domingo, 21 de abril de 2019

Lope de Aguirre Biografía Corta (Parte II)



Batalla de Iñaquito y muerte del virrey Blasco Núñez de Vela, 1554.
De: Historia General de las Indias. {{PD-US}}

De Lope de Aguirre se han contado muchas historias… Se dice que en una ocasión fue condenado a sufrir azotes en una plaza. A un hombre como él, hubiese sido mil veces mejor matarlo, que humillarlo de manera pública. Durante tres años persiguió silencioso al responsable de ese castigo y no descansó hasta hundir su daga en él. Sin embargo, es muy posible que el resentimiento siguió anidado en su corazón por el resto de su vida. Luego de sobrellevar la azarosa vida de un fugitivo, apareció en la ciudad de Cusco, en 1552, participando en una rebelión contra el virrey. Entonces fue implicado en el asesinato del gobernador Pedro de Hinojosa. A raíz de ello, fue condenado a muerte, pero poco después le sería conmutada la pena, a condición de apoyar la causa del virrey, durante la revuelta de Hernández Girón. Al fragor de esos combates resultó herido gravemente en una de sus piernas. Así, le tocó encarar la madurez baldado y pobre, lleno de rencores; ¡un futuro nada prometedor, sin duda!


Pedro de Ursúa. Miniatura Siglo XVI.
De: www.cucutanuestra.com {{PD-US}}


Las cosas no marchaban nada bien en la expedición del Amazonas. Entre la soldadesca, el deseo de regresar a Perú era cada vez más notorio, pero el gobernador Ursúa se negaba rotundamente a ello. Para colmo de males, él dedicaba la mayor parte del tiempo a complacer a su enamorada, doña Inés de Atienza. Se desvivía por hacerle más llevadero el trayecto, y en su ceguera de amor, fue incapaz de intuir lo que se fraguaba en el campamento. Incluso, un factor adicional jugaba en contra suya: más de uno de aquellos matones, codiciaba el amor de la hermosa joven.

Grabado naturalista del río Amazonas. Por Henry Walter Bates, 1863. {{PD-US}}
Todo esto lo supo capitalizar Aguirre y comenzó a planificar la muerte de Ursúa. En medio de aquella inhóspita selva, plena de alimañas y de un desesperante vaho, el odio que acumulaba en su alma pareció encontrar el escenario propicio para manifestarse. En adelante, en su camino dejaría una estela de muerte… De manera premeditada, procuró que en el asesinato del gobernador tomaran parte algunos de los más violentos. Esto haría que la culpa recayera entre todos ellos, y se vieran obligados a secundar sus planes.


Felipe II, de España. Por: Sofonisba Aunguissola, 1573.
Museo del Prado, Madrid.


Luego de cometer el crimen, en la noche de Año Nuevo de 1561, Lope de Aguirre hizo levantar un acta que debería ser firmada por todos. En ella, se explicaban los motivos que tuvieron para dar muerte al gobernador Ursúa. Debería ser enviada al rey de España, Felipe II. Él firmó de primero, y junto a su rúbrica estampó la palabra “traidor”. Como era de esperar, esto levantó recelos entre el grupo, pero él les explicó que luego de la muerte del gobernador, no habría perdón para ninguno y que lo mejor sería mantenerse unidos, que esa era la única alternativa. Aquel paso era trascendente, ¡se estaban declarando en rebeldía contra la corona española! Sabiéndose poderoso, aun así quiso mantener las apariencias, e hizo nombrar como rey del Perú y El Dorado, a Fernando de Guzmán, un joven noble de Sevilla. Mientras, él conservaba para sí la designación como maese de campo.

Muy pronto, cuando el pomposo y recién nombrado reyezuelo comenzó a resultarle incómodo, ¡también lo eliminó! Igual ocurrió con Inés de Atienza (a quien odiaba) y su nuevo amante, Lorenzo Zalduendo. Ya para entonces, Aguirre se había desprendido definitivamente de su máscara: él y su guardia personal, estaban en completo control de la situación. Se había convertido en rey y fuerte caudillo de los marañones, como decidió llamar a sus guerreros. ¡Pero en realidad era el miedo quien reinaba allí! Quedaron terminantemente prohibidas las reuniones, al igual que las conversaciones en voz baja. De este modo, pretendía salir al paso a cualquier posible intriga en su contra. Una mirada esquiva era motivo más que suficiente para resultar asesinado… a uno lo mató por “amotinadorcillo”; a otro que a su juicio se hacía pasar por enfermo, “por inútil y desaprovechado”. Su carácter se iba tornando cada vez más sombrío: dormía muy poco y nunca se desprendía de sus armas.


