domingo, 19 de septiembre de 2021

Hatshepsut la mujer faraón (parte 2).

 

Templo de Hatshepsut, en Deir el-Bahari, frente a Luxor. Egipto. 
Foto: Gocht, 2006.

Está claro que a Hatshepsut no le era del todo indiferente el tema del juicio de la posteridad. ¿Más de qué podría preocuparse? Durante su reinado, Egipto atravesó tiempos de bonanza y prosperidad general, que quedaron reflejados en un arte y una arquitectura maravillosos. Como una muestra de ello, está el templo funerario que hizo construir contra los acantilados, en el Valle de los Reyes, el cual resalta entre los monumentos del antiguo Egipto, por su elegancia y belleza. Allí también quedó constancia de las riquezas que llegaban desde tierras exóticas. El regreso de los barcos egipcios provenientes de la legendaria tierra de Punt, fue representado, con gran lujo de detalles, en las paredes de ese mismo templo. 


Relieves en el templo de Hatshepsut, en Deir el-Bahari. Egipto. Autor: Madaki.
 Fuente: Amaunet. 2008. Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported


El tiempo se ha ido encargando de hacer justicia a su legado, concediéndole el sitial que le corresponde, como uno de los gobernantes más exitosos del antiguo Egipto. Pero no siempre fue así. Su nombre y su propia existencia fueron relegados al olvido durante más de treinta siglos. De igual modo ocurrió con sus restos. Su cuerpo momificado, permaneció en la oscuridad de una cámara, a la que solo se podía acceder por intrincados túneles y pasadizos, atiborrados de escombros, hasta que Howard Carter la descubrió en el año 1903.


El dios Amón coronando al faraón Hatshepsut. De un obelisco en Karnak.
Foto: Jon Bodsworth, 2006. Fuente: www.egyptarchive.co.uk

Como si hubiese presentido que el recuerdo de su vida y obra corría peligro, aquella mujer admirable, se esmeró en contar su historia a través de sus estatuas y monumentos, incluso cuando expresaba por escrito algunos de sus pensamientos íntimos:

Ahora mi corazón se inquieta al pensar en qué dirá la gente que vea mis monumentos en años venideros y que hablará de lo que he hecho...

Desaparecida casi para siempre, comenzó a saberse de ella, en el año de 1828, cuando Jean-François Champollion visitó Egipto. ¿Cómo dejar de imaginar la intensa emoción que él debió haber sentido al encontrarse cara a cara, con las venerables ruinas de la época de los faraones? Armado con las herramientas necesarias para interpretar buena parte de la escritura jeroglífica, ningún obstáculo o molestia fue suficiente para poner freno a su curiosidad. 


Base de una estatua de Hatshepsut, en piedra caliza. Se observa la inscripción correspondiente a su nombre.
Deir el-Bahari. Siglo XV aC. Fuente: www.metmuseum.org y Wikimedia. Lic. Creative Commons CC0


El mencionado templo en Deir el-Bahari, en la ribera occidental del Nilo, frente a la legendaria ciudad de Tebas, le tendría reservada una sorpresa. Allí se encontró con las inscripciones de un faraón, cuyo nombre no figuraba en ninguna de las listas de los reyes conocidos. Champollion descifró ese nombre como Amenenthe. Sin embargo, eso no era todo: también habían representaciones de ese mismo rey, junto al poderoso faraón Tutmosis III, ¡pero en todas, este último, aparecía con una escala menor! Era bien conocido el hecho, de que la diferencia de tamaño, era un modo de expresar la jerarquía de los personajes, en el arte egipcio. Conociendo la relevancia histórica de Tutmosis III, esto no parecía encajar por ninguna parte. Y todavía quedaban más sorpresas... A pesar de que Amenenthe aparecía con atuendo de hombre y la barba postiza propia de los faraones, ¡se utilizaba el género femenino para nombrarlo! 


Hatshepsut. Deir el-Bahari. Foto: Codex, 2012.
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unptd.


