sábado, 30 de marzo de 2019

La Grandeza de Tolstoi.



León Tolstoi en Yasnaya Polyana, 1908.Foto: Sergei Prokudin Gorskii. 

Una de las más resaltantes características de los seres humanos es su eterna inconformidad. No hay duda alguna de que ella, junto a su capacidad de adaptación y su inteligencia, han sido los motores que impulsaron a una especie, que inicialmente no se diferenciaba en mucho de cualquier otra sobre la faz de la tierra. De no ser por esa permanente búsqueda de algo mejor, tal vez todavía estaríamos dentro de una cueva, ingiriendo alimentos crudos, tratando de sobrevivir a cualquier inclemencia del tiempo.

Sin embargo, el proceso evolutivo ha ocasionado que esa inconformidad se manifieste no solo en las cuestiones materiales, como es la satisfacción de las necesidades básicas. Un ejemplo trivial: ¿cuántas personas observamos a nuestro alrededor, que cambian de religión, no una, sino varias veces? De igual modo, está claro que la vida de algunos grandes personajes históricos pareció haber transcurrido en medio de una continua búsqueda. Entonces, la inconformidad inherente al hombre, pareciera sublimarse. Posiblemente, es por esa misma razón que nada puede permanecer estático en el mundo de las artes, en la filosofía, en la religión, en el conocimiento en general.

A menudo, esa especie de ansiedad, es una característica de las personas que poseen un espíritu elevado. Para ellos, la vida se puede convertir en la continua búsqueda de algo etéreo, que casi nunca logran alcanzar. Pero cuando esto se presenta en personas que disfrutaban de una cómoda existencia, se torna en algo llamativo y con frecuencia, muy dramático. Entonces, esta indescriptible sed llega a ser confundida con la demencia, cuando se trata de personas dispuestas a abandonarlo todo, en pos de un ideal. Entre estos quijotescos personajes, uno de los más insignes fue el escritor ruso León Tolstoi, cuya búsqueda lo llevó a límites realmente extremos.

Descendiente de una opulenta y acaudalada familia, vino al mundo en septiembre de 1828, en la extensa posesión de sus padres: Yasnaia Polyana. A temprana edad, quedó huérfano. La vida ya comenzaba a enseñarle su rostro amargo a aquel inquieto niño... Como joven heredero, de inmediato notó el abismal contraste que había entre su modo de vida y el de los campesinos y sirvientes que le rodeaban. Es posible que desde ese momento quedara sembrada en él, aquella desazón que le acompañaría por el resto de su vida: la angustia y el remordimiento por lo que él era, y la pobreza que veía a su alrededor.

Para entonces, era imposible predecir que la existencia de aquel rico hacendado, con su noble origen y que además llegaría a constituirse en un monumento viviente, por su obra literaria, finalizaría en un cuartucho de una estación de tren, en una pobre cama prestada por un humilde funcionario. Allí, vestido con harapos y casi solitario, encontró finalmente la paz su espíritu atormentado, que nunca se perdonó a sí mismo la vida dispendiosa de la que disfrutó durante su juventud. Pero, ¿Cómo fue esa vida?

A los quince años ingresa a la universidad en Kazán y luego de un cambio de carrera, termina por abandonar sus estudios, indudablemente decepcionado al no encontrar una respuesta a sus inquietudes. Pero por entonces, su espíritu autodidacta se nutre de la obra de aquel influyente escritor racionalista, llamado Jean Jacques Rousseau. En sus letras, Tolstoi comienza a encontrar un sentido a su existencia, por aquellas ideas pedagógicas y la visión mística naturalista que Rousseau inculcó en tantas generaciones de jóvenes.

Envuelto en un torbellino de ideas, regresa a sus tierras. Allí fracasa en el intento de mejorar la condición en la que vivían los campesinos que le servían cual súbditos. Inconforme, se marcha a Moscú. Aquel joven, a quien le sobraba el dinero, se entrega al derroche y al libertinaje. Curiosamente, alguna vez apunta en su diario, que algún día intentaría reformar todo aquello… Por supuesto, esa vida disipada le aburre muy pronto. Entonces, comenzará a viajar, intentando buscar respuestas que no acertaba a encontrar.

Como una vía de escape, elige enrolarse en el ejército. Los años que vivió entre el vital y pintoresco pueblo cosaco, le servirían de inspiración para sus magníficos escritos. Lucha contra la confederación turca en la Guerra de Crimea, mostrando gran arrojo durante el sitio de Sebastopol. Hacia 1857, pide su baja, e inicia una serie de viajes por Europa, en los que se interesa por el sistema educativo en Francia y Alemania. La vida superficial y materialista imperante en el viejo continente le causa una profunda decepción. Por entonces, en los círculos intelectuales rusos se debatía sobre la posibilidad de asimilar la cultura europea, o aferrarse a lo autóctono.

Así, con su equipaje cargado de más preguntas que respuestas, regresa a sus tierras y abre una escuela para los hijos de los campesinos. Sin embargo, pronto abandona ese proyecto. Esto ocurría en los tiempos en los cuales el zar Alejandro II, decretaba el fin de la esclavitud en Rusia. Mientras estuvo en el ejército, Tolstoi había comenzado a escribir relatos cortos y recuerdos de los días de su infancia. Dado su innato talento, ya había logrado granjearse una buena reputación como escritor, pero siente repulsión por los círculos intelectuales de Moscú y San Petersburgo, por considerarlos vacíos y falsos. Aquel eterno inconforme no aceptaba formar parte de lo que él consideraba tan solo como una triste farsa.