Casa típica en la Amazonía. Foto por Francisco Chaves, 2004.
Fuente: Saliendo de Casa. Lic. CC BY 2.0
A partir de ese momento, Lope de Aguirre impuso su voluntad a placer. Ya no quedaba otro remedio que seguir y obedecer sus órdenes. Su insólito plan era continuar por el río hasta su desembocadura, olvidándose de El Dorado y de todas sus fantasías. Luego, manteniendo la costa siempre a la vista, habrían de navegar hasta Panamá. Allí reclutarían gente, mientras conseguían las naves necesarias para atacar y apoderarse del Perú, declarándose independientes de España. Ya no quedaba espacio para las vacilaciones, no era posible dar marcha atrás…


Cuenca del Amazonas en el mapa de 1562, de Diego Gutiérrez. {{PD-US}}

Después de haber padecido indecibles trabajos, de una lucha sin cuartel contra la naturaleza y las temibles tribus del Amazonas, en junio de 1561 se asomaron al Océano Atlántico. Atrás dejaban ese infierno vegetal, y un camino teñido de roja sangre. Dado el estado ruinoso en el que se encontraban, era necesario reponerse, antes de proseguir con el viaje. Tomaron rumbo hacia la isla de La Margarita, en la Provincia de Venezuela. Para el día 20 de junio, avistaban la costas de dicha isla.


Valle de San Juan Bautista, Isla de Margarita. Venezuela.
 Foto: The Photographer Lic. CC0
Luego de un cauteloso recibimiento, logró ganarse la confianza de las autoridades y los habitantes. ¡Craso error! Aguirre y sus hombres comenzaron con sus desmanes, abusando de aquellas personas casi indefensas. En medio de una orgía de maldad, ordenó la muerte de las principales autoridades. No hubo miramientos ni para mujeres, ni enfermos, ni sacerdotes. Se cuenta que colgó en la plaza a doña Ana de Rojas, mientras sus hombres practicaban su puntería con el arcabuz, con el cuerpo de la desdichada dama. El saqueo y la violencia llegaron a ser tales, que nunca más se olvidaría su paso por esa isla. El sitio adonde arribó, sería conocido desde entonces con el nombre de Bahía del Tirano (hoy Puerto Fermín). Hay que decir que durante los dos meses que permanecieron en La Margarita, comenzaron los intentos de deserción entre los marañones. No hubo clemencia para los que fueron capturados… No obstante, en la mayor parte de ellos quedó impresa la idea de huir en la primera oportunidad; solo el temor los retenía.

Por esos días, la noticia de su rebelión ya se había propagado. La Audiencia de Santo Domingo envió un buque al mando del provincial Francisco de Montesinos para salirle al paso. Pareciera como si desde allí, la suerte de Aguirre comenzó a cambiar. De manera astuta, él había enviado a Pedro de Munguía, junto a un grupo de hombres de su total confianza, con el pretexto de ir a parlamentar, pero con la aviesa intención de apoderarse de tan magnífico navío. Sin embargo, apenas se sintieron libres de su influjo, ellos no dudaron en pasarse a las filas del rey. Aquello resultó ser un terrible golpe sobre la moral del grupo, que desató la ira de Aguirre. Pero más importante aun, también le hizo alterar sus planes. No tenía ninguna duda de que en Panamá se organizarían para combatirlo.


Conquistadores españoles en los Andes.
Foto: Daniel Delgado.

Si su plan inicial parecía el delirio de un desquiciado, la desesperación iría convirtiendo sus siguientes proyectos en verdaderas alucinaciones. De ese modo, se le ocurrió que lo más conveniente sería desembarcar en Venezuela, y caminar hasta el lejano Perú, atravesando selvas, llanos y montañas. Era como condenarles a una muerte segura, ¡eso lo sabían todos! Según sus cálculos, vivirían del saqueo de los poblados que fuesen encontrando a su paso, al tiempo que iban tomando refuerzos. Lope de Aguirre y los marañones arribaron a la bahía de Burburata, en la costa venezolana, en septiembre de 1561. Ordenó quemar las naves, y con solo ciento cincuenta hombres (menos de la mitad de los que iniciaron el viaje), tomaron el fragoso camino hacia la villa de Nueva Valencia del Rey.

