sábado, 13 de abril de 2019

Lope de Aguirre Biografía Corta (Parte I)



El Metro. Foto por Daniel Delgado

No hace mucho tiempo, cuando la tecnología aún no se había apoderado de nuestros espíritus, la vida, en muchos sentidos era más amable. No hay más que subir al Metro en una gran ciudad, para contemplar como la mayoría se sumerge en su teléfono móvil, como si su mundo estuviese contenido dentro de ese pequeño artefacto. No pretendemos criticar los avances tecnológicos; lo que observamos (al igual que muchos), es que en eso, como en cualquier actividad, irse a los extremos no es conveniente. Si esos avances nos van a convertir en autómatas, por supuesto que hay que reaccionar y negarse.


En un pasado todavía cercano, la vida hogareña tendía a ser distinta a lo que hoy tenemos. La relación con nuestros padres, por ejemplo, era de respeto irrestricto. Mal que bien, así se levantaron muchas generaciones. Entre las cosas más notables que han cambiado en pocas décadas, está el trato hacia los ancianos. Antes, un abuelo era considerado un ser maravilloso, lleno de historias y siempre dispuesto a darnos ánimo en los momentos de tristeza. No hace falta abundar en detalles acerca del trato que reciben los viejos en la familia, en nuestros tiempos.

¿Cuántos de nosotros, siendo niños, no buscábamos a nuestros abuelos para oír sus relatos? ¿Y cuántas de esas historias se pierden, con cada anciano que se nos va? Cómo olvidar aquellas prolongadas vacaciones escolares de nuestra infancia, plenas de juegos y paseos durante el día, pero con emocionantes noches de tertulia y cuentos, a las cuales arrimábamos nuestra silla, con indescriptible embeleso. Casi siempre bajo la titilante mirada de las estrellas, bien lejos de la ciudad. Son recuerdos que permanecen en nuestra memoria, pero que sin duda, se los terminará por llevar el tiempo, al igual que ese pasado tan reciente y que hoy nos luce tan lejano.

Cuentos de Tío Conejo y Tío Tigre; cuentos de la gente de otras épocas, anécdotas familiares, relatos históricos y leyendas. Tesoros enterrados, historias de amor, todo parecía danzar ante los ojos de nuestra imaginación. Y los cuentos de espantos y brujas, que siempre parecían atraer a los niños, como pequeñas mariposas hacia la luz… Hay algo de lo que estamos convencidos: una parte de la historia de nuestro país podría ser contada, entrelazando los relatos que los ancianos alguna vez escucharon de sus abuelos y luego transmitieron a sus propios nietos, durante unas pocas generaciones. Una maravillosa tradición oral, propia de cada familia, a la cual asignaba tanto valor aquel magnífico escritor que fue Francisco Herrera Luque, entre otros.

Podemos imaginar una de aquellas conversaciones, en algún remoto lugar de la provincia, entre un curioso niño y su abuelo… 

 —¡Ay abuelo! ¿vió allá a lo lejos? Aquella candela que pasó corriendo por el camino, parecía ir flotando sobre el suelo. ¿Qué raro, verdad? Me da miedo, abuelo… Con tierna recriminación, el viejo respondió: —Ah caracha, ¿y usted le va a tener miedo a una candelita en la sabana? Eso es algo que llaman Fuegos Fatuos, son pequeñas llamaradas que se producen de manera espontánea, o sea solas, pues. Usted es un palo de hombre y no se me va a volver nada con un fosforito, jajaja. —Pero abuelito, ¿Cómo puede ser eso? ¿Está seguro, abuelo? 

 —Hay que ver que este muchachito sí es preguntón. Venga, mijo, le voy a contar lo que mi viejo decía de esas luces. Pero, después no se me vaya a asustar y luego no pueda dormir, ¿está bien? Venga aquí, para echarle el cuento. Cuando yo tenía tu misma edad, en la noche todo metía miedo. Esas candelas que rodaban por el campo, muchos decían que era el alma en pena de alguien muy malo, que estuvo en Venezuela hace sopotocientos años. ¿De verdad quiere oír la historia… del Tirano Aguirre? —-Sí abuelito, pero, ¿eso pasó de verd…? —¡el preguntoncito de nuevo ! Pare la oreja y cierre la boca, jajaja.

Luego de darle uno de esos tiernos abrazos que siempre se llevan en el corazón, y carraspeando para aclarar su voz. El anciano comenzó a hablar: 

 —Lope de Aguirre nació en España, en la linda tierra del país vasco. Eso fue hace mucho, por los años de mil quinientos y tantos: yo ni siquiera había nacido, ¡imagínate! Por ser el segundo hijo, no tenía nada a que aspirar en su casa. Y se lanzó a la aventura: a “hacer las Indias”, como decían entonces. 


