El triunfo de Aquiles. Fresco por Frank Matsch, 1892. Palacio de Aquileion. Corfú, Grecia.
Aquiles, sin embargo, distaba mucho de haber encontrado la tranquilidad. Por el contrario, los demonios de la ira lo acosaban sin pausa. Únicamente su madre conseguía brindarle algún consuelo. Cada mañana subía a su carruaje, tan solo para recorrer los muros de Troya, exhibiendo el cadaver a rastras del príncipe Héctor. Mas, ¡oh prodigio!, a pesar de todo, el cuerpo se conservaba indemne. Aquello tenía que ser obra de los dioses...