Iba enfermo, atormentado por las continuas deserciones. Sin embargo, el miedo aún mantenía cierta cohesión entre aquella partida de forajidos, la mayoría de los cuales tenía las manos manchadas de sangre. Desde Valencia, escribió su famosa carta al rey Felipe II. En uno de sus párrafos, decía:

Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos; ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los Reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados”...

Más que una amenaza, lo que se trasluce en la carta, es la descarga de todas sus rabias y frustraciones, como el fruto de su alma torturada. Pero la burlona altivez de aquel hombre continuaba intacta, como cuando se mofaba de la cobardía del gobernador Collado. También, al expresarse de manera despectiva acerca de la gente de Venezuela:

“Nada hemos de temer de estos tristes comedores de arepas”...

Dejando a Valencia en cenizas, tomó rumbo hacia Barquisimeto, pero ya las autoridades de la provincia se habían preparado para combatirle. El afamado capitán Diego García de Paredes se encontraba al frente de las tropas leales a la corona. El 22 de octubre Lope de Aguirre y su menguada, pero aún peligrosa hueste, hicieron su entrada en el desierto caserío. Por todas partes se encontraban con papeles en los que se les ofrecía el perdón por todos sus delitos. A pesar de las explicaciones de Aguirre, acerca de la falsedad de esas ofertas, las deserciones fueron en aumento. Con desesperación, hubo de contemplar como en medio de cada refriega, los hombres le abandonaban sin ningún pudor.

Así fue como terminó por quedarse solo, sin más compañía que la de su viejo amigo Antón Llamoso, su hija Elvira y la Torralba. Sin duda, comprendió que todo se había perdido y que su final estaba cerca. De toda su oscura vida, había llegado el momento más negro. Los demonios de la rabia y la frustración de nuevo se apoderaron de él, llevándole a cometer el más abominable de sus crímenes. Cuentan que se acercó a su hija, diciéndole que se encomendara a Dios, porque tenía que matarla. De nada valieron lágrimas ni súplicas, la joven yacía muerta muy poco después. A pesar del indudable amor que por ella sentía, Elvira se había convertido en su última víctima. Esa fue la escena que con horror contemplaron quienes irrumpieron en su reducto.

El capitán García de Paredes le conminó a deponer las armas, a lo que Aguirre accedió, mientras pedía que escuchase su testimonio, a sabiendas de que su muerte estaba próxima. Uno de los marañones, seguramente temeroso de sus palabras, no esperó más, y le disparó con su arcabuz. Lope de Aguirre se burló ante el disparo, que apenas lo rozó. Pero no lo iban a dejar hablar… de inmediato le dispararon de nuevo. Según la tradición, antes de caer dijo: “este sí es bueno”... Allí terminaba su alocada carrera aquel cruel villano, según la opinión de muchos. No obstante, para otros, él fue un precursor de la independencia americana.

Custodio Hernández, otro de sus hombres, cortó su cabeza, y tomándola por su larga cabellera, la mostró a todos. Luego fue exhibida en El Tocuyo, como una advertencia ante cualquier posible gesto de rebeldía que pudiera sobrevivirle. Su cuerpo fue arrojado a los perros. Como Aguirre les había advertido, los marañones fueron perseguidos, terminando ajusticiados unos cuantos de ellos. Sin embargo, algunos llegarían a convertirse en ciudadanos honorables, como si el tiempo hubiese absuelto sus culpas. La Torralba se quedó a vivir en Venezuela, en la misma villa de Barquisimeto. Lope de Aguirre había muerto, pero sus crímenes ya nunca se borrarían de la memoria de la gente. Se hizo una creencia generalizada, que su alma en pena había quedado condenada a vagar por siempre por esos mustios campos que le vieron pasar…

El anciano terminó su relato, y notó que el niño dormía plácidamente, acomodado en su regazo. En realidad, nunca supo en qué momento se había quedado rendido, pero en el fondo le reconfortaba saber que no había alcanzado a escuchar toda la terrible historia… Seguramente jugaba feliz en su hermoso mundo de sueños. Entonces, como en un sagrado ritual de amor, lo cargó en brazos hasta su cama, y mientras lo cobijaba, lo bendecía y le dejaba un beso en su frente.

Lejos, en la soledad de la sabana, de cuando en vez, las llamaradas seguían flotando inquietas, como espíritus errantes…

2 comentarios:

  1. Excelente narrativa. Una historia trágica que al ser contada de ésta manera , deja atrás en algo lo malo y redime en mucho al personaje. Exitos¡¡

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  2. Muy bueno, vi una película sobre este tema, pero al leerlo lo he comprendido mas,el odio y la envidia no llevan a ningún destino bueno

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