sábado, 1 de diciembre de 2018

Leyendas Vikingas cortas (3). El tesoro.





Bahía de Flensburgo, Alemania. Foto por: Wolfgang Pehlemann, 2012.
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Existe una pequeña ciudad en Alemania, llamada Flensburgo, cuyo pasado resulta en verdad interesante. Debemos agregar que tiempo atrás esas tierras se encontraban bajo el dominio danés. Allí podían ser vistas la ruinas de un castillo muy antiguo... Según contaban los viejos, aquél era un lugar embrujado. ¿Quieren escuchar esa historia?



Flensburg, a comienzos del Siglo XVII, por Georg Braun y Franz Hogenberg.

Cuando el peso de los años aún no había dibujado su huella implacable, allí en ese castillo siempre podían ser vistos algunos soldados, montando guardia. Un día, uno de ellos debió ausentarse por un rato, mientras su compañero se mantenía vigilante. El joven intentaba insuflarse ánimo, cantando algunas alegres tonadas. Ah, pero no imaginaba lo que estaba por acontecer...



Ruinas del antiguo castillo danés en Hammershus, en Bornholm, Da. Foto: Armdury, 2006.

De repente, apareció ante él una figura fantasmal. Era una mujer, alta y de una palidez que crispaba los nervios. Así habló ella al estupefacto soldado: 

-- Soy un alma en pena. Después de muchos siglos, no he podido hallar la paz y el descanso. ¡Tú podrías ayudarme! Dentro de este desvencijado castillo, se oculta una inmensa riqueza. Es un tesoro que solo puede ser hallado por tres personas, y tú eres una de ellas.
-- ¿Qué debo hacer? inquirió el joven. La espectral dama entonces le respondió: 
-- No hagas nada ahora, ni intentes buscar por tu cuenta: sería en vano. Si vienes mañana temprano, te diré todo, y el tesoro será tuyo. Tras estas palabras, aquel misterioso fantasma se desvaneció en el aire.

Pero el otro guardia, al regresar había alcanzado a escuchar aquella conversación. Sin darse por entendido, se dispuso a tomar parte en el reparto del botín. De nuevo se ocultaría para escuchar las palabras de la mujer. Al amanecer del siguiente día, el joven elegido se hallaba más que dispuesto a hacer suyo el ansiado tesoro. La dama apareció puntualmente, pero al notar que estaban siendo escuchados, no vaciló en decir:

-- Veo que es mejor dejar esto para mañana, ¡no parece ser hoy el mejor día! Y sin decir más, desapareció de nuevo. 

Al regresar a casa, el codicioso espía cayó muy enfermo: comenzó a sentir que su cabeza daba vueltas... una gran debilidad le había invadido. Lleno de remordimientos, mandó a llamar a su compañero, para confesarle su mal proceder. Le advirtió que debía ser muy cuidadoso con las cosas sobrenaturales y que sería bueno acudir ante un sacerdote, antes de proseguir con la búsqueda de un tesoro que había provocado la perdición de aquel errante ser. El joven soldado consideró prudente hacer esto último. 

El párroco no dudó al aconsejarle:
-- Sigue las indicaciones de la dama, pero cuida que sea ella la que inicie el trabajo...

Desde bien temprano el impaciente joven ya se encontraba en el castillo, cuando la dama blanca apareció: -- Este es el lugar en donde has de buscar. Escúchame bien: al encontrar el tesoro, la mitad será tuya... la otra mitad habrás de repartirla por igual entre los pobres y la iglesia. Escuchar estas palabras y sufrir un arrebato de codicia, fue una sola cosa. Fuera de sí, le espetó a su espectral benefactora: -- entonces, ¿el tesoro no es solo para mí?

Pronto desearía no haber pronunciado esas palabras. Entonces se escuchó un gemido que congelaba el corazón. Envuelta en un resplandor azul, la dama desapareció en las profundidades del castillo. El joven quedó tan impresionado por aquello, que su salud se consumió sin remedio. A los tres días murió, ese fue el premio a su avaricia...

La noticia de estos extraordinarios sucesos se extendió por toda la comarca. Así, un buen día, un joven temerario se acercó al castillo. También era ambicioso, pero en el fondo de su ser albergaba el deseo de liberar a la dama blanca de su eterno sino. Sin asomo de temor, aguardó la llegada de la medianoche. Cuando en la lejanía se escuchaba el lúgubre tañido de la campana de la iglesia, se manifestó ante él la espectral figura. 

Entonces él habló: -- He sabido de vuestro sufrimiento, y si está en mis manos, quisiera ayudaros a lograr el descanso que anheláis... Sin embargo, la mujer le respondió que lamentablemente él no era una de las personas que podían liberarla, haciendo suyo el tesoro.
--No obstante, por tu amable gesto serás recompensado. Diciendo esto, ella desapareció. Conmovido, el joven regresó al siguiente día, antes de que el sol brindara su claridad. Aún se escuchaban los lamentos de aquel dolido ser, resonando lastimeros por todo el tenebroso lugar. Mientras caminaba a tientas, algo le hizo dar un traspié. La tenue luz de la luna le permitió ver que se trataba de monedas de plata, ¡y no eran pocas! Dando gracias, se apoderó de ellas y nunca volvió a saberse de él...

Sin duda alguna, esta fantástica leyenda proviene de los tiempos en los que ya el cristianismo había plantado sus firmes raíces entre los pueblos nórdicos; aunque no podría descartarse que su origen se remonte a épocas anteriores. No resultaría extraño que la tradición cristiana haya terminado por asimilar una historia muy antigua. De igual modo, pareciera traslucirse alguna intención moralizadora a través del relato: algo así como el severo castigo que esperaba a quienes transgredían el código de conducta de aquellas gentes. Por otra parte, y como podemos ver, la creencia en la existencia de espíritus en pena, que pueden conceder grandes riquezas a algún afortunado, es muy antigua. Tal vez sea tan antigua como la misma civilización...

¿Alguna vez han escuchado alguna historia parecida a esta? 





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