domingo, 18 de julio de 2021

Hatshepsut y Deir el Bahari (parte 1).


Avenida de las esfinges. Templo de Luxor, Egipto. Foto: Jerzy Strzelecki, 2007.
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0


El antiguo Egipto, con todas sus maravillas, comenzó a ser realmente comprendido desde la tercera década del Siglo XIX. Esto en gran parte, fue posible gracias a los concienzudos trabajos del historiador Jean-François Champollion, quien a partir de las inscripciones conservadas en la Piedra de Rosetta, consiguió descifrar la escritura jeroglífica. De ese modo, la historia de ese pueblo milenario había quedado como un libro abierto, para quien fuera capaz de leerlo. Todo parecía estar allí, registrado en sus hasta entonces enigmáticos mensajes e inscripciones. 


La piedra de Rosetta. Museo Británico, Londres, Reino Unido. 
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Como era de suponer, esto significó un gran revuelo en el mundo científico y cultural de entonces. La Egiptología, sin lugar a dudas, se convirtió en una de las actividades más cautivadoras y prestigiosas entre la comunidad científica internacional. Impresionantes hallazgos, que llegaron a deslumbrar al mundo, como el de la tumba de Tutankamon, en 1922, excitaron la imaginación de un gran número de personas. Incluso, se le añadió un toque de fantasía, cuando algunas coincidencias, contribuyeron a propalar la idea, de que había caído una maldición, sobre aquellos que habían abierto (y supuestamente, profanado), esa tumba. Al día de hoy, resulta inimaginable la cantidad de material, que el trabajo de los arqueólogos ha permitido sacar a la luz, así como el número de páginas que se han escrito, sobre la civilización del Nilo.


Detalle del respaldo del trono ceremonial de Tutankamon. Foto: Djehouty, 2019.
Museo del Cairo, Egipto. Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 Int.


Por desgracia, hallazgos como ese, pueden ser considerados como una excepción y no la regla. De manera decepcionante, puede afirmarse que la mayor parte de los bienes valiosos y efectos personales, destinados a acompañar a sus dueños, en el largo viaje a través de la eternidad, desapareció de una manera más bien fugaz. La depredación y el saqueo, a los que fue sometida la mayor parte de esos tesoros, se inició desde el mismo instante en que las tumbas quedaban selladas. Los esfuerzos de los constructores, por burlar a los saqueadores, terminaron siendo infructuosos. A fin de cuentas, sería de suponer, que si la depredación y el despojo nunca cesaron, lo que ha podido hallarse, debió ser muy poco, al lado de lo sustraído a lo largo de varios milenios.


Tutankamon destruyendo a sus enemigos. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Yann Forget. Fuente: Le Musée Absolu. Phaidon.



Al profundizar en sus investigaciones, los egiptólogos se encontraron ante otro problema igual... ¡o tal vez más grave! Se descubrió, que la adulteración y la eliminación de las inscripciones, incluso el borrado de nombres, durante algunos períodos históricos, llegó a ser una práctica bastante generalizada, entre los egipcios de la época de los faraones. Esto generó "ciertos baches", que dificultaban la posibilidad de establecer una secuencia completa y confiable de los gobernantes y de sus realizaciones. El punto de partida de esas listas reales, habían sido los escritos, por fortuna hechos en griego, de un sacerdote llamado Manetón, quien vivió en el Siglo III antes de Cristo. 


Lista de reyes de Abidos, Egipto. Presidida por Seti I y su hijo, Ramsés II.
Foto: Rudolf Ochmann, 2006. Lic. Creative Commons Attribution- Share Alike 3.0 Un.
 


Lo cierto, es que según las creencias de los egipcios, al borrar el nombre de una persona, se le privaba de la posibilidad de disfrutar de otra existencia... como un renacer, en el más allá. Desde el punto de vista metafísico, eliminar el recuerdo de alguien, podría ser considerado como su muerte definitiva. Por diversos motivos, los faraones, visires y gobernantes, e incluso los sacerdotes, podían ser acreedores de ese castigo terrible, que los perseguiría hasta en el inframundo. De ese modo, sus nombres eran execrados de cualquier inscripción o monumento, en especial si estaba ante la vista del público.


