miércoles, 20 de enero de 2016

Sigfrido y el Oro de los Nibelungos (parte IV)





Escena de cetrería. Códice Manesse. ca. 1305


Del estudio de las obras literarias antiguas se puede obtener no solo el conocimiento del estilo y la forma de pensar de un determinado escritor, sino que además nos proporciona una llave que permite acceder a otra dimensión, desde la que es posible contemplar la forma de vida y las costumbres de su época. En ellas, a menudo se encuentra algo como un retrato, congelado en el tiempo, de los sentimientos y las pasiones que animaban a las personas, en aquellas sociedades del pasado.


Catedral de Worms


Un escritor, cuyo nombre terminó quedando en el anonimato, logró plasmar esa obra monumental, en verso, llamada El Cantar de los Nibelungos. Por el tipo de verso, se ha llegado a la conclusión de que fue escrito en el siglo XII, por un poeta que vivió cerca de Küremberg, Este, al igual que lo haría Richard Wagner varios siglos después, construyó su historia, mezclando diversos elementos, como algunas leyendas históricas, con relatos de la mitología nórdica-germana, tales como las sagas. Al leer el poema, se hace evidente que para la época de su escritura, el cristianismo ya estaba instaurado en esas tierras.


Fragmento del Cantar de los Nibelungos.
Siglo XIII


El Cantar de los Nibelungos es considerado como la epopeya nacional del pueblo germano, a pesar de haber permanecido varios siglos en el olvido. Hoy se conservan diferentes manuscritos de él, algunos de ellos apenas difieren en la frase final de la última estrofa. No obstante, también existen versiones en las cuales se intentó, de algún modo, atenuar las situaciones violentas. Respecto a la Saga Volsunga y la Tetralogía de Wagner, podría afirmarse que esta obra presenta más diferencias que semejanzas, a pesar de ser evidente su origen común: los mitos y leyendas nórdico-germánicos.


                                          La Muerte de Sigfrido


Hagen y Brunilda. Por Arthur Rackham, 1911


La intensidad del odio que oscurecía la mente de Brunilda, solo podía equipararse con el amor que antes había sentido. La esperanza de que Sigfrido muriese, era la única idea que le daba sentido a su vida. Y como siempre ocurre, el odio atrajo a la maldad, en este caso, con el rostro del infame Hagen, quien aspiraba a hacer suyo el tesoro de los nibelungos. Tanto como la riqueza, ambicionaba también el enorme poder que así obtendría. Comenzó por conquistar la confianza de la vengativa reina, para luego, de manera ominosa, tramar la muerte del héroe; solo sería cuestión de tiempo lograrlo. Mientras, con sus pérfidos consejos, sembraba en el rey Gunter la idea de que Sigfrido era el causante de todas sus desdichas. 


Krimilda y Sigfrido.
Por Arthur Rackham, 1911


Esa red de intrigas, tejida por Hagen, llegó hasta la princesa Krimilda. Con gran cinismo, le hizo creer que él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, por proteger a Sigfrido, ¡incluso dar su propia vida! Su verdadero propósito era averiguar el punto débil del héroe. De ese modo, una vez se presentara la ocasión, podría herirlo de muerte. Al fin la joven, en un rapto de indiscreción, le contó que en la espalda, entre los omóplatos, el héroe no era invulnerable. Sin querer, Krimilda había decretado la muerte de su esposo. 


Saber esto, y dedicarse a planificar la muerte del joven héroe, sería una sola cosa. No perdió el tiempo Hagen, y logró convencer al rey de organizar una cacería, en la que Sigfrido tomara parte... sin saber que él era la presa. Llegado el día, Krimilda y el héroe se despidieron, con la mente de ella atormentada por lo más terribles presagios. ¡Cómo hubiese deseado que él no saliera en esa partida de caza!