Carabela, grabado. Por Jan van der Straet (Giovanni Stradano). {{PD-US}}
—¿Las Indias?, preguntó el niño… —Así llamaban en España a estas tierras, en la época del descubrimiento y la conquista. ¿Ya has oído de eso en la escuela? Bueno, siendo bastante joven, Aguirre zarpó hacia América. No se conocen bien sus primeros pasos aquí, pero fue a dar a un país muy rico, llamado Perú, al que llegaban muchos aventureros, en busca de fortuna. Ah Miguelito, ¿como que le dió sueño? —No abuelo, pero ¿por qué decían que era tan malo ese señor? —Ya va a ver, ahora es que va a empezar la fiesta. Y sus palabras empezaron a convertirse en imágenes, como si aquel pasado cobrara vida…


Estatua de Lope de Aguirre. Margarita, Nva Esparta
Venezuela. Fuente: www.diariovasco.com

Durante muchos años, Aguirre fue solo uno más, entre tantos hombres venidos de España, cuyas vidas transcurrían sin pena ni gloria en las tierras americanas. Con escasa fortuna, pero con grandes aspiraciones. Eso sí, dispuestos a jugarse el todo por el todo en un lance. Por entonces, Perú se había convertido en un hervidero de hombres rapaces, el material perfecto para alimentar las continuas guerras civiles que marcaron los años siguientes a la conquista por Pizarro. Audaz y pendenciero, hábil domador de caballos, con su baja estatura y su inquietante mirada, Aguirre sentía que su vida pasaba y que no era nadie. Siempre luchando por causas sin sentido. Nada había logrado, excepto una cojera, producto de aquellos combates.


Conquistadores españoles en los Andes. Foto: Daniel Delgado

Su único afecto era su joven hija, Elvira. La cuidaba una buena mujer, a quien llamaban La Torralba. ¿Qué sería de su pobre niña, de seguir todo tal como iba? Entonces ocurrió uno de esos hechos inesperados, que llegan a cambiar la vida por completo. Él sintió a la oportunidad tocar a su puerta y no dudó ni un instante en hacer uso de ella. ¡Vaya que sí la aprovecharía! La búsqueda de El Dorado llegaría a convertir a aquel casi insignificante hombrecillo en un personaje siniestramente famoso…

La ciudad de oro de El Dorado parecía haber sido ubicada en medio de la selva, en el país de los Omaguas, entre los ríos Orinoco y el Amazonas, o Marañón, como era conocido en aquellos días. Entonces, el virrey del Perú creyó llegada la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, la conquista de aquel opulento reino era una verdadera tentación. Pero además, organizando una gran expedición, podría librarse de una buena parte de los incómodos bribones que infestaban aquel país, quienes serían capaces de ir al fin del mundo, en busca de riqueza. Por bandos, se hizo pública la convocatoria, y como era de esperar, uno de los voluntarios fue Lope de Aguirre. Incapaz de abandonar a su hija, ella compartiría su destino, ¡para bien o para mal!

 
Pedro de Ursúa. Miniatura Siglo XVI.
De: www.cucutanuestra.com {{PD-US}}


A pesar de todo, el virrey quiso asegurarse del buen término de la empresa y nombró como jefe, a un hombre de comprobada capacidad, Pedro de Ursúa. No obstante, sus desaciertos contribuirían de manera importante al fracaso de aquella entrada. Pero más grave aun, su negligencia condujo al alzamiento y rebelión de esa partida de hombres violentos, que estaban bajo su mando.

Podría decirse que “la expedición comenzó con mal pie”. Inicialmente se retardó por las continuas y torrenciales lluvias de la selva peruana. Las mayoría de las embarcaciones que construían zozobraban sin remedio. Entonces debieron adaptarse a los materiales disponibles y a la naturaleza imperante. Al fin zarparon río abajo, en balsas y algunos navíos de mayor tamaño. La ansiosa muchedumbre parecía ir bien abastecida, pero no imaginaban las privaciones que llegarían a sufrir... O tal vez simplemente se negaban a pensar en eso, imaginando las riquezas que les aguardaban.

Entre la multitud viajaban algunas mujeres, incluso la hija de Aguirre, lo cual no parecía ser del agrado de aquellos hombres violentos. De algún modo, lo consideraban como algo “de mal agüero”. Pero el mayor de todos los errores lo cometió el propio Ursúa, cuando decidió viajar con su amante, la bella Inés de Atienza, para convertir la azarosa expedición en algo así como un viaje de placer; como se diría hoy: en una luna de miel. No era poco desatino el llevar a una de las mujeres más hermosas del Nuevo Mundo, entre una pandilla de verdaderas fieras humanas. Y sin duda, ese enamoramiento acabó por traer su perdición.


Lope de Aguirre.
Pareciera que Lope de Aguirre intuyó desde el principio que todo aquello sería un fiasco. O simplemente nunca creyó en la existencia del dorado reino. Para él, la verdadera riqueza era la que estaban dejando atrás, en Perú. No hay que olvidar su inconformidad, ¡eso de ser un don nadie, y a su edad! Ya no podía darse el lujo de seguir esperando más tiempo, ¡era ahora o nunca! De ese modo, pronto se convirtió en un conspirador. La idílica vida del gobernador Ursúa le brindaba la excusa perfecta para ello: el descontento entre los soldados crecía como la mala hierba. Aguirre comenzó a rodearse por los más violentos y desalmados del grupo, quienes lo veían como a un padre. En poco tiempo, su voluntad se convertiría en la ley en aquel río de los marañones… (continuará).

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