Muchos de nosotros sin duda recordamos aquella impactante escena de la película “El Resplandor”: como el personaje Jack Torrance, magistralmente interpretado por Jack Nicholson, en medio de su locura, o tal vez de una posesión demoníaca, persigue a su pequeño hijo, hacha en mano, a través de un gélido laberinto vegetal. Al final, él termina extraviado y muere de frío, mientras el niño logra escapar.
La palabra laberinto se ha convertido en sinónimo de dificultad, de problema de muy complicada solución. Podemos decir que existen laberintos físicos, materiales, pero también los hay mentales... No hay que olvidar que basados en esta idea, se han diseñado interesantes pasatiempos y juegos.
Durante siglos, los nobles y acaudalados amos de palacios y castillos, gustaron de la decoración de sus jardines con ingeniosos laberintos, formados por setos hábilmente mantenidos. Aquellos vistosos vergeles eran ideales para el juego y la distracción de los cortesanos, pero a menudo resultaron muy propicios para ardorosos encuentros románticos.