La despedida de Sigfrido y Krimilda
Por Julius Schnorr von Carosfeld
ca. 1843


Sigfrido y las ondinas
Por Albert Pinkham Ryder. ca. 1890




Las ondinas. Por Arthur Rackham, 1911


Alegremente, los hombres se dispersaron por los bosques, en busca de sus presas. Sigfrido se detuvo, en medio de la cacería, cerca del río. Cuál no sería su sorpresa, al escuchar unas voces femeninas. Al aproximarse, tuvo frente a sí a tres ondinas, que lisonjeramente le llamaban. Ellas, con halagos, trataron de convencerle de devolver al río, el anillo que una vez arrebatara a Fafner, diciendo que el destino de los dioses dependía de ello. Ante su negativa, le advirtieron que sobre ese anillo pesaba una maldición, que significaba la muerte y la desgracia para su dueño. De ese modo, menos aun lo pudieron convencer, él era un hombre que no conocía el miedo. Por temor, jamás entregaría el anillo. Así, decepcionadas, las ondinas desaparecieron en las aguas del río: lo peor tendría que ocurrir.


Hagen asesina a Sigfrido. Por Julius Schnorr von Carosfeld, 1847


Al final del día, los cazadores se reunieron. Para Gunter, era imposible ocultar su desazón. El héroe, queriendo animarle, comenzó a relatar algunas de sus aventuras, mientras apuraba un cuenco de vino que le ofreció Hagen. Estaban a punto de consumarse todos los planes de este. Además, con el vino, había mezclado una poción que hizo retornar la memoria a Sigfrido, quien entonces habló de su ardiente amor por Brunilda, la mujer de su destino. Sediento, se dirigió a un arrollo cercano, ofreciendo la oportunidad tan esperada por Hagen, quien no dudó un instante en atravesarlo con su lanza, mientras acusaba al héroe de haber traicionado al rey. Las últimas palabras de Sigfrido fueron para su amada valquiria. 


El traslado del cadáver de Sigfrido
Por Knut Eckwall, 1876



Krimilda llora a Sigfrido.
Por  Johann Heinrich Füssli, 1817


El asesino había ideado explicar la muerte de Sigfrido, por el ataque de un jabalí. Así, tristemente emprendieron el regreso al palacio, en donde Krimilda esperaba ansiosa el regreso de su esposo. Mas esta vez, solo volvería su cuerpo inerte. Al enterarse de la terrible noticia, ella, creyendo volverse loca, y en medio de una enorme tristeza, acusó al rey y a Hagen de quitarle la vida al héroe. Por fin, el asesino terminó confesando su crimen, y envalentonado reclamó para sí, las riquezas del héroe, mientras lo despojaba del anillo y de su famosa espada. Más tarde, haría suyo del resto del tesoro. Para Krimilda, solo quedaba la vaga esperanza de poder vengarse alguna vez. 


La Acusación de Krimilda. Por Emil Lauffer, 1879


Brunilda salta a la pira de Sigfrido.
Por Arthur Rackham, 1911

Luego de los tristes funerales del héroe, su cuerpo fue colocado sobre una gran pira. Una vez encendida, ocurrió algo en verdad inesperado. Apareció Brunilda, vestida con gran sencillez, galopando sobre un hermoso caballo, al cual dirigió hacia el fuego, en el que se arrojó, mientras clamaba su amor por Sigfrido. Krimilda pudo comprender entonces, que la valquiria solo amaba al héroe. La maldición que pesaba sobre el anillo y el tesoro de nuevo se cumplía inexorablemente. Ahora nada podría detener el ocaso de los dioses.


                                            La Venganza de Krimilda


Atila y los hunos invaden Italia.
Por Ulpiano Checa, 1887


La soledad de su palacio se constituyó en el refugio de Krimilda. Allí, solo recibía la visita de su madre. De ese modo pasaron algunos años. Aunque no le faltaron pretendientes, ella siempre los había rechazado. Las cosas se mantuvieron así, hasta que el gran rey Atila, cuyos ejércitos asolaban y causaban terror por toda Europa, la solicitó como esposa, al enviar a uno de sus embajadores, para pedir su mano. Después de dudar, la princesa entendió que se le estaba presentando la oportunidad de vengar a Sigfrido, por lo que decidió aceptar el ofrecimiento del rey de los hunos. De ese modo lo comunicó a su madre y al rey Gunter, quien de inmediato fue asaltado por un mal presentimiento, nada bueno debía tramar su hermana.


