Procesión del Señor Alcalde en el Támesis, por el Canaletto, 1747 (Detalle). Fuente: Centro de Arte Británico de Yale. New Haven, Conn, EEUU. |
El lapso entre la promulgación y la entrada en vigencia de la Ley de Timbres, solo sirvió para incubar el descontento en las colonias. Para mayo de 1765, era el tema del día, no había reunión en la que no se hablara de ello. Por entonces, en la Cámara de Burgesses de Virginia se debatía acerca del derecho a participar en la toma de decisiones, a ser escuchados en el Parlamento Inglés, a la hora de la elaboración de las leyes que afectaran los ciudadanos americanos. Viéndolo bien, no era mucho lo que pedían.
Allí, reunidos en asamblea, el ya célebre Patrick Henry, pronunció un discurso impactante, por su habilidoso manejo de la palabra y las ideas. Sin embargo, no logró el efecto deseado en ese momento, ya que las resoluciones de protesta ante la corona, no fueron aprobadas. Pero la aparición en la prensa, de todo lo acontecido durante la sesión, fue de gran impacto y vino a sumarse a la secuencia de eventos, que de manera gradual e inexorable, conducían hacia una revuelta en las colonias americanas. Y los hechos comenzaron a demostrar, lo que los discursos y las palabras sugerían.
Protestas por la Ley de Timbres en Boston. por Edward S. Ellis, 1886.Casell & Co LTD. NewYork. Fuente: Biblioteca del Congreso. |
Y eso no sería todo, en otoño del mismo año, comenzó el boicot comercial. Se convirtió en una demostración de patriotismo, el consumir productos nacionales, aunque pudieran ser de inferior calidad. Los tribunales se mostraron reacios a continuar sus actividades, si se les obligaba a usar los odiados timbres. De ese modo, la situación era cada vez peor, para el gobierno británico. Los ingresos fiscales estaban sufriendo una peligrosa merma.
Cámara de los Comunes, en el Parlamento Inglés. Por T. Rowlandson y A.C. Pugin, 1808. A partir de un grabado por John Bluck y colaboradores. Fuente: Microcosm of London, 1809. |
Isaac Barre en 1765. Versión fotográfica de un retrato exhibido en Bowood House, Wiltshire, UK. Foto por Hugh Douglas Hamilton. {{PD-US}} |
Entre ellos, se encontraban William Pitt, Edmund Burke e Isaac Barre. Este último, durante una sesión del Parlamento, con emocionadas palabras, se refirió a los habitantes de las colonias, como los hijos de la libertad, palabras que quedaron impresas en el alma de los americanos. Mientras, en Massachussetts la revuelta continuaba su curso. Fue entonces, cuando apareció en escena Samuel Adams, quien a sus cuarenta y tantos años era solo otro ciudadano más, para nada prominente. Los acontecimientos le permitieron descubrir que poseía el don del liderazgo.
Samuel Adams por John Singleton Copley, ca. 1772. Museo de Bellas Artes, Boston, Mass. EEUU. {{PD-US}} |
Bostonianos emplumando al oficial de impuestos. Atribuido a Philip Dawe, 1774. Fuente: artgallery.yale.edu |
Se opuso con fiereza a la Ley de Timbres y llegó a convertirse en un agitador profesional, fundando una organización a la que dio el sugestivo nombre de los Hijos de la Libertad. A pesar de su posterior idealización, estos comenzaron siendo una mera brigada de choque. Se encargaban de sabotear el comercio con los ingleses, y mantenían a raya la compra-venta de sellos fiscales. Y no se detenían en capítulos, estaban prestos para actuar con violencia, quemando y destruyendo negocios, golpeando y "emplumando" a quienes no obedecieran. Ni siquiera los funcionarios de alto nivel resultaron indemnes dentro de la caótica situación.
Mientras, James Otis, con su aguda visión, intuyó que se había presentado una oportunidad para, de algún modo, cohesionar todas las dispersas colonias. Sin pérdida de tiempo, envió una correspondencia a los representantes de todas ellas, convocándolos a una reunión en la ciudad de Nueva York, a partir del 7 de octubre de 1765. El tema central sería la Ley de Timbres y las acciones a tomar. Hasta él mismo quedó gratamente sorprendido, ante la entusiasta respuesta que obtuvo su iniciativa. Se presentaron los delegados de nueve de las trece colonias y los no asistentes se excusaron por su inasistencia, sin dejar de mostrar su interés en el asunto.
El ayuntamiento Federal, 1789. Allí se reunió el Congreso de la Ley de Timbres. Fuente: www.boweryboyshistory.com {{PD-US}} |
El Primer Ministro Británico, George Grenville. En funciones desde el 16 de abril de 1763 hasta el 10 de julio de 1765. Fuente: en.wikipedia.org |
Benjamin Franklin. Por Joseph-Siffred Duplessis, ca. 1785. En la National Portrait Gallery, Washington D.C. Fuente: Google Cultural Institute. |
En aquellos días, el connotado ciudadano Benjamin Franklin se encontraba en Londres, dedicado a otros asuntos. Sin embargo, la Ley de Timbres se fue apoderando de su agenda y aunque se mostró contrario a su aplicación, una vez aprobada, consideró que lo correcto era obedecerla. Esto le ganó el rechazo general de los habitantes de las colonias, al menos durante un tiempo. Pronto rectificó su actitud y se convirtió en un ferviente opositor a la aplicación de la ley, recuperando así la opinión favorable y con ella, el respeto de sus conciudadanos.
En febrero de 1766, fue invitado por una comisión del Parlamento, para conversar sobre el espinoso tema de la controvertida ley. Esto coincidió de manera casual, con la llegada de la declaración emitida por consenso de la colonias, durante el Congreso en Nueva York. A pesar de su actitud comedida, las palabras de Franklin eran una advertencia acerca del peligro de rebelión, en caso de no producirse una pronta rectificación por parte del gobierno británico. Por fin, triunfó la cordura, y el 18 de marzo del año de 1766, con la firma del rey Jorge III, quedó revocada la Ley de Timbres.
Es de suponer el estallido de júbilo que debió producirse en las ciudades americanas, al enterarse de la noticia. Como por arte de magia, renació el espíritu de lealtad y simpatía hacia el monarca británico. Llegaría a tanto el agradecimiento hacia él, que se le erigieron varias estatuas. Sin embargo, los grupos más radicales no estaban satisfechos y debían esperar una ocasión propicia para continuar actuando.
Y esa oportunidad se presentaría muy pronto. En su embeleso, la alegre ciudadanía no pareció percatarse de que el gobierno inglés había dejado sin efecto esa ley, pero mantenía intacta su potestad de establecer nuevos impuestos, sin la correspondiente aprobación de las asambleas coloniales. Dicho esto, solo era una cuestión de tiempo, para que se reanudaran los roces, que fueron cobrando intensidad, hasta desembocar en una cruenta guerra, cuyas consecuencias, de una u otra forma, influirían en el futuro de la humanidad entera.
Lecturas adicionales.
Los Padres Fundadores de los Estados Unidos.
¿Quién fue Benjamin Franklin?
Benjamin Franklin y el pararrayos.
El régimen político de las trece colonias de Norteamérica.
Sin tributación sin representacion.
La economía colonial en los Estados Unidos.
Monarquía parlamentaria. Funcionamiento.
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