viernes, 21 de agosto de 2020

Michelangelo y su obra (parte 2).

 

Julio II, Copia por: Taller de Rafael Sanzio, ca.1512. 
Museo Ufizzi, Florencia, Italia. Fuente: Web Gallery of Art.

La llegada de Julio II al trono de San Pedro, a finales de 1503, significó una verdadera sacudida en la política europea. Pero al mismo tiempo, dio un notable impulso a las artes, con sus grandes proyectos y por su tendencia a patrocinar a los artistas, como mecenas. Puede afirmarse, que bajo su influjo se produjeron algunas de las obras más importantes del Renacimiento. Entre sus más caros anhelos, estaba la construcción de un gran mausoleo, para sí mismo. Habría de ser algo majestuoso e impactante, donde se combinaran elementos arquitectónicos y escultóricos. A su juicio, el indicado para acometer ese proyecto era Miguel Ángel. Hay que agregar, que según todos los indicios, esto le atrajo la envidia de algunos de sus contemporáneos.

Cantera de Mármol, en Carrara, Italia. Cuenca de Fantiscritti.
Foto: Lucarelli. Lic. CC BY-SA 4.0

No cabe duda, de que esa obra terminaría por convertirse en mucho más que un quebradero de cabeza, para el gran artista. Entusiasmado, comenzó en el año de 1505, dedicando varios meses a seleccionar el mejor mármol en Carrara, al norte de la Toscana. Sin embargo, poco después Miguel Ángel decidió abandonar la obra y regresar a Florencia, ante la falta de atención hacia su trabajo, de aquel Papa, cuya mente parecía un hervidero de pensamientos. Pero el ilustre prelado no era un hombre manso... Mediante amenazas, que incluían la excomunión, le conminó a reanudar dicho trabajo. En realidad, l
a relación entre Julio II y él, fue muy peculiar, siempre estuvo marcada por los altibajos.

Por desgracia, el proyecto original, debió ser modificado en más de una oportunidad. Es muy posible que las obras de transformación de la antigua basílica de San Pedro, comenzaran a absorber la mayor parte de los recursos disponibles, en detrimento del mausoleo. Aquel mal comienzo, pareció marcar no solo la realización de esa obra, sino la carrera e incluso la vida, del genial escultor. No serían pocas las veces, en las que hubo de sufrir la impotencia de no ver la culminación de sus labores. En él, se fue arraigando un sentimiento de frustración y amargura, del cual nunca lograría desprenderse.  

Tumba de Julio II, proyecto original, 1505. Según F. Russoli, 1952.
Por Sailko. Lic. CC BY-SA 3.0

Inicialmente, la tumba de Julio II fue concebida como una especie de estructura piramidal de tres niveles, siete metros de altura y once metros en la base, con relieves de bronce. Aquel impactante conjunto "sería habitado" por unas cuarenta esculturas de gran tamaño, de diversos personajes. En su interior, se ocultaría la cámara funeraria. Para su ejecución, Miguel Ángel dispondría de un plazo de cinco años. Debido a ello, tuvo que postergar o renunciar a cualquier otro plan que tuviera en mente.


Tumba de Julio II. Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma.
Foto: Jörg Bittner Unna, 2011. Lic. CC BY 3.0

Luego de más de cuarenta años, suspensiones de la obra y múltiples litigios con los familiares del ya fallecido Papa, hubo de ser transformada en una estructura adosada a una pared. Sin duda, terminaría siendo mucho más modesta que el mausoleo proyectado. Este monumento, fue erigido en la iglesia de San Pietro in Vincoli, en las cercanías de la colina de Esquilino, en Roma. Como una solitaria muestra de lo que aquello pudo haber sido, allí se alberga una de las obras más conocidas de Miguel Ángel: la escultura de Moisés. También hay que agregar que algunas figuras terminadas, como los "esclavos", debieron ser finalmente descartados. En la actualidad, dos de ellos se encuentran en el Museo del Louvre. 


Moisés, por Miguel Ángel. Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma.
Foto: Jörg Bittner Unna, 2011. Lic. CC BY 3.0

Según una leyenda, ante la gran expresividad del Moisés, el artista golpeó su rodilla derecha, diciendo: ¡ahora habla! Lo cierto es que la estatua muestra una ligera imperfección en esa zona... La figura fue concebida para ser mirada desde abajo, por lo que el efecto visual deseado, se perdió con su ubicación en el nuevo mausoleo. Aun así, el equilibrio en la composición, el uso del contraposto en la figura sedente, la tensión contenida en el cuerpo y la mirada de aquel titán, que pareciera a punto de erguirse para reprender y castigar a su díscolo pueblo, le confieren a esta obra un notable impacto psicológico. 

Siempre ha llamado la atención, que Miguel Ángel colocara cuernos sobre la cabeza del profeta. Esto parece provenir de una antigua tradición, muy difundida en la iconografía occidental, que pudo surgir de un error en la traducción bíblica de la palabra resplandor y la palabra cuerno, que en hebreo son similares. Sin embargo, en épocas más recientes, también se ha llegado a postular que en su emplazamiento original, y al recibir la luz adecuada, los cuernos pudieron haber causado un efecto luminoso sobre el adusto rostro de Moisés.