Atila, rey de los hunos.
Crónicas de Nüremberg


Así fue como Krimilda llegó a convertirse en la reina de los hunos. Atila siempre la colmó de atenciones y le prometió que nunca le negaría cualquier cosa que ella le solicitase. Ya llegaría el tiempo en que ella le recordara esa promesa... Algún tiempo después, la pareja real fue bendecida por la llegada de un hijo. La alegría invadió los corazones en el reino de los hunos. La reina decidió invitar para esa celebración al rey Gunter, quien sin duda viajaría acompañado por Hagen. Este fue el comienzo de una gran tragedia, por la que muchos morirían.

Hacer un desaire al rey Atila, no era buena idea. Además, no podían quedar como cobardes ante Krimilda, no querían concederle ese triunfo. De ese modo y tras mucho pensarlo, decidieron aceptar lo que ellos consideraban una malintencionada invitación. Los hechos terminarían demostrándoles que no estaban equivocados.

Los presagios eran nefastos, aun así emprendieron el viaje hacia los dominios de Atila. Y aunque Hagen intentó burlarse de algunos augurios, lo cierto fue que ningún hombre de los que salió con ellos, viviría para ver de nuevo el país de los burgundios. 

Se dispuso la gran celebración, que debía durar varios días, en medio de juegos, música y grandes banquetes. Todo debía ser alegría y fastuosidad. Sin embargo, en la primera noche, Krimilda dijo a su esposo que había llegado el momento de cumplir con su vieja promesa. "Cualquier cosa que ella le pidiese, él la complacería..." Atila quedó muy sorprendido al escuchar el deseo de su reina: quería las cabezas de Gunter y de Hagen. Era imposible negarse, ya que había dado su palabra. 


Batalla entre los nibelungos y los hunos. (Detalle)
Nibelungs Halls, Munich, Alemania. Foto por: Flying Pharmacist


Con gran desconfianza, Gunter y sus hombres, mantuvieron sus armas. Estaban en guardia, ante cualquier sospecha de un ataque a traición. Debido a esto, no fue posible tomarlos por sorpresa. A una orden de Atila, se desencadenó una gran mortandad. Hagen (armado con la espada Balmung), con enorme furia, cobró muchas vidas, incluyendo la del hijo de Atila y Krimilda. No podía negarse que los burgundios luchaban con valor, poniendo un alto precio a sus vidas. Aunque lograron fortalecerse dentro del palacio, el incesante ataque y al cerco de fuego al que fueron sometidos, comenzó a debilitarlos.

Los mejores hombres por ambos bandos, habían ido cayendo, hasta que llegó un momento en que solo Gunter y Hagen permanecían guarecidos dentro de las humeantes ruinas. Entonces Atila encomendó al más fuerte de sus aliados, que les capturase con vida. Extenuados, no pudieron oponer mayor resistencia y fueron llevados ante el rey, quien decidió encadenarlos... y ponerlos a la disposición de Krimilda.


Hagen. Monumento en Worms.
Postal por Louis Glazer, Leipzig, ca. 1905


La reina intentó que Hagen le confesara el lugar en donde había escondido el tesoro de los nibelungos, más este, burlonamente, se negó. El secreto del escondite, habría de morir con él. Al menos Krimilda pudo recuperar la espada Balmung, con la cual dio muerte a Hagen, luego de ordenar la ejecución de Gunter. Sin embargo, ese no sería el final de la violencia. Uno de los nobles vasallos de Atila, no pudo soportar que una mujer diera tan cruel muerte a unos caballeros que habían luchado con honor. Antes de que alguien pudiera detenerlo, con un terrible golpe de su espada, la dejó cortada en dos. Él nunca imaginó que la infortunada reina, al vengarse, solo estaba consumando un acto de justicia.


El Ocaso de los dioses. Por Emil Doepler, 1905


La maldición de Albérico no podría haber resultado más eficaz y terrible ¡eran demasiadas muertes y tanta la sangre derramada! Desde el Valhalla, los dioses entristecidos, contemplaban aquella escena. Significaba el final de su estirpe. El fuego arrasaría también con ellos y con su mundo. Así, se iniciaba una nueva era, en la cual los dioses quedaban atrás; ya solo existirían en la imaginación de los hombres. 


Hagen oculta el tesoro de los nibelungos.
Por Peter von Cornelius, 1859

El tesoro de los nibelungos, yace escondido, en algún lugar. Pero tal vez, lo mejor sea que nunca pueda ser hallado...





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