lunes, 2 de noviembre de 2015

Sigfrido y el Oro de los Nibelungos (parte I)



Sigfrido y Brunilda. Por Harry G. Theaker, 1920


El Cantar de los Nibelungos, La Saga Volsunga, El Anillo del Nibelungo, son algunos de los nombres que se le han dado a una de las piezas fundamentales de los mitos nórdico-germánicos. Las versiones de esta historia llegan a ser tan variadas, que por momentos parece que se tratara de relatos diferentes. Sin embargo, todas se refieren a la vida y la muerte de un héroe, Sigfrido (Sigurd), al enorme tesoro que le pertenecía, y además a la tragedia que él ocasionó al faltar al amor al que estaba destinado con Brunilda (Brynhild), pero que terminó siendo para Krimilda (Gudrun).


Atila. Por Delacroix, detalle


En estos relatos, en la Venganza de Krimilda, aparece un personaje, que según todo parece indicar, no es otro que Atila, el famoso rey de los Hunos. A pesar de que existen versiones que también difieren en el desenlace de este episodio, su presencia parece fijar un "espacio y tiempo" para el origen de esta leyenda. No hay que olvidar que dichas historias fueron transmitidas oralmente durante siglos, así que no resulta extraño que puedan haber ido modificándose, e incluso ir diferenciándose, de una región a otra. Es por ello, que el relato germánico es claramente distinto al nórdico.


Wagner, 1871 


El gran músico y poeta alemán, Richard Wagner nos legó en su famosa tetralogía "El Anillo del Nibelungo" un compendio muy ordenado y coherente, en el que además logró captar lo principal de esas leyendas y relatos, aunque sin duda también agregó episodios, cuyo origen corresponde a fuentes que no pertenecen a la mitología germánica.  En medio de una atmósfera musical inigualable transcurre la acción, generada por las desbordadas pasiones de los personajes. De algún modo, la renuncia permanente al amor, domina la obra.

Haremos este relato, intentando unir un poco las diferentes versiones, completando el ciclo de la historia. Es imposible decidir si existe una visión mejor que otra, ni una narración que se ajuste más a una realidad. Lo que no puede negarse es que en ellas están contenidas muchas de las creencias y de las tradiciones de los pueblos germánicos y nórdicos.  Estos relatos todavía conservan intacta su gran fuerza, a pesar de que su origen realmente se pierde en las nieblas del tiempo.


El Oro del Rin.


El Oro del Rin. Por Hans Makart


Cuando el mundo era aún joven, las verdes aguas del Rin escondían un tesoro puro y brillante. Era el Oro Mágico, que con sus destellos iluminaba y alegraba todo a su alrededor. Las encargadas de vigilarlo, tres ondinas, solo se dedicaban a jugar despreocupadas. En una ocasión, surgió del fondo de las aguas un repugnante gnomo, llamado Albérico. Ellas lo llenaron de desprecios y burlas. Por una indiscreción, le dejaron saber que ese oro daría poder y riquezas a quien lo poseyera, pero a cambio de renunciar para siempre al amor. No dudó Albérico en apoderarse del oro, en un descuido de las ondinas, para luego desaparecer en las profundidades del río. Este fue el comienzo de muchas desgracias.


Albérico y sus esclavos

De inmediato el gnomo, con su gran poder, esclavizó a los Nibelungos, entre los cuales se encontraba su hermano, Mime, quien era muy hábil trabajando con los metales. Los habitantes de las entrañas de la tierra se vieron obligados a reunir un gran tesoro para su amo. Mime a su vez, tendría que fabricarle un anillo mágico, hecho con el oro del Rin, además de un casco que hacía invisible a quien lo usara.

Freya. Por Arthur Rackham, 1910


Por ese tiempo, los dioses se hallaban metidos en un serio problema, debido a que no hallaban como pagarle a los gigantes que les habían construido un gran palacio: el único trato que habían aceptado los monstruosos hermanos, Fasolt y Fafner, era el de recibir como pago a Freya, la diosa del amor y la juventud. Sin embargo, el dios Odín confiaba en que el astuto Loki le ayudase a encontrar una solución razonable. Nunca imaginó que esta solución más tarde ocasionaría tantos desastres y tragedias.