Las intrigas en Roma continuaron, llegando al punto de convencer a Julio II, de no terminar su mausoleo, mientras viviera. De ese modo, Miguel Ángel debió suspender su trabajo, solo para recibir un nuevo encargo del Papa. Le fue asignada, la decoración del gran techo en bóveda, de la Capilla Sixtina, en el Vaticano. Con sus más de cuarenta metros de largo y trece de ancho; situada a una altura superior a los veinte metros, era todo un reto para él. Tendría que dedicarse por entero, a una tarea que no le resultaba muy grata, como era la pintura. A pesar de ello, el resultado se convertiría en uno de los mayores monumentos al talento y la creatividad humana. Allí, él pareció sublimar todas sus angustias y rabias, transformándolas en una insuperable obra maestra. 


Interior de la Capilla Sixtina, Vaticano, Roma. foto: Snowdog, 2005. Fuente: it.wikipedia. Lic. CC BY-SA 3.0
Interior de la Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano, Roma. 
Foto: Snowdog, 2004. Fuente: it.wikipedia. Lic. CC BY-SA 3.0


Fueron cuatro años, enfrentado a las dificultades y exigencias propias de la pintura al fresco. Debió soportar la fatiga y el dolor, al pasar largas horas en posiciones incómodas, mientras trabajaba. Sentía que aquellas contorsiones estaban deformando su cuerpo... Tendido sobre un andamio, la pintura constantemente salpicaba sus ojos. A pesar del cansancio, a menudo era necesario descender hasta el piso de la capilla, para comprobar desde allí, la composición y el logro de algún efecto en su trabajo. Todo ello, contando con una iluminación que no era la más adecuada. En algunas ocasiones, no le quedaba más que burlarse de tanto infortunio. No obstante, con frecuencia, su mal humor le llevaba a convertirse en un ser huraño e intratable. 

Techo de la Capilla Sixtina. Por Miguel Ángel, 1508-1512. Ciudad del Vaticano, Roma.
Foto: Qypchak, 2010. Lic. CC BY-SA 3.0

Mediante la magistral simulación de elementos arquitectónicos y la perspectiva, de la técnica conocida como trampantojo, Miguel Ángel, consiguió crear la ilusión de una bóveda dividida en numerosas secciones y paneles. Esto le permitió representar variadas escenas bíblicas y una multitud de personajes, independientes unos de otros. Todo ese conglomerado de formas y figuras parece converger en los nueve paneles centrales, donde plasmó su visión muy particular sobre el Génesis: la creación del mundo, la historia de Adán y Eva, y de Noé y el Diluvio Universal. 


La Creación de Adán, por Miguel Ángel, ca.1511.
Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano, Roma.

Por supuesto, el foco principal de la atención, es la famosa escena de la creación del hombre. El dedo de Dios, pleno de energía, casi entra en contacto con el dedo de un indolente Adán, produciendo un efecto de clímax, alrededor del cual gravita todo lo demás, en medio de ese maravilloso cielo de la Capilla Sixtina. El tratamiento casi escultórico de la figura, el dramatismo de las poses de los personajes, unidos a la acertada expresión de una filosofía que combinaba lo divino con lo profano, convirtieron esa obra en un verdadero símbolo del arte del Renacimiento y en principio de la corriente manierista. 

Según el gran escritor Arturo Uslar Pietri: 

Esas figuras, que son todas de tamaño gigantesco, constituyen como una visión delirante de una humanidad titánica que vuela sobre las cabezas asombradas de los que penetran en aquel maravilloso recinto...

A lo largo de sus casi quinientos años, ha sido necesaria la preservación de los techos de la capilla, enferma por los embates del tiempo, la humedad ambiental y el humo de las velas. La última de ellas fue acometida alrededor del año de 1980. Como ocurre con frecuencia con la obra de los grandes genios, se creó una corriente opuesta a la intervención radical. Se consideraba casi un sacrilegio, trabajar sobre algo que había sido tocado por Miguel Ángel. Connotados artistas presentaron sus objeciones por escrito, ante el Papa de aquella época, Paulo VI. No obstante, la posibilidad de un daño irremediable, obligó a proceder con la restauración.


Capilla Sixtina. El profeta Daniel, por Miguel Ángel. Antes y después de la última restauración.
Fuente: Webgallery of art, Bartz and Konig. "Michelangelo".

Como por arte de magia, resurgieron el colorido y la belleza de ese conjunto pictórico, aunque sin duda, también se perdieron algunos efectos originales. Abierta al público desde el año de 1994, en el Museo Vaticano, se han extremado las medidas de seguridad, lo que incluye un ambiente cuyas condiciones son cuidadosamente controladas. Además, existe la prohibición absoluta de tomar fotos, que convierte la visita a ese lugar en una experiencia algo estresante, debido a los constantes gritos y advertencias del personal encargado de la vigilancia.

Esclavo rebelde, por Miguel Ángel. Museo de Louvre.
Foto: Jörg Bittner Unna, 2014. Lic. CC BY-SA 3.0

A la muerte del Papa Julio II, en el año de 1513, Miguel Ángel retomaría la obra del mausoleo. A ese período corresponden las esculturas de Moisés y de los esclavos, que ya hemos mencionado. Pero no tardaría mucho en llegarle un encargo del nuevo Pontífice, León X, de la familia Médici. Se trataba de una magnífica tumba, en la Sacristía Nueva de la Basílica de San Lorenzo, en Florencia. De manera casi increíble, debió abandonar una vez más los trabajos del mausoleo en Roma, para encontrarse unos diez años más tarde, frente a otra labor inconclusa. A pesar de ello, a su paso seguirían quedando las muestras de su genio incomparable... 

 

   

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