jueves, 14 de febrero de 2019

Orfeo y Eurídice.

Entre los rasgos principales de los seres humanos, se encuentra la capacidad de manifestar los sentimientos y las pasiones. No cabe duda de que este es un tema muy complejo, cuyo estudio conlleva a la ímproba tarea de adentrarse en lo profundo de la psiquis, del alma. La mezcla de lo que sentimos, con nuestros instintos, nos convierte en criaturas diferentes a cualquier otra, incluso entre los mismos humanos. Tal vez la más conocida manifestación de todo esto, sea ese común pero a la vez extraño sentimiento, llamado Amor. Es bien conocido que existen varios tipos de amor y que además puede variar en su intensidad. Por supuesto, también se encuentra su contrapartida, el Odio…

¿Será posible que todo esto se trate tan solo de procesos bioquímicos, evolucionados a lo largo de milenios? ¿Qué hace que en nuestra especie ocurran sublimes actos de sacrificio, pero que al mismo tiempo seamos los únicos seres capaces de matar por simple placer? Ya tenga que ver con pura química o con algo intangible, como el espíritu, algo es seguro: el Amor es uno de los motores que mueven al mundo. Además, siempre parece haber sido así, según se trasluce de los relatos de las más antiguas civilizaciones.

El tema del amor y la pasión que despierta, fue tratado con notoria insistencia desde que el hombre comenzó a llevar registro escrito de su pensamiento y su acontecer. Los sumerios, los egipcios, hebreos, hindúes y chinos, escribieron poemas e historias de amor, tristes a veces, pero a menudo también plenas de un ardoroso entusiasmo. Al respecto, pareciera que no hemos cambiado mucho desde entonces...

Los antiguos griegos no fueron la excepción. En buena medida, su interesante mitología gira alrededor de las pasiones humanas. En especial, el tema del amor pareciera estar detrás de la mayoría de sus maravillosos relatos. Además, y como ya sabemos, no resultaba extraño que sus historias fueran un intento de aportar algún tipo de enseñanza moral. Nos adentraremos en ese fantástico mundo de dioses y hombres en permanente interacción, en el cual ellos llegaron a creer.



Cupido

Las historias de amor recibieron un trato preferencial por aquellos eruditos, que se encargaron de recopilar todos esos tesoros. Igualmente por los excelsos escritores del teatro griego, el cual ha maravillado a tanta gente, a pesar de haberse perdido en su mayor parte. Hoy, todo ello forma parte de las más preciadas joyas de la literatura universal.


Nos valdremos de algunas conocidas historias, para contemplar a través de una pequeña ventana, como entendían el amor en la antigua Grecia. Ante nuestra moderna mirada, desfilará el tierno romance y sus alegrías, pero también el dolor debido a la pérdida… Además, el deseo, la lujuria, la venganza, los cuales eran ingredientes importantes de sus pasionales relatos.


Orfeo y Eurídice. Por: Michel Martin Drolling,1820. Foto por: http://40.media.tumblr.com

Orfeo y Eurídice

La historia de este trágico amor, ha sido motivo de inspiración para innumerables artistas. Él era un joven semidiós tracio; afamado músico y poeta. Su nombre figura en varios relatos mitológicos, por ejemplo, en el famoso viaje de Jasón y los Argonautas, en compañía de los más esforzados héroes griegos. De él se cuenta, que las melodías que arrancaba a las cuerdas de su lira, eran capaces de conmover al corazón más endurecido. Las bestias feroces se postraban a sus pies, embelesadas por aquellos sonidos. Hasta las Horas podían detener su andar, ante tal prodigio… Pero esa alma de sublime poeta, no había conocido el amor.

