Dragon, en un tapíz medieval. Libro Familiar Nórdico, 1907. Vol. 6, pág. 816. |
Viajemos a la época en la que el dragón aún sobrevolaba los cielos escandinavos. Los vikingos no se habían aventurado más allá de los fríos mares nórdicos. En aquellos tiempos difíciles, no existía más ley que el peso de las armas. Los señores de la guerra protegían las tierras de Dinamarca, pero avasallaban sin piedad a sus sencillos moradores.
Ocurrió que un día, de entre las brumas marinas, como por arte de magia surgió un navío que sin duda venía del Norte... El misterioso buque, estaba espléndidamente construido. Su amenazadora proa vikinga, su gran vela roja, guirnaldas de flores y vistosos espejos lo convertían en un verdadero palacio flotante. Pero, a bordo no parecía existir tripulación alguna. De ese modo, el viento guió al extraño barco, hasta hacerlo encallar en la orilla.
Como era la vida en la era vikinga. Por Martin Mörck, 2005. Estampillas de las Islas Faroe. |
Los tímidos pobladores del lugar no intentaron acercarse al barco. Creyendo que era un truco de los temidos hombres del norte, se conformaron con vigilar desde cierta distancia, mientras daban aviso a los príncipes protectores. No tardaron en llegar algunos poderosos guerreros, armados hasta los dientes. Con precaución, fueron aproximándose al navío, mientras discurrían sobre la estrategia a seguir.
Impertérritos, avanzaron, amenazando con fuertes gritos de combate a quienes suponían escondidos a bordo. Pero por toda respuesta solo encontraron un enigmático silencio. Al fin, con sus espadas y hachas en mano, abordaron tan extraño regalo del mar, entregado sin resistencia alguna. Pero se llevarían una mayúscula sorpresa, al contemplar la figura de un hermoso niño, quien dormía profundamente, junto al mástil. No es fácil describir la opulencia de las sedas y riquezas en medio de las cuales dormía aquel infante, de tan solo pocos días de nacido.
"Lo subieron a un escudo y lo llevaron entre exclamaciones..." |
Los rudos guerreros quedaron impresionados ante ese prodigio y de inmediato su pasmo se trocó en entusiasmo. — ¡Este niño debe ser un enviado de los dioses! se escuchó decir... — Tal vez sea uno de ellos, respondían otros. Lo subieron a un escudo y lo llevaron entre exclamaciones de admiración, ante el Consejo que regía la comarca. Deslumbrados, convirtieron en rey al tierno infante, a quien llamaron Skiold, ya que entre lujosos escudos había llegado.
El niño fue educado por los más diestros guerreros, por lo que pronto se transformó en un magnífico cazador, además de ser invencible en la lucha. Aún siendo casi un niño, se enfrentó cuerpo a cuerpo con un gran oso. Incrédulos, en palacio contemplarían al indefenso animal, postrado ante su orgulloso amo.
Derrota sajona. Por: John Cassell, 2012. Fuente: Internet Archive. |
Dinamarca disfrutaría por muchos años del sabio reinado de Skiold. Su mano generosa y su alma noble llevarían justicia y felicidad a su querido pueblo. Cuando sintió que su fin estaba próximo, habló a sus nobles vasallos:
— Muy pronto he de abandonaros. Parto feliz al ver nuestra patria fuerte y próspera. Solo quiero pedirles que me entreguen al mar, ya que de él vine... los dioses han de disponer de mí. Os pido que coloquen mi cuerpo en el barco en el cual llegué. Izad la gran vela roja y dejad que el viento haga su trabajo.
Barco vikingo, Museo de Oslo, Suecia. Foto: Grzegorz Wysocki, 2007. Lic. Creative Commons Attribution 3.0 Unported. |
Al expirar, sus indicaciones fueron atentamente seguidas. Colocaron la corona en su noble frente y en sus manos, su invicta espada. De ese modo, en medio de una gran tristeza, el pueblo le acompañó hasta el mismo barco que lo había traído, apenas recién nacido. Ricos y pobres le lloraron por igual, entregando cada uno sus mejores ofrendas. Con todo cuidado, su cuerpo fue puesto junto al mástil. Por almohada le pusieron un haz de mieses recién cortadas y su cuerpo fue cubierto de hermosas flores y de piedras preciosas.
Con la vela desplegada, el navío fue empujado hasta que las olas y el viento se hicieron cargo de él. Así lentamente fue desdibujándose entre la bruma el rey magnífico y misterioso; tal vez solo estaba regresando a su lugar de origen...
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