Obelisco en Karnak en 1900. Por: Henry Bacon. 
Museo de Arte de Honolulu, Hawái, USA.
Fuente: Academia de Arte de Honolulu.

De manera llamativa, entre propios los faraones, no era extraño que se produjera esa práctica, la cual, podría atribuirse no solo al castigo o a la venganza. También podía ser debida a una intención de agrandar sus logros personales, de hacerse propaganda. Simplemente, mandaban a borrar el nombre de algún predecesor, en una obra importante y hacían grabar el suyo propio. No hay que ser muy imaginativo, para comprender que esto constituye un problema adicional, para el estudio de una cultura, que se ha basado precisamente, en la interpretación de sus inscripciones.

No obstante, en ciertas oportunidades, el ingenioso trabajo de los expertos, ha permitido enderezar algunos de esos entuertos históricos. Gracias a ello, situaciones y personajes que llegaron a quedar en el olvido, recobraron su sitial y su verdadera importancia. Algo como esto, ocurrió con una mujer extraordinaria, que estuvo en el anonimato por más de dos milenios, debido a los intentos de los gobernantes posteriores, por eliminar el recuerdo de su nombre. Resulta notorio, que en ninguna lista de los reyes del antiguo Egipto, figure ella como la sucesora de su esposo, Tutmosis II. De igual modo, se llevó a cabo un ataque sistemático a sus estatuas y monumentos. Ella fue Hatshepsut, quien no solo llegó a ser reina de Egipto, sino que ejerció el poder como un verdadero faraón, mientras portaba los atributos propios de un gobernante del sexo masculino. Según todo parece indicar, ese fue uno de los principales motivos, para el inclemente ataque a su legado. 


Hatshepsut. Fragmento, ca. 1498-1483. 
Museo de Bellas Artes, Boston MA. EEUU. 
Foto: Keith Schengili-Roberts, 2007. Lic. CC BY- SA 2.5 


Habiendo sido uno de los más exitosos monarcas, de la que ha sido considerada como la dinastía más importante del antiguo Egipto: la Dinastía XVIII (1570-1295 antes de Cristo), su acceso al poder no resultó sencillo, ni directo... Antes bien, debió moverse con tiento y habilidad, a pesar de que le asistían todos los derechos, que le conferían su sangre real y sus vínculos conyugales. Siendo descendiente de faraones y viuda de un faraón, Tutmosis II (su medio hermano), al no haber engendrado un descendiente varón, tuvo que conformarse al ver como la sucesión recaía sobre el hijo de una de las concubinas de su difunto esposo. Sin embargo, para entonces, este era solo un niño. Se trataba de Tutmosis III, quien a la postre, llegaría a ser considerado el más grande rey que jamás haya portado las dos coronas del país del Nilo.


Reconstrucción de las terrazas del templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari, Egipto. 
Publicado por Ernst Keil, en Die Gartenlaube, Leipzig, 1886.


De acuerdo a la costumbre egipcia, se necesitaba de un regente, mientras el nuevo rey alcanzaba la edad adulta. No fue complicado para Hatshepsut, hacerse cargo de esa regencia. Nacida para gobernar, su temple e inteligencia, le permitieron continuar la obra de engrandecimiento del país, característica de sus antecesores. Egipto había aprendido de las lecciones del pasado, manteniendo a raya a sus enemigos externos, mediante la modernización de su ejército, a la vez que comprendía la importancia de la diplomacia. Vinieron tiempos de bonanza, que se reflejaron en el modo de vida de la población y en el esplendor de las obras que se acometieron. 


Relieve en el templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari, Egipto. Foto: Madaki, 2008.
Fuente: Amaunet. Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Un.