El notable investigador francés, nunca llegó a comprender la aparente incongruencia. Por supuesto, su temprana muerte debió contribuir a ello. En realidad, pasarían algo así como cien años para que todo eso pudiera ser explicado. No obstante, gracias a sus conocimientos en la lectura del lenguaje jeroglífico y su impresionante capacidad deductiva, dejó la pista para lograr la plena identificación del misterioso faraón-mujer. 


Lista de reyes de Karnak, en el templo de Amón. Por M. Prisse, ca. 1845.
Fue robada y transportada a París, Francia.
Tomado de L'Illustraion, Journal Universel. Vol. 7 p. 244. París, 1846.

En las anteriormente mencionadas listas de reyes del historiador griego Manetón, recopiladas en el siglo III aC. figuraba el nombre de una reina, llamada Amesis, quien gobernó durante veintiún años, antes que Tutmosis III. Champollion supuso que dicha reina y el faraón Amenenthe debían ser la misma persona. ¡Y estaba en lo cierto! Más tarde ella sería llamada Hathepsitou: "la primera de las damas nobles", por el famoso egiptólogo, también francés, Auguste Mariette. 


Estela conmemorativa del Siglo XV antes de Cristo, que data del período de la corregencia.
Hatshepsut figura al centro y Tutmosis III detrás de ella. Foto: Sebastián Bergmann, 2007.
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.0 Gen.


Poco después, comenzó a evidenciarse que hubo un fallido intento de borrar el nombre de ella, en numerosos cartuchos faraónicos y monumentos. Eso estuvo unido al ataque inclemente, sufrido por sus figuras y estatuas. Sin embargo, es bueno aclarar una vez más, que con esto solo se pretendió enmascarar su actuación como rey. Sus representaciones como princesa, esposa del faraón, incluso como reina regente, no sufrieron el mismo asedio. Parece posible que su participación en actividades reservadas solo para personas del sexo masculino, acabara por ser considerada como una transgresión de las muy conservadoras costumbres egipcias. También debe recordarse, que esa labor destructiva, comenzó años después del mandato de su hijastro y sucesor, Tutmosis III. Esto pareciera exonerarlo de ser el responsable de dicha persecución.


El Valle de los Reyes, Egipto. Foto por: Francisco Anzola, 2008. 
Lic. Creative Commons Attribution 2.0 Generic

¿Pero, qué fue de sus restos? Durante mucho tiempo, se pensó que su momia se había perdido de manera definitiva. No era descabellado considerar esa opción, luego de incontables siglos de saqueo. Por otra parte, la acción de los elementos, en especial, y de manera que pudiera parecer sorpresiva, el agua y la consecuente proliferación de escombros, también resultaban ser un peligro para la conservación de las tumbas del Valle de los Reyes. Quizás se hallaba confundida entre otras momias, condenada al definitivo anonimato, almacenada en los silenciosos depósitos de algún museo. 

Al final, dar con el paradero e identificar el cuerpo de Hatshepsut, resultó ser una verdadera odisea. Se requirió de la actuación de exploradores audaces, de la inteligencia y la paciencia de expertos arqueólogos, además de un toque de buena suerte y sobre todo, de la tecnología moderna, que ha probado ser un aliado invalorable en los estudios históricos.


Howard Carter examina el sarcófago de Tutankamon. Luxor, Egipto, 1922.
Fuente: Archivo fotográfico de el New York Times.


En el año de 1903, el intrépido arqueólogo Howard Carter, tuvo la osadía de abrirse paso a través de unos doscientos metros de túneles y pasadizos, en uno de los lugares más intrincados y peligrosos del Valle de los Reyes. Luego de un arduo trabajo, despejó la entrada a una tumba (algo de lo que otros habían desistido previamente), que había sido catalogada como la KV20. Lo que en principio parecía ser un hallazgo de gran importancia, en cierto modo, se tornó en una decepción. 

