra con Francia, había traído una mayor prosperidad a muchos de ellos, en especial quienes se aprovechaban del contrabando. ¡Ahora les correspondía sufragar una parte de los gastos militares! De ese modo, se aprobó el aumento de los aranceles sobre el azúcar, el café, el vino y los productos textiles. El impuesto se le cobraba a los importadores, de manera que luego fuera cargado al precio final y por ende, al consumidor. A la vez, se aprobó una ley que prohibía la emisión de billetes en las colonias. El pago con papel moneda, favorecía la economía local, en perjuicio de los comerciantes británicos. 


Publicación de prensa sobre la Ley de Timbres, 1765.
Emitida por el Parlamento Británico.
Fuente: Biblioteca del Congreso. 
Usuario de Wikipedia: Gwillhickers.


Aun así, las dificultades en el cobro de los impuestos indirectos y el aún floreciente negocio del contrabando, hacían insatisfactorio el monto de lo recaudado. Estaban muy lejos de las metas propuestas. No quedaba más remedio, que pechar directamente a los colonos. Fue entonces cuando se aprobó, el 22 de marzo de 1765, la famosa Ley de Timbres. Mediante ella, se obligaba a los ciudadanos, a colocar timbres fiscales, en cualquier documento de transacción, diploma o licencia, para poder darle legalidad. Su valor iba desde medio penique, hasta diez libras. La ley estipulaba el monto a pagar, según fuera el caso. Además, su incumplimiento, podía acarrear onerosas multas.


Soldado inglés del 60° regimiento, 1758.
Fuente: digitalgallery.nypl.org


Paralelamente, como una clara medida de control y coerción, en mayo del mismo año, fue aprobada la Ley de Acuartelamiento. Mediante ella, los ciudadanos americanos, quedaban obligados a alojar, en sus propios hogares, a los soldados ingleses, cuando la autoridad británica así lo requiriera. No podía ser más evidente, que ese era un intento para extirpar de raíz, la menor señal de rebelión o descontento en la ciudadanía. Tal vez, ya el gobierno manejaba una lista de sospechosos de sedición... ¿Dónde quedaba la inviolabilidad del hogar de un ciudadano? ¿Y la Ley Natural? 

Pero si esa fue la intención, más bien estaban avivando la llama del descontento, en vez de extinguirlo. De habérselo propuesto, no habrían podido idear un par de medidas más odiosas, que esas leyes del año de 1765. 


Lecturas adicionales.

La Casa Hannover y Gran Bretaña. 

Monarquía parlamentaria británica. 

Jorge III y la independencia de los Estados Unidos. 

El Contrato Social y Rousseau. 

Napoleón Bonaparte. Sus últimos años.

Las leyes coercitivas y sus consecuencias. 






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