Mientras, el joven monarca, recibía una esmerada educación y con toda normalidad, era preparado para ocupar el cargo que había heredado. Fue en el séptimo año de la regencia, cuando de manera que pudiera parecer sorpresiva, Hatshepsut tomó la decisión de convertirse ella misma, en el nuevo rey. A pesar de que al primer vistazo, esto pudiera tomarse como un acto meramente motivado por la ambición, es posible que otras hayan sido las verdaderas causas de su aparente asalto al poder. Al presente, se cree que pudo haber sido por motivos de estabilidad o seguridad interna. De cualquier modo, es difícil de imaginar que ella pudiera haber conseguido ese propósito, sin el apoyo de las castas sacerdotales, los nobles y el ejército... ¡por lo que debió ser el fruto de un consenso general!


Esfinge con el rostro de Hatshepsut, usando la barba postiza.  
Metropolitan Museum, N.Y. EEUU. Foto: Ken Schlengili-Roberts, 2007.
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.5 Gen.


A la vez, con los hilos del gobierno en sus manos, no le hubiese sido difícil el tratar de quitar del camino al joven rey, el heredero del trono. Pero esto es algo que nunca ocurrió, lo que pareciera revelar que la relación entre ellos, era de mutuo respeto, como sería de esperar de una buena relación familiar. Hasta podría afirmarse, que en ese período, Egipto tuvo dos faraones, el joven Tutmosis III y la faraón Hatshepsut. Entonces, ella comenzó a lucir atuendos masculinos, propios de un faraón, como sus tocados, incluso llegando a utilizar la barba postiza. Esto quedó reflejado en sus estatuas y pinturas. Pero en sus escritos y auto referencias, ella nunca dejó de hacer uso del género femenino. 


El dios Amón, coronando a Hatshepsut, como faraón.
Foto: Jon Bodsworth, 2006. Fuente: www.egyptarchive.co.uk



A partir de ese momento, Hatshepsut hizo mayor énfasis en su sangre real, que en el hecho de ser viuda, y reina consorte, del faraón Tutmosis II. Ya no sería la esposa del rey, sino la hija del dios Amón... no se trataba de una simple mujer, sino de una diosa. Se pensaba, acertadamente, que asignarle origen divino, le allanaría el camino al trono, de una vez por todas. ¡Y eso fue justamente lo que ocurrió!  

Sea como sea, el joven Tutmosis III llegó a aceptar tal situación y a pesar de haber adquirido mando de tropas, no existe el menor indicio acerca de una rebelión suya, para deponer a su tía. Hasta la muerte de ella, "compartieron" el poder de ese modo, con él siempre en segundo plano. Por eso llama la atención, la creencia que predominó por mucho tiempo, de que Hatshepsut fue asesinada y que de manera inmediata, se dio la orden de borrar su nombre y destruir su figura, en numerosos templos y monumentos, para condenarla al olvido. 

Hoy se piensa que en realidad, eso ocurrió muchos años después de la muerte de Tutmosis III.  Para entonces, faraones de otras dinastías, detentaban el poder. Eso es equivalente a decir, que otras casas reales, otras familias, gobernaban Egipto. Particularmente, gracias a los estudios de Champollion, Édouard Naville y Howard Carter, fue posible rescatar a la reina-faraón del limbo en el que se encontraba. De manera curiosa, el ensañamiento del que su memoria había sido víctima, pareció extenderse hasta sus restos mortales. Su momia, muy maltratada, fue hallada en el año de 1903, pero aun permanecería sin ser identificada (tras una labor casi detectivesca), durante muchos años más... 

 

  

¿Qué hizo la reina Hatshepsut? ¿Quién fue la única mujer Faraon? ¿Cómo llega al poder Hatshepsut? ¿Cuánto tiempo Reino Hatshepsut? ¿Cómo murio la reina Hatshepsut? ¿Cómo se llamaba el templo funerario de Hatshepsut?

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