Vista de Worms, 1798. Por: Lovro Jansa. |
Catedral de Worms |
El Origen de Sigfrido
Albérico y los dioses |
Algo contribuía a complicar aun más la situación, a Odín le estaba prohibido intervenir directamente, la posible solución no podía venir de él. Además, las tretas de Loki ya no valían de nada. Si el oro no era devuelto al Rin, y en lugar de ello regresaba a las manos de Albérico, significaría el final de todo... así lo decretaba el destino.
Sigmund con la espada Balmung, junto a Sieglinde |
Sigmund y Sieglinde. Por Arthur Rackham, 1910 |
La vigilia de la valquiria. Por Edward R. Hughes |
A pesar de la preferencia de Odín por Sigmund, a quien todo señalaba como el destinado a recuperar el tesoro de los Nibelungos, y de que con esto libraría a los dioses de su nefasto porvenir, la esposa de Odín le hizo ver que el joven rey debía morir. El dios había intervenido a su favor, y eso estaba expresamente prohibido. Muy triste, Odín comprendió que ella tenía la razón. De inmediato ordenó a Brunilda, la Valquiria, quien era como su hija, que se encargara de que Sigmund muriese a manos de Hunding y luego lo guiase al Valhalla, junto a los héroes que allí moraban.
Hunding mata a Sigmund |
Odín se despide de Brunilda. Por Ferdinand Leeke |
El nacimiento de Sigfrido, por Ferdinand Leeke, c. 1885 |
Mime intenta reparar la espada Balmung |
Sigfrido forja de nuevo la Balmung, por Howard Pyle |
Sigfrido y el dragón, por Ferdinand Leeke, 1916 |
Sigfrido derrota a Fafner. Por Arthur Rackham |
Sigfrido y el dragón. Por Ferdinand Leeke |
Los pájaros comenzaron a silbar alarmados para contarle las intenciones de Mime, quien pretendía hacerle dormir con una poción, para luego darle muerte con facilidad. Al acercarse el gnomo, ofreciéndole de beber, Sigfrido le echó en cara sus verdaderas intenciones. Sin darle tiempo a reaccionar, le hundió su espada, dando muerte así a quien lo había criado. Ya no quedaba duda de que el tesoro le pertenecía. Decidió mantenerlo escondido allí, en la misma caverna de Fafner, tomando solo el anillo y el yelmo mágico, sin imaginar qué poderes poseían. A pesar de la pureza del corazón del héroe, la violencia y la muerte seguían siendo parte del tesoro de los nibelungos. La maldición de Albérico iría con él, en adelante.
El sueño de Brunilda, por Arthur Rackham, 1910 |
Paisaje de Islandia. Foto por JuTa, año 2003 |
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