Muchos de nosotros sin duda recordamos aquella impactante escena de la película “El Resplandor”: como el personaje Jack Torrance, magistralmente interpretado por Jack Nicholson, en medio de su locura, o tal vez de una posesión demoníaca, persigue a su pequeño hijo, hacha en mano, a través de un gélido laberinto vegetal. Al final, él termina extraviado y muere de frío, mientras el niño logra escapar.
La palabra laberinto se ha convertido en sinónimo de dificultad, de problema de muy complicada solución. Podemos decir que existen laberintos físicos, materiales, pero también los hay mentales... No hay que olvidar que basados en esta idea, se han diseñado interesantes pasatiempos y juegos.
Durante siglos, los nobles y acaudalados amos de palacios y castillos, gustaron de la decoración de sus jardines con ingeniosos laberintos, formados por setos hábilmente mantenidos. Aquellos vistosos vergeles eran ideales para el juego y la distracción de los cortesanos, pero a menudo resultaron muy propicios para ardorosos encuentros románticos.
Si retrocedemos aun más en el tiempo, encontramos que los antiguos egipcios hicieron uso de intrincados pasajes secretos, en un intento casi siempre fallido, de confundir a los persistentes saqueadores de tumbas.
Pórtico norte del palacio de Cnosos, Creta. Foto: Bernard Gagnon. Lic. CC BY-SA 3.0 |
Pero el más famoso laberinto de la antigüedad es el descrito en los mitos griegos, situado en la isla de Creta. La historia de Teseo y el Minotauro nos transporta a un terrorífico lugar, en el cual no solo existe el inminnente riesgo de extraviarse, sino también de ser devorado por un pavoroso monstruo.
Los orígenes de esa historia, parecen llevarnos a tiempos muy remotos, tal vez en los inicios de la Edad de Bronce, mucho antes de la Guerra de Troya. Entonces Grecia era un territorio escasamente civilizado. Los escritores griegos posteriores intentaron dar una imaginativa explicación al aporte cultural que sin duda recibieron de los pueblos del Mediterráneo oriental. Según ellos, un príncipe fenicio llamado Cadmo, les enseñó a labrar la tierra y a trabajar los metales... pero sobre todo les aportó una notable innovación: el alfabeto. El culto al toro, también pareciera ser un legado de esas gentes del Asia cercana.
Cadmo arribó a Grecia en búsqueda de su hermana, Europa. Ella había sido raptada y llevada hasta la isla de Creta, por el enamoradizo rey de los dioses, Zeus. Allí se convertiría en reina y de manera llamativa, su nombre acabaría siendo llevado por todo un subcontinente. De sus tres hijos con Zeus, uno fue el famoso rey Minos, según el mito. Durante su reinado, la isla atravesó por una notoria época de poder y prosperidad (hoy se piensa que hubo más de un monarca llamado de igual manera). Lo cierto es que bajo el nombre de Civilización Minoica se engloba un amplio período de la historia antigua de Creta..
Teseo y el Minotauro. De un mosaico romano en Recia. |
Aquí es donde se enlaza este relato con la historia del laberinto, que resulta ser muy curiosa y bastante sórdida, por lo demás. Ocurrió que el rey Minos se negó a sacrificar un magnífico toro blanco, destinado a Poseidón, el dios de los mares. Más le hubiese valido hacerlo. Como sabemos, los dioses eran muy vengativos... El ofendido dios hizo que Pasífae, esposa de Minos, se enamorara perdidamente del toro. De esa pasión zoofílica fue engendrado un monstruo: el Minotauro. El rey, herido en su amor propio, decidió ocultarlo en un lóbrego laberinto, cuya construcción fue encargada a Dédalo, un ingenioso ateniense que vivía en Creta.
Encerrado en aquel enjambre de pasadizos, el hombre-toro devoraba a los desdichados que allí eran dejados a su merced. Hasta el mismo constructor, Dédalo fue condenado a perecer en él, junto a su hijo Ícaro. No obstante lograron evadirse, ¡volando cual aves! Pero esa, es otra historia...
En esos tiempos, Creta mantenía una especie de imperio marítimo, o talasocracia, sobre una amplia región del Mediterráneo. En una oportunidad, Minos atacó a Atenas en venganza por la muerte de uno de sus hijos; la desguarnecida ciudad se rindió sin luchar y se le impuso un doloroso tributo: cada nueve años, deberían enviar a la isla siete muchachos y siete doncellas, para ser ofrendados al Minotauro. Vagar sin rumbo por un tenebroso laberinto, esperando en cualquier momento el ataque de una horrible criatura, presta a devorarlos, era algo que superaba con creces a la peor pesadilla...