Allí tan solo se veían paneles de caliza, vasijas rotas, vasos canopes con el nombre de Hatshepsut y dos sarcófagos de cuarcita amarilla. Según las inscripciones, uno correspondía a la reina y el otro a su padre, el faraón Tutmosis I. ¡Pero ambos estaban vacíos! Estaba claro que si la tumba número veinte del Valle de los Reyes llegó a ser utilizada alguna vez, los cuerpos habían sido trasladados para otro lugar. A fin de cuentas, esa cámara sepulcral nunca fue restaurada. A esto se añade, que en el año de 1994, una inundación produjo daños considerables, dejándola inaccesible hasta el día de hoy. 


Uno de los sarcófagos encontrados en la tumba KV20.
Foto: Keith Schengili-Roberts, 2007. Fuente: Museo de Bellas Artes de Boston
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.5 Generic

No obstante, en las cercanías de esa tumba, Howard Carter también accedió a una cámara menor, crudamente excavada en la roca, que era la KV60. El lugar presentaba síntomas notorios de manipulación y saqueo, posiblemente ya desde tiempos muy antiguos. Pero lo que había dentro, resultaba intrigante. Entre otros objetos, había dos momias de mujer, una colocada sobre la base de un sarcófago y la otra en el suelo. En especial la momia que estaba en el piso parecía haber sufrido despojos y encontrarse allí fuera de lugar. Carter procedió de manera cautelosa y solo retiró algunos gansos momificados, volviendo a cerrar la tumba. 


Momia KV60A, tal como fue hallada en el piso. 
Fuente: Donald P. Ryan and Valley of the Kings Project.
 Egyptian Archeology en www.community.plu.edu


En 1906, el incansable y prematuramente desaparecido egiptólogo Edward R. Ayrton, encontró de nuevo el acceso a ella, mientras limpiaba otra tumba. Consideró conveniente remitir al Museo Egipcio, la momia que reposaba en el sarcófago. Una vez más, dejaría cerrada la cámara. En el suelo de aquel lóbrego lugar, permanecería el cuerpo de la misteriosa mujer, que nadie parecía atreverse a mover. 

La momia que Ayrton había remitido al Museo, quedó en el catálogo como la KV60B. Algún tiempo después, fue identificada como Sitra, nodriza de Hatshepsut. Entonces surgió la duda razonable, de que el cuerpo que aún yacía en el piso de la tumba, en condiciones deplorables, podía ser el de la otrora gran reina del Nilo. Alguien pudo haberlo movido allí, desde su ubicación original. Pero aquel sitio no era de fácil acceso, y ante la ausencia de planos, nadie volvería a dar con él, durante los próximos ochenta años. De ese modo, el misterio del paradero de su cuerpo momificado, continuaría sin resolver.  

Gracias a la intuición de la investigadora estadounidense, Elizabeth Thomas, la casi olvidada tumba, cobró un nuevo interés. En junio del año 1989, un equipo norteamericano de arqueólogos, dirigidos por Donald P. Ryan, se dedicaba a explorar tumbas menores y no decoradas, en el Valle de los Reyes. Por influencia de la doctora Thomas, se incluyó la KV60 en el permiso de exploración, solicitado al gobierno egipcio. Desde entonces, la momia que tenía más de treinta siglos en la oscuridad y el olvido, comenzaría a ser vista de otro modo. 


Maatkara Hatshepsut, Reina de las Dos Tierras, Hija de Ra.
Museo Metropolitano de Arte, NY, EEUU. Foto: Postdlf, 2005.
Viste atuendo masculino, pero muestra fisonomía femenina. 
Lic. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unptd.


El mismo Ryan mandó a construir un sencillo ataúd de madera. La momia fue cuidadosamente depositada allí y se le colocó una tapa. Aunque pudiera criticarse por alterar lo encontrado, fue una forma de expresar respeto por aquella anónima mujer, que parecía ser un personaje importante, dada la posición en la que sus brazos fueron colocados, durante el proceso de momificación. Después de finalizar con el inventario cuidadoso del contenido de la cámara mortuoria, una vez más, se dio la orden de cerrar la puerta. Solo que esta vez, la KV60 no volvería a quedar en el olvido... 


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