En esa época contrae matrimonio con una joven aristócrata, Sofía Behrs, a quien dobla en edad. Llegarán a tener ocho hijos, y ella se mantendrá devota a él durante el resto de su vida. Entonces su espíritu parece hallar el sosiego necesario, en la vida hogareña, en su inmensa heredad. Disfrutará de quince años de relativa calma espiritual. De su pluma nacerán ese par de monumentos literarios que le abrirán las puertas de la inmortalidad. Se trata de las novelas Guerra y Paz, y Ana Karenina. En ambas, él hace un estudio psicológico de la sociedad rusa, con extrema habilidad e inteligencia. Plantea el conflicto entre la realidad y lo que debería ser, en medio de tramas y una riqueza de personajes que tal vez nunca más haya sido igualada.

Portada de la tercera edición de Guerra y Paz

Ese par de obras, por sí solas, bastarían para cimentar su fama a nivel global. Pero en aquel hombre, que podía contemplar al mundo desde lo alto, como un dios del Olimpo, renace el conflicto existencial, esta vez con más intensidad que nunca. Su diario se torna ahora en el confidente de sus recriminaciones. Hace un descarnado análisis de su vida y se acusa a sí mismo con gran dureza, llegando a poner en tela de juicio su moralidad. Aquel gran hombre, porta en sí mismo el germen de una búsqueda autodestructiva.

Pasado el ecuador de su vida, no encuentra cómo justificarse ante Dios. Ha visto de cerca las privaciones y la miseria de demasiada gente. Siente que le quema la conciencia todo el dinero que ha derrochado a través de los años, mientras se escondía tras una hipócrita actitud conmiserativa... En modo alguno, él consigue justificar lo que considera como indiferencia. A pesar de su extremismo, esto nos debería causar admiración en medio del egoísmo materialista, ¡que parece ser el signo de nuestros tiempos! Por desgracia, en aquel gran hombre fue algo que adquirió una dimensión casi demencial. Aunque cabría preguntarse, si más bien él no habrá sido uno de los hombres más cuerdos, que jamás haya existido…

Tras un breve e infructuoso acercamiento a los sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa, decide comenzar a vivir como un campesino. Se desprende de todas su comodidades. Desde ese momento, los sirvientes cada mañana verán a su señor, el conde Tolstoi, segando el trigo con su guadaña, igual que cualquiera de ellos. Él mismo elabora sus rústicos zapatos y viste con total sencillez. Lamentablemente esto lo aparta de la escritura, a la que llega a considerar como algo pecaminoso, mientras en el mundo existieran tantas carencias. Como era de esperar, todo esto se constituye en un grave conflicto familiar.


Sofía Behrs, esposa de León Tolstoi.
Fuente: http://www.tolstoy.ru {{PD-US}}


En su rechazo por cualquier manifestación de lujo, llega a criticar la presencia de sirvientes en su casa, las comidas ostentosas, con cubiertos de plata. El lujo en el vestuario de su familia… Entonces maneja la idea de repartir todo entre los pobres. No obstante, comprende el daño que le haría a su familia, al dejarlos prácticamente en la miseria. La preocupación de su esposa Sofía, ante esta situación, acabará siendo un permanente motivo de roce por el resto de su vida, a pesar del amor entre ellos. Por ese motivo, decide traspasar su fortuna a su esposa y a sus hijos. Aun así, continua recriminándose por algo que considera apenas como un simulacro. Sabe que su familia no lo abandonará a su suerte, esa idea lo sigue atormentando.

Busca refugio en Cristo, en los evangelios, y cree encontrar la respuesta a sus dudas. La renuncia a todo y la mansedumbre, marcarán en adelante su existencia. Continúa su vida como un campesino; su habitación del castillo solo contiene lo más necesario. Así, en medio de grandes carencias, llevando a efecto sus votos de pobreza y con la actitud mansa de un iluminado, recibe la visita de notables intelectuales, pero también de políticos, religiosos y estudiantes. Su casa se convierte en un lugar de peregrinación. Ante él acuden las gentes, como si se tratara de un profeta, un oráculo. Sus ideas llegan a iluminar a no pocos espíritus. Aun de lejos, le escriben, y estudian con avidez sus enseñanzas. Una de estas personas es el hindú Mohandas Gandhi, quien bien podría ser considerado como un discípulo de Tolstoi.

Los conflictos familiares, especialmente con su esposa, continuan sin cesar. Ella intenta salvarlo, aun a pesar de sí mismo. Entonces, se produce el acto final de renuncia a todo aquello que él rechaza desde lo más profundo de su ser: decide marcharse definitivamente. Va a huir una madrugada, acompañado tan solo por su hija menor. Sigilosamente, se escapa de su hogar, sin darse cuenta que escapa de sí mismo. Decide llevar una vida de peregrino, durmiendo en donde le tomara la noche, viviendo de la limosna y la caridad. Pero a sus ochenta y dos años, aquel espíritu lleno de vigor, no se percata de que ya su cuerpo no será capaz de soportar eso por mucho tiempo.

Un mes más tarde, desciende del vagón de tercera clase de un tren que lo llevaba a cualquier parte. El frío y las privaciones han hecho mella en él. Consumido por la fiebre, con una mortal neumonía, puntual arriba a la estación final. En Astapovo, en un ambiente de completa pobreza, acaba su atormentada vida, luego de agonizar por tres días. En su inconsciencia no reconoce a su familia; sin embargo, en medio de sus delirios todavía expresa su angustia por la pobreza del campesino de su país.

Podemos estar de acuerdo o no con su actitud extremista, pero lo que resulta innegable es que León Tolstoi, impartió una gran lección de humildad. Sin llegar a sus extremos, con solo seguir mínimamente sus enseñanzas, el mundo sería un mejor lugar para vivir. Pero por desgracia, hoy son muchos los que hacen exactamente lo contrario de lo que él hizo y predicó. Cuando lean sus obras, no olviden toda la historia que hay detrás de ellas…