Algunos años más tarde, Teseo, un joven héroe ya famoso por sus hazañas, hijo de Egeo, rey de Atenas, propuso a su padre formar parte del grupo destinado al sacrificio, seguro de derrotar al monstruo. El anciano estaba renuente, pero al fin accedió, con una sola condición: que al regreso navegaran con una vela blanca, si lograba salir con vida de aquel reto. De ese modo, los jóvenes tomaron rumbo hacia Creta, llevando una mezcla de temor y esperanza.
Al llegar a la isla, la hija de Minos, Ariadna, resultó víctima de uno de los certeros dardos de Cupido... se enamoró a primera vista del gallardo príncipe de Atenas. Decidida a salvarle, le entregó un gran ovillo que le permitiría marcar el camino, y así salir de aquella intrincada trampa sin grandes dificultades. Confiado, Teseo ingresó al laberinto con la seguridad de no extraviarse, hasta que el monstruo le salió al paso. Tras un feroz combate cuyo resultado estuvo indeciso durante mucho tiempo, según cuentan algunos, el héroe acabó con el Minotauro con sus propias manos. Apresuradamente, los atenienses acompañados de las princesas de Creta, zarparon de regreso a su patria. Luego de un accidentado viaje, en el que perdieron a Ariadna, olvidaron cambiar la vela negra con la que habían navegado.
Mientras Egeo, absorto, se pasaba horas cada día escudriñando el horizonte, desde un risco, intentando adivinar en la lejanía la forma del esperado barco. Ahora podemos entender por qué ese brazo del Mediterráneo recibió el nombre de Mar Egeo... Apenas divisó el navío con su negro velamen, el anciano rey no quiso saber más y se dejó caer, desapareciendo entre las turbulentas ondas. Teseo debió sucederle en el trono; a falta de Ariadna, se casó con su hermana Fedra y reinó con justicia, pero sin olvidar su vocación por la aventura. De ese modo, terminó por convertirse en uno de los más famosos personajes de la antigua Grecia.
No cabe duda de que este es un relato pleno de una gran simbología...
El terror que inspiraba ese laberinto, destinado a los sacrificios humanos, y cuyas huellas han creído encontrar muchos arqueólogos, queda perfectamente plasmado en este caso. Se nos ocurre que según aquellos imaginativos relatos, la presencia del monstruo que moraba allí, bien pudiera ser como una metáfora de los miedos, que a menudo se encierran en los laberintos de la mente humana. Un complejo palacio, lleno de cientos de pasillos, o una caverna en donde era fácil perderse, podía servir de base para una ingeniosa historia, de las que abundan en los mitos griegos...
Resulta muy interesante además, la forma en que se reconoce la influencia de las avanzadas civilizaciones orientales, sobre la cultura griega. Allí se habla de alguien que educó a los aún rústicos pobladores de una región destinada a deslumbrar al mundo, siglos después. Hay que recordar que en Creta surgió el primer foco de verdadero avance de los griegos. De algún modo, el rapto de Europa y su instalación en dicha isla, convirtiéndose en madre de tan influyente monarca, la convierte en madre de la civilización helena: ¡la imagen no puede ser más clara! Aun más, el uso de su nombre para denominar todo el continente, es el reconocimiento simbólico de ese origen.
Por otra parte, el sarcasmo con el que es tratada la infidelidad en la pareja real, resulta todavía más evidente: la venganza de un dios para explicar los amores de Pasífae, nada menos que con un toro. La descripción de un artilugio diseñado para poder consumar físicamente aquella irrefrenable pasión y la decisión del rey de ocultar el producto de ese amor contra natura, describen a la perfección la vergüenza y el escarnio que despertaba ese acto. El hijo bastardo era considerado un monstruo, que debía ser escondido... en un laberinto. Por supuesto, la presencia del toro en todos estos relatos, no puede ser ninguna sorpresa. Ese imponente animal era objeto de culto también entre los cretenses y los griegos.
Fresco del Salto del Toro, del palacio de Cnosos. Museo de Heraclión, Creta. Foto: Chris O. Fuente: www.minoer.net |
Excelente. Narrativa sin igual. Bella manera de adentrarnos en la historia y en los mitos y leyendas como si nos estuvieras narrando un lindo cuento. Felicitaciones!!!
ResponderEliminarGracias, intentaremos hacerlo mejor cada día. Saludos y los mejores deseos.
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