Resultaba muy tentador para el hombre primitivo utilizar la Luna para contar el tiempo. Era evidente la regularidad de su comportamiento, y que existía una relación entre sus fases y algunos ciclos de la naturaleza. Eso condujo al diseño de los primeros calendarios lunares. Sin embargo, al pasar varios años saldrían a relucir sus fallas: se hizo notorio que las distintas estaciones comenzaban a “deslizarse” a través de todos los meses. Entonces ¿cómo podría planificarse la mejor época para sembrar, para cosechar?
El valle del Nilo. Fuente: NASA |
En Egipto, ya por el año 3000 AC. se utilizaba con grandes ventajas, un calendario basado en los movimientos aparentes del Sol. Lo curioso es que los egipcios llegaron a utilizar tal calendario, no por tener mayores conocimientos en matemáticas o astronomía, que otras civilizaciones antiguas. Existieron razones prácticas e intuitivas que les permitieron alcanzar ese innegable avance, y todo fue debido a las crecientes del río Nilo. El país de los faraones subsistía gracias a la fertilidad que dejaban las inundaciones cuando el agua se retiraba. Ellos descubrieron que periódicamente el nivel de las aguas aumentaba, hasta alcanzar un máximo, que ese ciclo del río se repetía cada trescientos sesenta y cinco días, y oh sorpresa, se dieron cuenta que era el mismo tiempo que el Sol se tomaba para repetir sus ciclos.
Julio César. Por Nicolas Coustou, 1696. Museo del Louvre. Foto: Marie-Lan Nguyen, 2006. |
Durante muchos años, día a día, los astrónomos egipcios, habían estudiado los cambios en la trayectoria del Sol. Ellos medían la sombra proyectada por objetos altos, al mediodía (con seguridad, utilizaron como gnomon las pirámides y los obeliscos). En sus primitivos observatorios, también marcaban la posición del Sol en cada amanecer y ocaso. Finalmente, entendieron que se trataba de un fenómeno periódico y midieron el tiempo que transcurría por cada ciclo. El seguimiento de Sirio, la estrella más brillante de los cielos, también produjo un resultado similar. Debido a esto, en Egipto se celebraría el año nuevo cada vez que la estrella Sirio surgía en el este, justo antes de la salida del Sol. Así, ellos llegaron a la elaboración de un calendario solar, que constaba de doce meses, con treinta días cada uno, y añadían cinco días al final, para completar el total antes mencionado. A pesar de sus fallas, ocasionadas por la imposibilidad de poder medir de manera más exacta la duración del año, ese calendario sería utilizado durante muchos siglos. Julio César llegaría a adoptarlo para Roma. Todavía en el Siglo XVI, Nicolás Copérnico se basó en él, para elaborar sus tablas planetarias.
El Coliseo a la luz de la Luna. Por Franz Ludwig Catel, ca.1830. Museo Hermitage. San Petersburgo, Rusia. |
Sin embargo, la Luna continuaría ejerciendo una manifiesta fascinación sobre el hombre. Algunas civilizaciones se negaron a abandonar el calendario regido por nuestro satélite natural. Para ellos, cada mes debía iniciarse con la luna nueva. Optaron por hacer ingeniosos y complicados malabarismos para no permitir el gradual desfase entre los meses y las cuatro estaciones del año. Pero también el aspecto místico y religioso ha prevalecido en las culturas que se aferran a un calendario lunar. Por esa razón, se observa que la fecha de algunas de sus celebraciones se establece según las fases de la Luna, y no tienen lugar en una fecha fija cada año.
La huida de Egipto. Ilustración de 1907. Fuente: The Providence Lithograph Co. |
Un claro ejemplo de ello se observa en la celebración de la Pascua. Ese día se rememora la ruptura de las cadenas que ataban al pueblo judío al yugo egipcio, en los tiempos de Moisés. Mas ¿qué día se celebra? Según la tradición, ellos huyeron bajo la luna llena, para no delatarse con la luz de las antorchas. Por tal motivo, dicha celebración se realiza durante la primera luna llena, después del equinoccio primaveral, sin importar la fecha o el día de la semana. En consecuencia, es imposible asignarle una fecha fija a esa fiesta religiosa, en el calendario solar. Lo mismo ocurre con otras fiestas religiosas, no solo en el Judaísmo, es algo común a todos los cultos que se mantienen fieles al calendario lunar.
