Para el siglo VIII después de Cristo, gran parte de Europa occidental se había convertido, en el asentamiento de los pueblos de origen germánico, que se encargaron de poner término a la tambaleante hegemonía romana. Sobre las cenizas del imperio, uno de esos pueblos se encargaría de recoger los fragmentos dispersos, logrando reunirlos en cierta medida. Ellos dejarían a un lado la organización tribal, heredada de sus ancestros, para adoptar un sistema de entidades, de tipo nacional, que con el tiempo llegaría a dar forma a la Europa moderna.