![]() |
Griegos y troyanos luchan junto al cuerpo de Patroclo. Por José de Madrazo ca. 1812. Museo del Prado, Madrid, España. |
Odiseo, en su tienda, deambula de un lado a otro, mientras cavila sobre las cosas que han ocurrido. Alejado de su tierra y sus afectos, de su hogar y su reino en Ítaca, ahora tan lejana en el tiempo y en la distancia... ¿Qué habrá sido de su querida esposa, la fiel Penélope? ¿Y de su hijo? Tanto luchar en vano, en una guerra que a fin de cuentas, no era su guerra.
Nueve años perdidos, infructuosos, viviendo del expolio de los pueblos de la región; llevando ruina y muerte a sus pobladores, al tiempo que la ciudad de Troya continuaba allí, inconmovible.
Mientras, las pasiones de dioses y hombres, se habían salido de su cauce. En mala hora se le pudo ocurrir la desastrosa idea de sugerir aquel pacto entre los antiguos pretendientes a la mano de Helena, que ahora se había transformado en una carga tan pesada.
Él, que siempre sintió orgullo por su recto proceder, había cometido una infamia, al acusar de traidor a alguien inocente. Así, la muerte de Palamedes constituia una macula en su pasado, que seguramente alguna vez habría de pagar. Y solo por saciar su deseo de venganza! Odiseo jamás había olvidado la vergüenza que sintió, cuando Palamedes puso al descubierto su ardid de fingir demencia, para evitar el viaje a Troya. Mientras, los verdaderos responsables de sus problemas, Paris y Helena, seguían juntos y seguramente, sonriendo felices.
![]() |
Paris y Helena (detalle).. Por Jacques-Louis David, 1788. Museo de Louvre, París, Francia. |
![]() |
Aquiles. |
El ínclito Aquiles, el de los pies ligeros y la mirada de halcón, un semidiós invulnerable, que ahora apenas debería ser otra sombra más, en el inframundo. Héctor, el príncipe domador de caballos, noble y valiente. Sin duda, el mejor de los troyanos, arrastrado como un perro, hasta que al fin pudo ser envuelto por el manto de la piedad. Áyax el Grande, hijo de Telamón, quien se dio muerte con su propia espada, avergonzado al despertar de un rapto de demencia, cuando le fueron negadas las armas del ya fallecido Aquiles.
Primero, Protesilao y ahora, Patroclo...
¿Por qué los dioses parecían haberles dado la espalda? Como si se descorriera un velo ante sus ojos, Odiseo recordó el aciago día en que Agamenón, soberbio y por sobre todo, terco como mil mulas, decidió tomar a la rehén Briseida para sí. Ella había sido el único botín reclamado por Aquiles, el invencible rey de los mirmidones. De nada valieron las protestas y las amenazas, la decisión del átrida era irrevocable.
![]() |
Briseida es llevada a la tienda de Agamenón. Por Giovanni B. Tiepolo, 1757. Fuente: The Yorck Project, 2002. |
¿Pero si el rey de los dioses se ponía del lado de los troyanos, qué podría hacer él, tan solo un infeliz mortal?
La ausencia de Aquiles, no tardaría en hacerse sentir. Las fuerzas de Troya habían ido ganando confianza. Cada nuevo día, con Héctor al frente, se aproximaban más al campamento y a las naves del enemigo. Y cada tarde, aquel arenal teñido de sangre, quedaba como el mudo testigo de un nuevo revés para los helenos. El futuro entonces no podía ser más auspicioso para los troyanos.
Al siguiente amanecer, estos se preparaban para asestar el golpe final. Así, ante la vista del campamento en llamas y la posible destrucción de sus embarcaciones, a los invasores no les quedaría más opción que escapar a toda prisa. Esa noche, Agamenón y los jefes principales, tuvieron una reunión de emergencia. Debido al decisivo e inminente ataque, se hacia vital el retorno de Aquiles a la lucha. Con mucha dificultad, Odiseo, Néstor y el mismo Menelao, lograron que Briseida fuera llevada de vuelta a la tienda del héroe.
Quiso el destino, o la fatalidad, que en esa reunión estuviera presente Patroclo, primo de Aquiles y por quien este sentía un gran afecto. Sinceramente preocupado, Patroclo luego intentó convencerlo de regresar al combate; con más razón, ahora que había recuperado a Briseida. Pero fue inútil, el descendiente de Éaco había jurado jamás volver a combatir con Agamenón como jefe.
Ante esa negativa, a Patroclo se le ocurrió que tal vez si usaba las armas de su invencible primo, los troyanos pensarían que se trataba de este último y se asustarían ante su retorno. Tanto insistió, que Aquiles finalmente accedió a prestarle su coraza, su lustroso escudo y su empenachado e inconfundible casco, todos obra de los dioses.
![]() |
Ayax Telamón defiende las naves, ante el ataque de los troyanos. Por John Flaxman, 1795. |
Para los troyanos, la sola visión del supuesto Aquiles, fue como contemplar el rostro de la muerte. Se produjo la desbandada, en busca del cobijo y la seguridad de los inexpugnables muros. Mientras, Héctor intentaba multiplicarse en todos los frentes, tratando de contener la vergonzosa fuga. Ese día, el valeroso Sarpedón, hijo de Zeus, fue uno más, entre tantos que habrían de morder el polvo, a los pies del émulo de Aquiles.
Con gran coraje, Patroclo llegó a cargar hasta cuatro veces sobre la propia ciudad. Pero Febo se encargó de inyectar fuerza y coraje a sus defensores. Al fin, el dios se apareció ante el gran guerrero y burlón le dijo, que ni el mismo Aquiles, que era diez veces mejor que él, estaba destinado a quebrantar los muros de Troya.
Poco después, guiados por los dioses, los caminos de Patroclo y Héctor se cruzaron. Este, no se arredró ante la supuesta presencia de Aquiles. Decidido, avanzó hacia él, lanza en ristre.
![]() |
Combate alrededor del cuerpo de Patroclo. Por John Flaxman, 1795. Fuente: H.P. Haack |
Continuará…