El triunfo de Aquiles. Fresco por Frank Matsch, 1892. Palacio de Aquileion. Corfú, Grecia. |
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Aquiles y la sombra de Patroclo. Dibujo por Johann Heinrich Fussli, 1810. Fuente www.latribunedelart.com |
Una noche, mientras dormía, se le apareció la figura fantasmal de Patroclo. Tal vez solo había sido un sueño, o tal vez no... El espectro le advirtió que se encontraba como atascado entre dos mundos, sin posibilidad de avanzar, mientras su cadáver se mantuviera insepulto.
Al amanecer, Aquiles dispuso lo necesario para el comienzo de los funerales. Ese mismo día, presidió un gran banquete, en honor de Patroclo. La ocasión sirvió para que tanto él, como el orgulloso Agamenón, dejaran a un lado sus diferencias.
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El funeral de Patroclo. Óleo por Jacques-Louis David, 1778. Galería Nacional de Irlanda. Fuente: http://mini-site.louvre.fr |
Antes de entregar el cuerpo de Patroclo a las llamas, se realizaron algunas ofrendas rituales. Sobre el improvisado altar, mientras clamaba a los dioses, un sacerdote procedió a degollar, con gran parsimonia, a las víctimas. En sangriento holocausto, se segó la vida de doce ovejas y un magnífico toro negro. Pero la ceremonia aún no había concluido... doce prisioneros troyanos fueron también sacrificados, para horror de quienes contemplaban la escena desde las murallas.
Aquiles procedió a cortar sus cabellos, en señal de luto. A continuación, mientras encendía la pira con una tea, invocó el favor de los vientos Bóreas y Céfiro. Durante todo un día, una densa columna de humo se elevó, para al fin difuminarse en lo alto del cielo. Al extinguirse el fuego, cenizas y huesos fueron cuidadosamente guardados en un cofre de oro y se erigió un túmulo en su honor.
Las honras fúnebres concluyeron con la celebración de una serie de competiciones deportivas. Carrera, pugilato, lucha, lanzamiento de jabalina, sirvieron para que los grandes campeones de la Hélade exhibieran su destreza y su poderío. Entre otros, en ellas participaron Diomedes, el indomable. Odiseo, con su mezcla de fuerza y astucia. El invencible Ayax Telamón. Menelao y hasta el mismo rey Agamenón se animaron a tomar parte. Aquiles se encargó de premiar a los vencedores y a los más destacados, luego de cada prueba.
Mientras, en Troya reinaba la tristeza y el desaliento. La pérdida sufrida era irreparable y dejó sembrada en el ánimo de la mayoría, la certeza de que la ruina de la ciudad estaba muy próxima. No obstante, en ese momento no era eso lo que más atormentaba a su anciano rey. Para él, lo peor era saber que el cuerpo de su primogénito era vejado día a día, sin que nadie pudiera evitarlo. Su carácter se tornó irritable, y constantemente reclamaba a sus otros vástagos, por permanecer impasibles ante aquella oprobiosa situación.
Hasta en el palacio del monte Olimpo podía percibirse el malestar. Mientras Febo se encargaba de ponderar los méritos y las virtudes del infortunado Héctor, Hera y Poseidón no cesaban de expresar su desdén hacia la progenie real troyana. El propio Zeus se encontraba molesto por el ensañamiento de Aquiles con el cuerpo de su noble rival. De no haber sido por los ruegos de Tetis, por quien sentía un afecto sincero, no hubiese dudado en echar mano de uno de sus rayos para fulminar a su sacrílego hijo. Un hombre como Héctor no merecía ese insulto, que le privaba del derecho a emprender su camino hacia el inframundo.
El rey de los dioses optó por persuadir a Príamo de ir en busca de Aquiles, para ofrecerle un rescate por el cuerpo de su hijo. El encargado de llevar el mensaje sería el alado Hermes. Mientras el anciano rey dormía, el mensajero le susurró en el oído lo que habría de hacer. Le dijo que no tuviera miedo, porque contaría con su protección en todo momento. Sobresaltado, el monarca troyano abandonó el lecho y de inmediato ordenó disponer lo necesario para ir hacia el campamento enemigo. Marcharía solo y portando un rico rescate para el rey de los mirmidones. Así, dominando sus recelos e impulsado por su amor paternal, Príamo subió a su carruaje, al amparo de la noche oscura.
Cumpliendo con lo ofrecido, el dios se encargó de franquearle el paso, burlando la vigilancia de los centinelas y guiándole hasta una magnífica tienda, en medio del asentamiento de los helenos. Libre de obstáculos, Príamo siguió adelante, hasta dar con Aquiles, a quien encontró reclinado, en actitud pensativa. Sin dudarlo ni un segundo, el anciano le dijo quien era y se arrojó a sus pies. Mientras besaba sus manos, las mismas que habían dado muerte a su hijo, lloró en su regazo. Con su tristeza removió unos sentimientos que Aquiles creía haber olvidado. Profundamente conmovido, él también lloró.
Tras ayudar a levantarse a Príamo, ambos conversaron durante largo rato. El héroe lamentó que las cosas hubieran ocurrido de ese modo y elogió a Héctor, quien había sido su más digno rival y a quien, en el fondo de su alma consideraba su hermano. De ese modo, al perdonar a Héctor, se estaba perdonando a sí mismo. Se comprometió no solo a devolver su cuerpo, también ofreció una tregua de nueve días, para que el príncipe fuera honrado del modo que merecía. Con la ayuda de algunos sirvientes, Aquiles se encargó de preparar el cuerpo, para entregarlo a su padre. Mientras lo hacía, sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas y entonces tuvo la inequívoca premonición de que muy pronto lo seguiría.
Príamo retornó satisfecho, podría decirse que feliz, a Troya. La ciudad entera aguardaba por su héroe…
Continuará…