No se puede olvidar que el Cristianismo se originó como una escisión de la religión judía, por lo tanto, aunque no sea un hecho muy conocido, son varias las festividades religiosas cristianas cuya fecha es movible, en concordancia con el rito judaico. Ello equivale a decir que en alguna medida, aún conservan la influencia de antiguos calendarios lunares... Hasta el año 325 de nuestra era, la conmemoración de la muerte de Jesús coincidía con la Pascua de los judíos, sin importar el día de la semana. Pero en el Concilio de Nicea, se acordó celebrar la Pascua de la Resurrección de Jesús. Dicha festividad tendría lugar luego de la primera luna llena de la primavera septentrional (21 de marzo). Sería siempre el primer domingo, después de ese plenilunio. Además, esto fijaba de manera automática la fecha del Jueves y el Viernes Santo en cada año.
Según el dogma cristiano, Jesús murió en un día viernes y resucitó el domingo siguiente. Pero, esto originaba conflictos entre dos bandos. Sus divergencias de criterio llegarían a ser irreconciliables; por ese motivo se produjo uno de los primeros cismas entre los cristianos del oriente (Ortodoxos) y los occidentales (Iglesia Romana). Para la Iglesia Ortodoxa, la Pascua se seguiría celebrando el día catorce del mes lunar (luna llena), sin importar el día de la semana. A diferencia, el referido Concilio de Nicea estableció que la Pascua de Resurrección debería celebrarse siempre en un día domingo, aunque la fecha fuese cambiante. Entonces, la ubicación de la fecha de dicha Pascua de Resurrección en
el calendario solar, se convertiría en un asunto de primera
importancia, dada su enorme simbología para los cristianos. Así, año tras año, observamos como la Semana Santa carece de fecha
fija, y oscila entre los meses de marzo y abril.
Para ello, alguien debería encargarse de predecir las fases lunares y ubicarlas en el calendario solar. Sin duda, desde entonces se originó la costumbre de representar las fases de la luna en los calendarios... La tarea de pronosticar dichas fases durante los años venideros, fue asignada al Obispo de Alejandría, que contaba con la colaboración de los más importantes astrónomos de la época. No obstante, continuaron los desacuerdos y las divisiones dentro de la iglesia cristiana. La consecuencia fue que la celebración pascual llegaría a tener lugar en diferentes días, en muchos lugares del mundo.
El Papa Gregorio XIII. Por Lavinia Fontana. Fuente: The Bridgeman Art Library. |
No hay que dejar de lado el hecho de que el calendario egipcio-juliano, llevaba implícita una imprecisión en la duración del año. Con el paso de los siglos, los desajustes comenzaron a ser notables. Así, el equinoccio de primavera (fecha indispensable para el cálculo de la Pascua) del año de 1582 tuvo lugar diez días antes del 21 de marzo. ¡Algo había que hacer! Fue entonces que el Papa Gregorio XIII, dirigió las reformas necesarias para restaurar los desfases entre la fecha del calendario y la fecha astronómica. Uno de los hechos más curiosos de esa reforma fue que en ese año, por orden papal, al día 4 de octubre le siguió el día 15. De manera anecdótica, muchas personas consideraban que les habían quitado diez días de su vida. Todavía más, esto ocasionó serios conflictos económicos y laborales... Otro dato curioso, es que Inglaterra y sus colonias, se negaron a aceptar esa reforma, hasta el año de 1752. Un personaje famoso, como George Washington cuya fecha de nacimiento originalmente había sido el 11 de febrero de 1732, a fin de cuentas quedaría registrada como el 22 de febrero de ese mismo año.
Como es fácil de apreciar, la medición del tiempo ha sido desde la antigüedad una de los asuntos a los que el hombre ha dedicado mayores esfuerzos. Ese intangible factor, que solo puede ser percibido gracias a la sucesión de estados por los que pasa la materia. Tan importante al considerar la relatividad del universo, y motivo de una continua expectativa, no solo porque funciona como un contador de nuestro ciclo vital, sino por la posibilidad de que alguna vez se pueda viajar a través de él. Fantasía o realidad, todavía quedan grandes secretos por develar. Mientras, la Luna y el Sol, continuarán impasibles, como testigos de los afanes de estos inquietos pequeños seres... que somos nosotros.