Así fue hasta una tarde en que se fijó en la bella Eurídice, una de las ninfas que atentas acudían, cautivadas por sus melodías. En sus corazones nació la llama del amor y muy pronto decidieron casarse. Se dice que entonces el mundo escuchó los más bellos acordes jamás oídos. Seguramente ellos hubiesen sido dichosos, pero el destino les tenía reservada otra cosa. La joven también provocaba una descontrolada pasión en Aristeo, un dios de los bosques. En una ocasión, con fuego en su mirada, comenzó a perseguirla, decidido a hacerla suya de una buena vez. Mas, en la angustia de su huida, Eurídice fue mordida por una víbora, falleciendo al poco tiempo…

Orfeo no hallaba consuelo en modo alguno, y su música se tornó tan triste, que provocaba el llanto de cuantos le escuchaban. Las ninfas le animaron a bajar a los infiernos en busca de su amada, seguras de que con su lira podría convencer a las temidas deidades del inframundo, de volverla a la vida. Bien sabía él, que se trataba de una tarea muy difícil, pero sin embargo, tenía que hacer el intento. De ese modo, uniendo ese pensamiento a la acción, portando su lira, se dirigió hacia la morada de los muertos.

Sin mayores dificultades, cruzó el río Aqueronte, entrando de ese modo al tenebroso lugar. El barquero Caronte y el horrible Cancerbero le habían permitido entrar, seducidos por las notas de su lira. Decidido, se encaminó hacia el palacio del rey Hades. Al fin, usando toda su elocuencia, pero sobre todo con una melodía que por un breve instante tornó aquel erial en un hermoso paraíso, logró conmover al monarca de las sombras. Le sería devuelta su amada Eurídice, con una sola condición: “No debería ver su rostro, antes de haber salido a la luz del sol...”

Rebosantes de gozo, los esposos se encaminaron hacia la salida. Ella marchaba a pocos pasos detrás de él. ¡De nuevo juntos! ¡No podía haber mayor felicidad! Ah, pero el destino era inflexible... ya a punto de salir, la joven no pudo contener su emoción y dijo algo que hizo que Orfeo instintivamente volteara hacia ella. Ocurrir esto y que ella comenzara a desvanecerse, fue una sola cosa. En vano él tendió su mano, intentando asir la de su amada. Todo era inútil, ni siquiera logró convencer de nuevo al barquero de los infiernos.

Desde entonces él vagó sin rumbo fijo, rechazó el amor y su música comenzó a apagarse. Aunque los autores divergen en el relato de su muerte, una de las versiones cuenta que Orfeo fue asesinado por un grupo de mujeres: las bacantes. En un arrebato de furia, porque él no las quiso complacer con sus mágicas notas, lo asesinaron y lo despedazaron. Los dioses se apiadaron y reunieron sus restos, dándole sepultura en un lugar cercano al monte Olimpo. En su honor, Zeus colocó su lira entre las estrellas, donde brilla entre las constelaciones boreales. Entonces, sus almas puras se reunieron de nuevo, y para siempre…

En este relato, se trasluce el temor del hombre ante la fragilidad de la existencia. Llegar a perder a un ser amado y la triste certeza de no volver a verlo nunca más, les producía una gran angustia. Por más que lo desearan, ellos sabían que no había modo de regresar a la vida; solo quedaba el aferrarse a la frágil esperanza de que existiese otra dimensión, donde pudieran encontrarse de nuevo. Por otro lado, queda implícita la idea de que el amor romántico solo produce efímeras alegrías, pero prolongadas penas. Además, deja muy en claro que la pasión carnal no correspondida, a menudo conduce a situaciones  trágicas. Aunque este último caso es común en los relatos de los antiguos griegos, siempre merece una total reprobación y es objeto de severos castigos. No hay que pasar por alto, otro tipo de sentimiento mostrado en esta leyenda: el amor por las artes y en este caso, por la música, capaz de ablandar los corazones y amansar a las fieras del bosque. Era el amor por lo estético, el placer del espíritu, algo tan apreciado por aquellas gentes.

Les invitamos a seguir explorando las leyendas de la Grecia Antigua, en busca de las huellas que el amor dejó en esa cultura, expresadas de manera admirable.Tal vez nos lleguemos a ver retratados en algunos personajes y quizás hasta podríamos llegar a aprender algo. Aunque como todos ya sabemos, en estos asuntos “nadie aprende por cabeza ajena”...

No hay comentarios:

Publicar un comentario