Odín, por Georg von Rosen, 1886


Tras mucho viajar e investigar, Loki supo acerca del tesoro que había logrado reunir Albérico, y del anillo que lo haría aun más poderoso que los dioses. Así convenció a Odín, de que la respuesta (los gigantes también estaban muy interesados) a todo ese asunto era despojar al mencionado gnomo de todas las riquezas que fraudulentamente había hecho suyas. Tendrían que ingeniárselas para robarlo, y dado el poder que para entonces había adquirido, esta no parecía ser una tarea sencilla.

No fue difícil para los dioses encontrar a Albérico. Al descender disfrazados al mundo subterráneo, el Nibelheim, lo consiguieron maltratando a su hermano, mientras gritaba órdenes a sus esclavos. El envanecido gnomo se dirigió a ellos, quería saber que hacían en sus dominios. Astutamente, Loki le explicó que habían escuchado hablar de las maravillas que él había reunido y que tan solo querían contemplar tales prodigios. Esto no engañó a Albérico, quien les echó en cara que probablemente, era la envidia lo que los había llevado hasta allí. Se ufanó de haber renunciado al amor para obtener todo eso y de que pronto dominaría todos los mundos, incluido el de los dioses.


Nibelheim. (Odín y Loki capturan a Albérico). Por Josef Hoffman, 1876


Conteniendo su ira, los dioses intentaron tentar la vanidad del gnomo, retándole a que demostrase sus poderes mágicos. Con su yelmo, además de hacerse invisible, podía transformarse en cualquier cosa, a voluntad. En un instante, frente a ellos, se tornó en una serpiente gigantesca, que en verdad logró asustar a Loki y a Odín. Cuando Albérico retomó su forma original, Loki le aduló, diciendo que le había producido verdadero terror, pero que estaba seguro de que no podría transformarse en algo muy pequeño, tal vez en un sapo, que pudiera esconderse en cualquier parte. Cayó en el ardid y enseguida Odín lo sujetó, despojándolo del casco. De este modo, Albérico volvió a ser un inofensivo hombrecillo.


Albérico en poder de Odín y Loki


Ya de regreso a su palacio, cargando con el gnomo, los dioses le exigieron la entrega del tesoro, para dejarlo en libertad. A regañadientes fue entregándolo todo, pero cuando lo obligaron a ceder la mágica sortija, pronunció estas terribles palabras: "Maldigo a quien posea este anillo, que nunca pueda disfrutarlo, que solo motivo de angustia y mortificación sea para su dueño y que su muerte prontamente provoque". En medio de tales imprecaciones, retornó al Nibelheim. Pronto se hicieron presentes los dos gigantes, quienes mantenían a Freya como rehén.


Los gigantes y Freya, por Arthur Rackham, 1910


A pesar de que uno de ellos prefería mantener a la mujer, los gigantes optaron por aceptar el oro, tras mucho regateo y agrias discusiones. Sin embargo, Odín dudaba en entregar el anillo mágico. Cuando ya Fasolt volvía a tomar del brazo a su hermosa rehén, el rey de los dioses recordó la advertencia que una vez le hizo la madre de las Nornas: que el fin de todo su mundo estaba cerca, y que la única esperanza que quedaba era que renunciara a su orgullo y ambición, ¡No tenía más opción que entregar ese anillo!

Tan pronto quedó el tesoro y el anillo en posesión de los gigantes, estos empezaron a discutir. Fafner echaba en cara de su hermano, que si por este hubiera sido, se quedaban con la mujer y no con tan extraordinarias riquezas, por lo tanto a él le correspondería la mayor parte, si no todo. No tardaron en comenzar una pelea, que se tornó cada vez más violenta, hasta que Fafner descargó un terrible golpe en la cabeza de Fasolt, quien rodó exánime. Lo había asesinado su hermano. No pudieron los dioses, al contemplar la escena, sacar de sus mentes la maldición del anillo, y así muy pensativos, regresaron al palacio, llevando el peso de tantos presagios que se cernían sobre ellos.


El palacio de los dioses

Fafner fue dominado por la ambición, a tal punto, que optó por transformarse en un horroroso dragón, retirándose a vivir, con su inconmensurable y ya sangriento tesoro, a una apartada cueva, cuya entrada vigilaría día y noche. No había duda, de que la maldición de Albérico lo había alcanzado, porque ya nunca viviría feliz a pesar de tantas riquezas que poseía.


Fafner, el dragón





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